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Opinión

La promoción institucional del velo islámico

Nos encontramos ante una auténtica administración paralela que parasita nuestras instituciones a todos los niveles: europeo, estatal, autonómico y local

Manifestación contra la islamofobia en Bristol. SIMON CHAPMAN / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO (Foto de ARCHIVO) 6/12/2020 ONLY FOR USE IN SPAIN

El Islam cosifica a la mujer, la deshumaniza. No sólo anima a cubrir a las féminas para protegernos del deseo que pudiéramos provocar en aquellos hombres que nos miran, sino también porque el hombre virtuoso no ha de hacer ostentación de las cosas bellas que posee. La arquitectura islámica oculta los elementos más hermosos de las construcciones en su interior. De igual forma, las mujeres debemos cubrir nuestro cuerpo, cabello y hasta rostro cuando abandonamos la morada. Algo que en determinadas partes del mundo, en las que rige la sharia o ley islámica, sólo pueden hacer acompañadas de un varón. Somos poco más que objetos a los que el Corán anima a no maltratar siempre que obedezcamos. A las mujeres musulmanas no sólo se les impone vigilar su propia virtud, sino también cargar con las consecuencias del pecado masculino cuando el hombre la deshonra: se castiga al objeto del pecado y no al pecador.

El velo islámico es, ha sido y será un símbolo de que no somos más que una pertenencia. Por eso atenta frontalmente contra los derechos humanos y las libertades fundamentales del individuo que conforman los cimientos de las civilizaciones occidentales contemporáneas. Que desde las instituciones nacionales y europeas se esté promoviendo su uso en nombre del feminismo, la inclusividad y la diversidad constituye una aberración no sólo jurídica, sino también ética y moral. El retorno de los talibanes al poder en Afganistán ha traído a la palestra, en el mejor de los casos, un silencio atronador por parte del feminismo institucional. En el peor, ha evidenciado el cretino intento de equiparar la situación de las mujeres de allí con las de aquí, soslayando que lo que en occidente responde a tradiciones o costumbres que algunas siguen voluntariamente, en medio oriente es una imposición. En España, la Biblia no es fuente de derechos y obligaciones, mientras que en Afganistán y otros países donde rige la ley islámica, el Corán sí que lo es.

Pero las ingentes cantidades de dinero público que, vía subvenciones y convenios, se invierten en entidades que promocionan el Islam en general, y el uso del velo islámico por las mujeres en particular, demuestran que estamos incursos en un proceso de involución. Y para muestra, las entidades y organismos que les expongo a continuación, a los que va a parar parte del dinero que sale de nuestros bolsillos vía impuestos para animar a mujeres y niñas, no sólo a normalizar el velo islámico, sino a usarlo. Un auténtico despliegue económico tras el que subyace la intención última de relativizar la islamización de occidente y que olvidemos que ponerse el velo conlleva asumir toda la carga confesional  que éste implica.

En este punto de la tribuna tengo que hacer un alto en el camino para agradecer a Israel Cabrera, conocido en Twitter como @Absolutexe, su ayuda para rastrear en el laberinto de los boletines oficiales parte de las subvenciones que muchos de estos “chiringuitos” se han repartido durante los últimos cuatro años. Sin su colaboración, esta denuncia en forma de columna habría quedado incompleta.

Hay que comenzar diciendo que España es uno de los países que participan de una iniciativa llamada “World Hijab Day”, que básicamente consiste en animar a las mujeres occidentales a usar la susodicha prenda por un día, mientras intervienen en actos que ensalzan los valores y costumbres del Islam. Aunque la web oficial de este movimiento, con origen en los EEUU, ha borrado el enlace a la lista de naciones participantes, ésta aún puede consultarse a través de la biblioteca digital de sitios de internet ‘archive.org’.

Dinero público que se invierte en censurar contenidos en nombre de la diversidad, porque la libertad de expresión y la de prensa deben también ceder ante la identidad y la opresión

Si por curiosidad usted decidiera buscar en Google las palabras “world hijab day Spain”, uno de los primeros sitios web que le aparecerán es el Observatorio de la islamofobia en los medios. Esta web comparte contenidos en los que se incentiva, de forma explícita, al uso del hijab en occidente, al tiempo que coloca en la diana a medios de comunicación por contenidos que ellos consideran islamófobos y racistas. El último señalado, un documental emitido por RTVE que apunta a la vinculación de la actividad económica de los manteros con la financiación del terrorismo. Ya ven, dinero público que se invierte en censurar contenidos en nombre de la diversidad, porque la libertad de expresión y la de prensa deben también ceder ante la identidad y la opresión.

Pero sigamos. Los socios de este observatorio son tres según explica su propia página web, si bien es cierto que las entidades adheridas al mismo son decenas. Aunque esta columna se centra en los llamados “socios”, a Israel Cabrera y a mí no nos cabe duda de que a estas otras organizaciones se las riega también con el maná del erario. Los tres asociados son:

- El Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia, dependiente del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones del que es cabeza visible José Luís Escrivá.

- El Instituto Europeo del Mediterráneo -IEMed-, que es un consorcio formado por el Ayuntamiento de Barcelona, la Generalitat de Cataluña y el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación del Gobierno español.

- La fundación Al Fanar para el conocimiento árabe, cuyo director es también codirector del observatorio de marras y ha recibido un premio a la innovación cultural por parte de la Alianza de las civilizaciones dependiente de la ONU (UNAOC).

A pesar del oscurantismo que impera en todo el tema de las subvenciones, Israel Cabrera ha localizado en una búsqueda rápida catorce de ellas concedidas en los últimos cuatro años, cuyo importe roza los 4,5 millones de euros aproximadamente. Las subvenciones anteriores a 2017 no están disponibles y deben reclamarse a través de Transparencia, aunque gracias a Internet se puede localizar alguna. Pueden ustedes consultar la Excel elaborada por Israel y otros documentos al final de este artículo. Por supuesto, ni son todas las que están, ni están todas las que son, porque la cantidad de fundaciones, asociaciones y entidades vinculadas a estas otras son incontables y es muy difícil seguirles el rastro.

Una civilización que se ha puesto en manos de quienes han decidido sacrificar los derechos humanos en el altar de las opresiones pasadas para saciar la sed de venganza

Nos encontramos ante una auténtica administración paralela que parasita nuestras instituciones a todos los niveles: europeo, estatal, autonómico y local. Por ejemplo, el Instituto Europeo del Mediterráneo ejerce de coordinador en España de la FAL -Fundación Anna Lindh- con sede en Alejandría, creada en el seno de la Unión Europea y presidida por uno de los asesores de cabecera del rey de Marruecos. La red española de esta fundación está compuesta por más de 130 organizaciones sólo en el territorio nacional, que se dedican a cuestiones como el diálogo intercultural, la igualdad de género, medios de comunicación etc. Basta pasarse por las redes sociales de la FAL para encontrar publicaciones que celebran el uso del hijab en nombre de la diversidad. Y es aquí donde toca cerrar el círculo, volviendo al Observatorio de la Islamofobia -una de esas 130 entidades- que en su agenda web promociona el día mundial del hijab, difundiendo tags como #StronginHijab.  El salto del papel a la política municipal ha venido de la mano de la izquierda independentista catalana: en enero de 2020 el Ayuntamiento de Balaguer, en manos de ERC, enseñó a las balagarienses a ponerse el velo. Todo ello con cargo a los impuestos que usted y yo pagamos mientras nos piden más y más sacrificios.

Lo público no sólo es Sanidad, Educación o Justicia. También es una agencia de colocación desbocada desde la que se está acometiendo, sin prisa pero sin pausa, la decadencia cultural de Occidente, que se repliega de la escena internacional abrumado por una versión acomplejada de su pasado. Una civilización que se ha puesto en manos de quienes han decidido sacrificar los derechos humanos en el altar de las opresiones pasadas para saciar la sed de venganza de unos cuantos que, lejos de demandar igualdad ante la ley, claman por privilegios. Que recurren a la politización del dolor propio y ajeno para propiciar un cambio de sistema que, por mucho que nos intenten vender, no será ni más humano, ni más democrático.

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