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Opinión

Prohibido prohibir

Ahora que ha muerto Verónica Forqué, musa de la felicidad de aquellos 80 en que nos ‘bajábamos al moro’, conviene que la izquierda recuerde cuan importante es la libertad, aunque sea para fumar solo en el coche

Ahora que La Chusa Verónica Forqué ha decidido irse a por tabaco, voy a hacer apología de una libertad que ya no uso pero otros sí, la de fumar sin hacer daño a nadie salvo a sí mismos. Conste que tenía decidido hacerlo igualmente, pero, como la vida es caprichosa, sirva éste adiós a aquella musa que nos hizo felices bajando al moro a pillar hachís, para dar color a mi protesta contra el anuncio de que el actual Gobierno, que se dice más de izquierdas que el de Felipe González, quiera prohibirnos fumar en el coche incluso a solas (¿?).

Y es que, desde que nuestra izquierda, históricamente redentora de la desigualdad material, decidió ejercer de policía moral -hasta Roma ha ido Yolanda Díaz a sondear una fusión de negocio con el Papa Francisco-, la España ex confinada empieza a parecerme un lugar puritano y en cierto modo insoportable. Se les está yendo las manos esto del control de humos, mucho más estricto, donde va a parar, que el Control de aduanas ese de los aeropuertos que veo en televisión las noches de insomnio, cuando vuelvo de la tertulia con mi amigo Félix Madero en Onda Madrid.

No soy anarcolibertario, nunca lo he sido. Sé que fumar en los dos metros cuadrados de una cabina en presencia de niños, ancianos o personas enfermas es un crimen y debe combatirse, pero cuando leí la noticia de la prohibición total de fumar en el coche particular -veremos qué pasa con las terrazas- por parte de los mismos que, paradójicamente, no renuncian a seguir recaudando la friolera de 9.000 millones con el humo que nos mata, pensé: “se les ido la olla definitivamente”.

Porque, una cosa es acotar el derecho individual contra la tentación de un libertinaje que arrasa con la salud de los más vulnerables, y otra entrar a saco en la esfera privada, que eso es la cabina de un vehículo cuando conducimos solos; y que no me hablen del peligro de distracción al volante, porque también lo tiene sintonizar la radio o poner un CD y no se prohíbe a los fabricantes instalar equipos de música en los coches.

Fantaseo con el día en que (por joder) compre dos cartones y me los apriete al volante con las ventanillas cerradas, pero enseguida vuelvo a la realidad… cuando caigo en la cuenta de que, antes que el 112, llegarían los municipales o la Guardia Civil a multarme.

Fantaseo con que llegue el día en que (por joder, básicamente) compre dos cartones y me los apriete al volante con las ventanillas cerradas en un aparcamiento de La Casa de Campo, o en el Puerto de Navacerrada. Claro que, enseguida vuelvo a la realidad, cuando caigo la cuenta de que antes que el 112 llegaría la Policía Municipal o la Guardia Civil con la libreta de multas a recaudar... Nada, mejor seguiré lejos del humo del tabaco a la espera de la siguiente restricción para protestar.

Bromas aparte, lo que quiero decir es que pertenezco a ese baby boom criado en Europa al calor del viejo lema de mayo del 68 francés prohibido prohibir, que en la salida de la dictadura franquista alcanzó categoría de axioma. Aquella España era mucho más pobre que ésta pero protagonista de legalizaciones -de partidos, del divorcio, de tantas cosas-, no de prohibiciones. Fue un tiempo ilusionante no falto de problemas, políticos, económicos, militares, en el que nadie, ni siquiera alguien que venía del pasado como Manuel Fraga, quería ser asociado al puritanismo franquista... Y no estoy comparando situaciones, hablo del riesgo de desafección hacia un país excesivamente regulado y asfixiante para sus ciudadanos.

El PSOE y el PCE de Santiago Carrillo lo tuvieron claro desde el principio: tan importante como restaurar la democracia era instaurar un clima en el que la libertad como principio no se negocia y si hay que regularla, mejor por defecto que por exceso; Hasta el punto de que el lema con el cual un desconocido González convocó en diciembre de 1976 el XXVII Congreso socialista, primero tras cuarenta años de exilio, fue Socialismo y Libertad.

Seis meses más tarde, en junio de 1977, primeras elecciones democráticas, los socialistas pasaron, sorprendentemente, de la nada a 118 diputados y pondrían con ello las bases para, cinco años más tarde, en 1982, lograr los históricos 202 escaños que les garantizaron una hegemonía de casi catorce años... De acuerdo en que la Transición y éste momento nada tienen que ver, pero algo falla en la gestión socialista cuando, en todas las elecciones celebradas desde que Sánchez ganó las del 28 de abril de 2019, excepto las catalanas, el PSOE baja: 700.000 votos y tres escaños en la repetición de las elecciones generales el 10 de noviembre de 2019, tercera fuerza en las autonómicas de Galicia, Madrid, y País Vasco, donde el PSE es simple muleta del PNV.

¿Tuvo algo que ver en el triunfo de Ayuso la libertad en su más amplia acepción, no sólo la caricatura de las terrazas y las cañas? ¿No estará influyendo en este corrimiento de tierras electoral el hartazgo hacia una determinada izquierda antipática?

¿Qué ocurre en España cuarenta y cuatro años después para que ese PP de Fraga, hoy de la mano de Isabel Díaz Ayuso y su lema Comunismo o libertad, arrase en las elecciones del 4 de mayo en Madrid, máxime con el PSOE instalado en La Moncloa? ¿Tendrá algo que ver la libertad en su más amplia acepción -no sólo la caricatura de las cañas- en el triunfo arrollador de la presidenta madrileña? ¿No estará influyendo en este corrimiento de tierras electoral el hartazgo hacia una izquierda antipática e intervencionista? ¿Terminará rechazando el centro-izquierda liberal e ilustrado decisiones como prohibir totalmente fumar en el coche por ser una intolerable invasión del Estado en su vida?

Tras casi dos años de restricciones muy duras -primero con un confinamiento domiciliario tres meses, luego movilidad reducida, siempre con la mascarilla-, sorprende que al Gobierno del PSOE y Unidas Podemos le dé por legislar al todo o nada en una materia tan sensible; algo que que, sin duda, será interpretado por los fumadores -y por muchos que ya no lo somos, pero añoramos los tiempos de La Chusa- como un abuso legal, una extralimitación al calor del clima de miedo al virus que sigue imperando.

Así que, muerta Verónica Forqué, imagen de la felicidad aquellos 80 en que nos Bajábamos al Moro con ella, con Antonio Banderas, con Juan Echanove y tantos otros de una generación irrepetible que protagonizó la llegada de la libertad a nuestras vidas, bien haría la izquierda hoy gobernante -la de Pedro Sánchez y la morada de ese Pablo Iglesias que iba a “asaltar los cielos”- en recordar, aunque sea por egoísmo , cuan importante es la libertad para un votante… siquiera la de fumar a solas en el coche.

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