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Opinión

Big-Data

El principio del fin

Desde marzo de 2020, nuestro Gobierno siempre ha tenido una actitud reactiva, nunca proactiva

Imagen de archivo de un hospital.

"Estamos ante el principio del fin de esta pandemia”

Pedro Sánchez, 23 de noviembre de 2020; 6 de abril de 2021

No todo es culpa de Sánchez, como tampoco nada es acierto suyo. Cuando tuvo la ocasión de negociar por su cuenta, puso su suerte y nuestro futuro en manos de la Comisión, y hoy es fácil criticarle por ello. Es su empeño en crear expectativas y negar la realidad lo que debe hacernos reflexionar. Un presidente que trata constantemente a sus ciudadanos como menores de edad, que jamás ha asumido su responsabilidad, que la ha derivado en las comunidades autónomas después de arrogarse un mando único, es lo censurable. Cuando a estas alturas todo el mundo es consciente de que la estrategia europea de compra de vacunas se ha mostrado como un enorme fiasco, como ya señalé en enero aquí mismo, al volcar todo sobre el precio pensando en un mercado libre y despreciando el hecho de que sólo dos empresas, si acaso tres, podían suministrarlas en la cantidad y en el tiempo requeridos, nuestro presidente nos vuelve a recordar, por cuarta vez al menos, que ya encaramos el principio del fin.

No le bastó dar por derrotado al virus en junio, no le bastó desvanecerse en la segunda ola, no le bastó acosar a unas comunidades autónomas mientras salvaba a otras de los cierres, para que ahora, de nuevo, nos ofrezca una luz en la que el mérito, de lograrse, será del proveedor, la Comisión, y será de quienes ejecuten el plan, las comunidades, y en el que él es un mero convidado de piedra, un Don Tancredo que se mueve más por los golpes que por la habilidad de anticipar los efectos del virus. Desde marzo de 2020, nuestro Gobierno siempre ha tenido una actitud reactiva, nunca proactiva. Jamás se ha preocupado de prever, sólo ha adoptado medidas medievales que han supuesto la mayor laminación de libertades de la democracia. Nos tuvo encerrados en casa durante cien días y prorrogó el estado de alarma durante seis meses, mientras mantenía abierto Barajas y el resto de aeropuertos. Ahora, por fin, aprovecha la campaña de las madrileñas para insuflar ánimo a unos votantes, que serán, sin duda, los que jamás cambiarán su voto, porque a nadie puede convencer quien ha hecho de la mentira su forma de gobierno.

Las cuentas del infausto Illa

Las cuentas de la lechera vírica señalan que la semana del 3 mayo, en la que se dirimen las elecciones de Madrid, serán cinco millones de españoles quienes tengan ya la pauta completa; crecerán hasta diez millones un mes después, hasta los 15 la semana del 14 de junio, diez millones más la del 19 de julio y, así, hasta los 33 millones de vacunados a finales de agosto. Se cumplirían, ojalá, las previsiones del infausto exministro Illa, quien en diciembre anunció de 15 a 20 millones de vacunados en mayo-junio. Todo, hasta ahora, nos dice que no será así, también la Comisión, pero no podemos más que tener esperanza y que, efectivamente, por una vez, ni se equivoque ni nos haya mentido. El Gobierno ha señalado que, en los tres primeros trimestres del año, recibirá 12.3 millones de vacunas de AstraZeneca, de las que alrededor de tres millones ya estarían aquí; si el miércoles sólo se iban a administrar a los tres millones de ciudadanos de entre 60 y 65 años, y sumamos los 2.5 millones que se añadieron el jueves con el nuevo cambio de criterio, y suponiendo que ya se hayan vacunado con las dos pertinentes un millón de ellos, quedarían diez millones de dosis por administrar, suficientes para cinco millones de españoles. Parecería que el Gobierno ha ampliado hasta los 69 años la población tratable con AstraZeneca para evitar sobrantes con las vacunas. Por cierto, la EMA ha dicho que es segura. Extraño sería que no lo fuese, cuando las reacciones adversas documentadas son mayores en el ibuprofeno que en ella.

Lo que no hemos escuchado de boca de ningún oficial del Gobierno es el efecto de las vacunas sobre las nuevas variantes. Bueno, sólo aquella astracanada de Simón, hace tres meses, cuando señaló que la cepa británica sería marginal. “Si acaso, uno o dos casos, no más”, le faltó añadir para dotar de memoria completa sus declaraciones. Hoy ya sabemos que la misma es la dominante en 16 de las 17 CCAA, como sabemos que Simón es un perfecto indicador contrarian en las predicciones víricas. Su actitud será premiada con algún cargo con mayor relevancia y sueldo, eso también lo sabemos.

Y de ahí el empeño de toda la administración de ocultar el problema de las nuevas variantes del SARS-CoV-2 y los efectos de las vacunas existentes sobre ellas. Sabemos que la británica se trata correctamente, parece que la brasileña y la californiana también, pero nada se dice de la sudafricana (B.1.351) ni de la ugandesa (A.23.1), de las que ya aparecieron los primeros casos en Europa y en las que las vacunas podrían ser ineficaces, según distintos estudios. Moderna señaló en febrero que la efectividad de su vacuna se podía reducir hasta en seis veces en presencia de la variante sudafricana, la de Johnson&Johnson caería hasta el 60% y la de Pfizer tendría también una significativa reducción. Sudáfrica comenzó a vender las vacunas remanentes de AstraZeneca a finales de marzo, después de retirarla de la cadena de vacunación al comprobar su completa ineficacia en presencia de su variante. Es más urgente que nunca acelerar el proceso de vacunación, para así lograr inmunizar a cuanta más gente, mejor. Sólo cuando el presidente entienda que todos, incluso quienes le criticamos, estamos en el mismo barco, y que deseamos el éxito tanto como él, habrá llegado el verdadero principio del fin.

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