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Opinión

Casado y un milagro; Soraya o la derrota

Sprint final ante un congreso extraordinario en el que debe decidirse algo más que una batalla entre personas, porque lo que está en juego es el futuro del centroderecha en un momento especialmente delicado de la historia de España, con un separatismo envalentonado por la cobardía de los defensores del Estado, con un nacionalismo vasco que amaga con volver a las andadas, con un populismo entregado de hoz y coz a la ruptura de la unidad, y con un Gobierno débil en Moncloa, forzado a pagar a unos y otros no ya el favor de la moción de censura, sino el apoyo diario que necesita para seguir en el poder, un poder desde el que amenaza con una batería de medidas a cual más estrafalaria y peligrosa. Uno de esos momentos, en suma, en los que se decide el destino de una nación.  

Batalla personal entre el ser y la nada, entre la ideología y el vacío, entre un proyecto y la pura y simple ambición personal. La pelea entre un candidato que aspira a renovar el partido y una señora que intenta seguir en el machito, profundizando en la deriva de una organización sumida en la inanidad ideológica y en la miseria política, como ha venido a demostrar la desastrosa gestión de la crisis catalana. A día de hoy, la pelea parece estar en tablas. El resultado no puede ser más incierto. Los sorayistas que manifiestan opinión no se recatan a la hora de dar por segura su victoria, mientras que en las filas de Pablo Casado la cosa se ve como “muy ajustada”. Lo cual no puede sino producir el lógico asombro de intuir ganadora de este envite a una señora contaminada hasta las cachas por las políticas de un Rajoy capaz de llevar a España al punto crítico en que hoy se encuentra, capaz de salir del Gobierno por la puerta de servicio tras regalar el poder a un socialista indocumentado en el peor momento de España. ¿Realmente puede ganar Soraya? ¿Tan rematadamente mal está el PP? ¿Tan ciegos sus afiliados?

¿Realmente puede ganar Soraya? ¿Tan rematadamente mal está el PP? ¿Tan ciegos sus afiliados?

El rajoyismo se ha volcado en apoyo de la ex vicepresidenta, empezando por el propio Mariano, naturalmente desde la sombra, que un manso jamás da la cara, aunque está por ver si lo hace en el último minuto. Desde su secretaria personal (que también lo es de Viri Fernández), Ketty Satrústegui, hasta los Nadales y Montoros, esos preclaros benefactores de las clases medias, pasando por su asistente personal, el tal Sergio Ramos, responsable del último logo del PP donde la gaviota se confunde con el pájaro bobo, por el director de campaña, Ayllón, naturalmente por el fiel Maillo (“¡tenéis que votar a caballo ganador!”, presiona a los barones), obviamente por los Arriolas, marido y mujer, ansiosos por seguir facturando al partido que les ha hecho ricos, y, last but not least, por el joven Arenas, responsable de la victoria en primera vuelta de Soraya en Andalucía gracias al pucherazo de Málaga, todos reman en favor de la Doña, todos presionan, todos amenazan, todos levantan el dedo a la hora de advertir, mucho ojo, fulano, que puedes acabar en la cola del INEM…

Tal es la presión, tan desvergonzada, que algunos compromisarios empiezan a hartarse, soñando con el momento de poder dar una patada en el culo a los apparátchik del sorayismo. Porque, frente al humano miedo a perder los garbanzos, se yergue la serena reflexión sobre el futuro que aguarda al PP en manos de Soraya. ¿Cuánto tiempo puede durar la nómina de quienes hoy parecen dispuestos a comprometerse con ella por simple miedo? ¿No puede eso ser pan para hoy y hambre para mañana? Pan, amor y fantasía. Y odios africanos. Los que llevaron a Rajoy a pedir a su chica “Por favor, preséntate” tras ser desalojado de Moncloa. Casado había ya anunciado su candidatura en solitario, y se trataba de cerrar el paso a su supuesto mentor, tapiar la sede de Génova para impedir que pueda caer otra vez en manos de José María Aznar. Cerrar el paso a Aznar y dejar al PP en el páramo ideológico, simple maquinaria de gestión uncida al ejercicio tecnocrático del poder porque yo lo valgo. Sin ideología y sin valores, alguno de ellos tan elemental, tan cristiano, como ese “no robar” inserto en los diez mandamientos.

La España de los Abogados del Estado

Un partido gobernador por esas “minorías egregias” de las que hablaba Ortega, en las antípodas de la sociedad liberal, más aún de las sociedades abiertas e inclusivas de nuestro tiempo, reconvertido por anquilosamiento en una república platónica gobernada por los “más preparados”, elementos rectores de una sociedad estamental regida por cuerpos intermedios nacidos no de la sociedad civil sino a la sombra del todopoderoso Estado. La fuente de reclutamiento y selección de esas “minorías egregias” orteguianas nada tiene que ver con “los mejores de cada profesión” que decía Pareto, sino con una casta de carácter funcionarial que de forma directa o indirecta controla el aparato burocrático. Una clase que no surge de la cooperación voluntaria entre ciudadanos libres e iguales, sino que es estructura de corte corporativo y estamental (la España de los Abogados del Estado, de los TECOS y demás cuerpos de elite). Los “sorayos” y sus apoyos en el sector editorial y bancario.

La Transición ha caído sola, cual fruta madura, porque quienes estaban obligados a enaltecer su significado y promover el cambio desde dentro, no lo han hecho

Ellos son los que nos han llevado donde nos encontramos. Los patronos de la intencionada desideologización del PP. La Transición no acabó derribada por sus enemigos, sino vencida por aquellos llamados a defender su legado. Ha caído sola, cual fruta madura, porque quienes estaban obligados a enaltecer su significado y promover el cambio desde dentro, no lo han hecho, refugiados en chiqueros, cobardes y corruptos, faltos de altura de miras. He ahí un Rajoy dispuesto a hacer buena la frase de Ossorio y Gallardo en 1930, cuando, al hablar del fracaso de la Restauración canovista, escribe que “los regímenes políticos no se derrumban ni perecen por el ataque de sus adversarios, sino por la aflicción y el abandono de quienes deberían sostenerlos”. Lo dijo de otra forma el loco de Lerroux: La Monarquía [alfonsina] no se hundió, no la derribó nadie. Lo que hicimos los republicanos fue poner en su lugar, ya vacío, la República”. Lo asegura un viejo proverbio chino: “como en el pescado, lo primero que se corrompe en los regímenes políticos es la cabeza”. 

Ese es el PP que Rajoy quiere defender de las garras de Aznar, un hombre, por otro lado, que ya es pasado en la historia del partido y de España. Y bien pasado. Hay discurso en Casado, hay principios y hay valores que el tiempo debería ir concretando y madurando, moviendo desde ese “liberalismo conservador” que enarbola como seña de identidad del PP, a un liberalismo de progreso capaz de dar respuesta a los retos que enfrentan las nuevas generaciones. “Tenemos que actualizar el partido”, aseguraba el viernes en El Mundo. “Con los postulados del centroderecha liberal conservador es como más evolucionan los países: libre mercado, libertad individual, seguridad personal, igualdad de oportunidades. La política no es un fin en sí misma, sino un instrumento para mejorar la vida de la gente. Quien piense que la política debe ser mera gestión, sin ningún tipo de principio o guía ideológica, se equivoca”. Lo proclamó a voz en grito François Fillon, candidato a las presidenciales francesas antes de ser barrido por las intrigas palaciegas de Los Republicanos: “No hay victoria política, sin previa victoria ideológica”.

La trampa de la unidad

Soraya no quiere saber nada de ideología, razón por la cual se ha negado a la celebración de un debate previo al Congreso. Las obras completas de la señora caben en una servilleta. Nadie sabe lo que piensa de España y de su futuro. Ella es el vacío ideológico. Ella, la gestión del día a día. Ella, la tecnocracia. Peligrosa, en cualquier caso. Con fuertes agarraderas en la izquierda mediática y populista. Es la candidata de la izquierda para presidir el PP. Y lista, porque ha conseguido atrapar a Casado en el vacío discurso de la unidad. “No es bueno provocar tensiones”, dice Maíllo, repite Ayllón. Ella es partidaria de la lista única encabezada por ella misma. Ella solo piensa en ella. Y Pablo no consigue escapar de ese marco conceptual, salir airoso de esa trampa cuando sería fácil oponer al discurso de la unidad por decreto el de la democracia interna, algo de lo que está muy necesitado el PP, y el del derecho inalienable de los afiliados a elegir en libertad entre dos candidatos mediante voto secreto, acabando de una vez con la unanimidad de los Congresos a la búlgara a la que tan aficionado ha sido Rajoy y su discípula dilecta.   

La primera obligación de Casado, con todo, es ganar el match ball del domingo, algo ciertamente difícil cuando se tiene en frente al aparato del partido manejado por el propio Rajoy. Está por ver si Cospedal se moja en su favor, y qué hace finalmente el otro gallego en liza. Ganar este envite significa abrir la puerta a la renovación del partido y su discurso, atendiendo a retos como el cambio climático, el envejecimiento demográfico, la inmigración, el envite tecnológico que puede dejar a toda una generación en paro, por supuesto la defensa de la unidad de España y tantas otras cosas. Como ocurriera tras el Desastre del 98, la falta de un proyecto de futuro para España que ha acompañado el final de la Transición ha excitado el apetito de los nacionalismos periféricos, de modo que eso que alguien denominó “la explosión disgregadora del separatismo” le coge al país con un momento muy complicado de su historia, con un Gobierno débil de una izquierda que nunca ha sabido qué hacer con España y que ahora, rehén del separatismo, está obligada a pagar el apoyo de quienes la mantienen en el poder. Nunca como ahora desde los años treinta estuvo la nación sometida a tantos peligros. Solucionar la crisis del centro derecha parece, en este contexto, esencial para defender las libertades individuales y la igualdad entre españoles. Casado podría obrar el milagro. Con Soraya, la derrota es segura.

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