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Opinión

Once 'presidents' y 121 inventados

Las mentiras del nacionalismo recrean una historia, unos hechos y unos personajes que jamás existieron

Aragonès visita a los líderes del procés presos en su estreno como president
Pere Aragonès tras ser investido presidente de la Generalitat. EFE

Los nacionalismos tienen muchas características en común, de hecho, evolucionan de forma similar los que surgen en regímenes cercanos. Los políticos nacionalistas suelen tener contactos fluidos entre ellos y conforman una suerte de hermandad. Por contradictorio que parezca, existe una suerte de internacional nacionalista. Existe y opera. A principios de este siglo XXI adaptaron sus discursos y asumieron muchas de las técnicas propias de los nuevos populismos que comenzaron a aflorar en Occidente. También tienen sus idiosincrasias en función del lugar, por ejemplo, en España se da el exótico hecho de que los nacionalismos periféricos cuentan con toda la simpatía de las izquierdas. Algo tan absolutamente contrario con las idea de igualdad y solidaridad y que sin embargo cuenta con el apoyo de los supuestos defensores de estas. Ocurre tal cosa por el penoso hecho de que las izquierdas modernas creen que España es un invento de la derecha, y la derecha gustosa firma su autoría. Como si alguno de los polos hubiera tenido alguna vez una idea tan buena.

Es una especie de ficción por la que los vivos se ponen al servicio de los muertos, como un tributo basado en la creencia de una existencia más allá a la que compensar

Hay algo que ha permanecido inmutable en los nacionalismos a lo largo de los siglos, y es la manipulación de la historia con tres fines: la necesidad de un pasado glorioso que demuestre que “independientes” eran mejores; que la independencia es un anhelo muy antiguo y que sufrieron un agravio que les hace merecedores de un trato preferente. A veces, las tres circunstancias a la vez. Otro mantra nacionalista sentencia que la Historia genera derechos y no las leyes. Es una especie de ficción por la que los vivos se ponen al servicio de los muertos, como un tributo basado en la creencia de una existencia más allá a la que hay que compensar. Esto no es único en los nacionalismos, pero sí un hecho omnipresente en todos ellos. En el nacionalismo catalán se dan todos los elementos. 

En primer lugar, inventan un pasado, el famoso Instituto de Nova Història, que trabaja en una ficción donde Cataluña fue algo distinto al resto de España durante siglos. En segundo lugar, dotan de antigüedad a lo moderno como el encuadrar a la Generalitat actual en la Edad Media y la creación de 121 presidents que la encabezaron. El tercero es el agravio, que centran en 1714, convirtiendo una guerra europea en una guerra de España contra Cataluña. De hecho estoy convencido de que están en la construcción del relato del 1-O y los enfrentamientos con la policía. Si no somos firmes, también sustituirán los hechos de aquellos días por la propaganda.

La Segunda República

Una de las ficciones principales en ese pasado imaginario y en la que voy a centrar lo que resta del texto, es la identificación de la Generalitat de Cataluña, fundada en la Segunda República, con un organismo recaudador de impuestos medieval de la Corona de Aragón en algunas de las zonas que hoy son Cataluña, llamado Diputación del General

Uno de los primeros problemas a los que tuvo que enfrentarse una recién nacida Segunda República fue la secesión de Cataluña, que Francesc Maciá estaba dispuesto a llevar a cabo. El Gobierno provisional republicano envió a una delegación encabezada por el malagueño Fernando de los Ríos, quien propuso proclamar el Gobierno autonómico y llamarlo Generalitat, en referencia al mencionado organismo medieval. Maciá aceptó y fue investido primer presidente del gobierno autonómico de Cataluña. Esta es otra de las ficciones que se repiten sin cesar: la lealtad de los nacionalistas catalanes con la Segunda República. Es cierto que esto aguanta lo que uno tarda en leer a Azaña, a Prieto o a algunos otros dirigentes republicanos.

Unir de alguna forma la Generalitat actual con el órgano de la Corona de Aragón es un completo sinsentido. La Diputación del General no estaba presidida por nadie. Tenía cuatro representantes de cada uno de los estamentos medievales, el eclesiástico, el nobiliario y el ciudadano.

El eclesiástico de más edad

Incluso uno de los constructores de la ficción de los 132º presidents, Josep María Solé i Sabaté, reconoce que no existía un presidente de aquella institución medieval, pero que va a decidir que el presidente de la Diputación del General era el eclesiástico de más edad. Muy riguroso todo. Y es este Solé y Sabaté el autor del listado actual de los presidentes que jamás existieron como tales.

El trabajo del nacionalismo en estas materias es admirable, porque en la investidura de Aragonés como 11º presidente de la Generalitat, hasta en RTVE le llamaron el 132º. He de reconocer que cuando se lo afeé al presidente de la corporación, el señor Pérez Tornero, en la Comisión de Control parlamentario, reconoció que era erróneo y que no debería informarse así. Poco a poco y si nadie dice nada, una “historia” va supliendo a la otra, y al final se superpone. Por cierto, no hay mayor agravio a los catalanes que falsificar el pasado de su tierra y habitantes. Pero eso al nacionalismo no le importa, porque todo está a su servicio.

Si buscan la lista de los 132 presidents de la Generalitat, verán que los perfiles de muchos de ellos están “en creación”. Pero es cuestión de tiempo. En La Vanguardia del 27 de abril de 1980 se habla de un Pujol, 115 presidente de la Generalitat, el 21 de abril de 2001, en el mismo periódico afirma ser el 116. El 21 de diciembre de 2003, Pujol pasa a ser el 126. Se sucedió a sí mismo 11 veces. Vamos, que está todo muy claro.

En definitiva, Aragonés es el undécimo presidente de la Generalitat y lo demás pertenece al género de la fantasía, junto a Conan y Gandalf.

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