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Opinión

El presidente sin escrúpulos

Begoña Gómez y Pedro Sánchez
Además de las propiedades del matrimonio, Begoña Gómez tiene otras a su nombre. Europa Press

Tras los cinco días que Pedro Sánchez se ha tomado de asueto como parte de su estrategia política, ha comunicado finalmente su decisión en una comparecencia insólita para anunciar lo que suponíamos: que le renta seguir siendo presidente del Gobierno de España, objetivo supremo y único del político sin escrúpulos por antonomasia, desde hace cinco días y desde siempre. Y como parecía desde el principio, finalmente se queda para cerrar filas, acumular fuerzas y perpetuarse en la Moncloa. Y los tontos útiles que le han bailado el agua estos días, desde Errejón a Monedero pasando por Yolanda Díaz, quedan en ridículo, convertidos además en sus comparsas. Así que ni dimisión ni convocatoria electoral ni cuestión de confianza. Según él, "un punto y aparte".

Se confirma hoy lo que dijimos: la infumable carta de hace cinco días y el periodo vacacional durante el cual ha abandonado sus funciones y puesto a España en vilo y al PSOE en ridículo, no eran sino una estrategia política que hoy ha corroborado en su comparecencia. Y así termina el capítulo más bochornoso y penoso de la historia reciente de nuestra democracia, con la participación subordinada de todos sus palmeros que tampoco son tantos, incluido el PSOE al completo, auténtica secta convertida en un instrumento propagandístico sin vida inteligente al servicio de su "puto amo". Lástima que no siga vivo Gila, porque, tras el espectáculo al que hemos asistido, y aunque la cosa no sea para echarse unas risas, habría creado chistes antológicos para unas cuantas décadas.

Su discurso ha sido un cúmulo de demagogia, victimismo, cinismo y desfachatez nunca visto antes… salvo en algún otro capítulo que él mismo ha protagonizado. El corolario de una sinvergonzonería premeditada a mayor gloria de sus intereses políticos y personales. No pretende "la regeneración pendiente de nuestra democracia" sino permanecer en la poltrona. No hay que darle más vueltas. O sea, un punto y seguido.

Como escribí hace unos días, lo importante no era tanto si se quedaba sino con qué intenciones. Y el panorama que se abre ahora es inquietante y peligroso, porque conocemos cómo se las gasta Sánchez: no tendrá problema alguno en continuar su deriva autocrática si lo considera necesario. Por un lado, ha prometido iniciar una ofensiva "que abra paso a la limpieza"; y, por otro lado, "mostrar al mundo cómo se defiende la democracia". Viniendo de quién viene y qué tipo de gente lo acompaña, no augura nada bueno. Ni aunque Marisa Paredes hiciera una lectura dramatizada de sus intenciones. Además, ha hecho un llamamiento a la movilización ciudadana para apoyar las decisiones que tome, lo que no es sino una llamada al odio entre españoles que le permita perpetuarse en el Gobierno de España. Y todo porque medios de comunicación independientes han informado de las sospechosas actividades profesionales de su mujer y un juez ha decidido abrir diligencias, algo sobre lo cual se ha venido negando a responder en el Congreso de los Diputados. En el fondo, esta ha sido la excusa empleada para desviar la atención, cambiar el marco y perfeccionar su estrategia cuando políticamente consideró que más le interesaba (elecciones catalanas, elecciones europeas).

Un circo sin parangón

Durante estos cinco días hemos comprobado cómo se las gastan los que han venido animando a Sánchez a que tome medidas drásticas para "salvar la democracia", o sea, para que sus objetivos políticos sean más fácilmente alcanzables e imposible de aplicarse los de sus adversarios, convertidos en enemigos, dado que ellos son los demócratas y el resto es la galaxia de la derecha y la extrema derecha a la que aislar con un muro. Y para ello Sánchez tratará de controlar a la Justicia, perseguir a los jueces incómodos y limitar la libertad de prensa de los medios díscolos, a todos los cuales lleva tiempo señalando y amenazando. Es la segunda parte del espectáculo dantesco al que hemos asistido, un circo sin parangón en nuestra historia democrática, un escándalo y, en fin, un nuevo golpe de efecto del Presidente sin escrúpulos que no augura nada bueno.

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