Opinión

El PP y lo innombrable

Es ante todo el rechazo a normalizar una cultura de la muerte. Y es al parecer un rechazo difícil de explicar a millones de españoles

Alfonso Rueda, Alberto Núñez Feijóo y Alfonso Fernández Mañueco. Europa Press

Aparecía la semana pasada otra tribuna interesante en El País, el periódico global, pero ante todo nuestro zeitgeist particular. La firmaba Jesús Ruiz Mantilla, y la tesis venía a decir que referirse a las luchas ideológicas como guerra cultural, a pesar del éxito de la expresión, es incorrecto. La razón era previsible y decepcionante: la cultura es algo demasiado elevado como para mancharla con el barro de la política. La esencia de la cultura, según se sugiere al principio del artículo, sería la de servir como puente, y no como cauce para conflictos de intereses.  

El autor cae en la idolatría, algo muy habitual cuando se aborda este tema. Parte de una idealización de algo que no se acierta a definir del todo. Basta mencionar su nombre para que todos sepamos que estamos hablando de algo puro. Y si no basta, se le añade la mayúscula. Eso es Cultura; un respeto. Pero la cultura no es algo puro y elevado. No “se mancha”. De hecho, si algo hace la cultura es mancharlo e impregnarlo todo. Como una película. Por eso no se puede hablar de la cultura, sino de culturas concretas  -la cristiana, la progresista, la liberal- que condicionan nuestro análisis y nuestros valores. También en la política.

Cuando alguien dice Cultura pensamos en los libros, y pensamos además en los libros buenos. Pero la censura también es cultura. Y el censor. Y el periódico, y el editorial -tanto el valiente como aquel que publicaron varios periódicos catalanes con el título de La dignidad de Catalunya-, y la violencia, y las herramientas para matar. Incluso alguien como Patxi López es cultura. 

Patxi López es alguien que ocupa una posición de poder porque entiende y representa como pocos la cultura política de su partido

Por eso hablamos de López. Porque representa una cultura política. Y la cultura política de López se muestra en declaraciones como esta, en respuesta a una serie de medidas anunciadas por el Gobierno de Castilla y León: “PP y Vox ejerciendo violencia machista contra las mujeres de Castilla y León desde las instituciones”. Patxi López es alguien que ocupa una posición de poder porque entiende y representa como pocos la cultura política de su partido. Y porque esa cultura política es compartida por millones de españoles: recurrir siempre al tópico, exhibir las palabras grandes, no entrar nunca en la esencia de las cosas.

Millones de españoles y muchos de los dirigentes de Ciudadanos, con Francisco Igea a la cabeza. Las palabras de un médico alcanzan la misma altura que las de López (la cultura no hace milagros, pero ya vemos que sí proporciona sensación de elevación). Igea se ha referido a las medidas antiabortistas con expresiones como estas. “Machismo irredento”; “puede deteriorar el ejercicio del derecho al aborto”; “no se puede hacer porque puede traumatizar”; “es una nueva muestra de desconocimiento y supremacismo moral”. Y la más interesante: “Yo soy médico y católico y respeto las creencias ajenas”. 

Se llega a defender incluso que el feto humano es algo similar a la próstata, y que hay que normalizar el aborto como una prestación sanitaria más

Las medidas, según recoge también El País, consisten en que el médico ofrecerá a las mujeres que quieran abortar la posibilidad de escuchar el latido de la vida que se está gestando en su interior, además de una ecografía 4D y apoyo psicológico; y las mujeres decidirán si quieren o no recibir la información y el apoyo. Esto, tan sólo esto, ha servido para que Igea (alguien que se define como católico), López y muchos otros hablen de machismo, supremacismo moral, violencia machista o vulneración de derechos.

El aborto es, sin ninguna duda, la cuestión en la que menos equilibrio existe cuando aparece en la discusión pública. Por eso apenas aparece. Desde un lado se defiende la posibilidad de acabar con una vida humana como un derecho absoluto de la mujer, y, por lo tanto, se denuncia cualquier medida destinada a evitarlo como una agresión machista. Se llega a defender incluso que el feto humano es algo similar a la próstata, y que hay que normalizar el aborto como una prestación sanitaria más

Lo positivo y lo inaceptable

Desde el otro, el silencio y el eufemismo. Lo mejor es no hablar sobre ello. Si hay que hacerlo, procura no traspasar la línea roja: “es un asunto complejo”. Incluso cuando se intenta hacer bien, aparece el miedo a usar las palabras duras. Es una “defensa de la vida”, leemos; pero no es sólo eso. Es ante todo el rechazo a normalizar una cultura de la muerte. Y es al parecer un rechazo difícil de explicar a millones de españoles. 

Por eso pasan cosas como las que se anuncian en este titular de El País: “El Tribunal Constitucional va a dar absoluta prioridad a la sentencia sobre la ley de aborto tras 12 años de espera”. No han sido doce años de espera, sino de renuncia. Es normal. Los progresistas sí tienen una cultura, y es desde esa cultura desde donde hacen leyes y transmiten ideas. El PP, tras doce años de nihilismo ético y tras una propuesta de Vox en las antípodas de la radicalidad, sólo acierta a decir que el Gobierno de Castilla y León defiende “las políticas de apoyo a la natalidad”.

Siempre lo positivo, nunca lo inaceptable. Las pensiones, la educación, la salud, la natalidad. Lo que sea con tal de no nombrar lo innombrable. Lo que sea con tal de no defender una cultura política que no se conforme con el progreso a cualquier precio. Lo que sea con tal de no tener que ofrecer algo más que el vacío y el excel.