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Opinión

Los bomberos pirómanos

Cualquier chorrada que usted diga o escriba puede convertirse en elemento de confrontación por más que intente poner un poco de sentido en el desvarío incendiario

Los bomberos pirómanos
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, con una mascarilla de la bandera republicana en el pleno del Ayuntamiento de Barcelona. Europa Press

El anuncio más sonado desde hace unos años consiste en proclamar que “entramos en una nueva fase”. Así hemos llegado a fases que duran meses e incluso una semana. La vida política se nos va en fases que con el tiempo resultan irreconocibles. Lo que va de una a otra lo marcan las autoridades y como lo que está en cuestión es la propia autoridad, no tienen más trayectoria que la otorgada por los ejércitos desarmados de la opinión, que disparan con palabras; unas irritan y otras pasman. La gran victoria pírrica del catalanismo “indepe” ha sido catalanizar la cotidianeidad de la sociedad española: la creación inmisericorde de los bomberos pirómanos. Basta que observen La Sexta como adaptación peninsular de TV3.

Cualquier chorrada que usted diga o escriba puede convertirse en elemento de confrontación por más que intente poner un poco de sentido en el desvarío incendiario. Quizá en el fondo todos hacemos de tertulianos sin participar ni cobrar, al menos algunos. Si usted propone que nos atengamos a la Constitución o a las sentencias de los Altos Tribunales, una obviedad por otra parte, inmediatamente pasa a ser considerado un provocador, o como se dice ahora un alimentador de la crispación. Esto tiene una matriz catalana. En Cataluña la prolífica familia “indepe” gasta una sensibilidad especial para detectar al enemigo apenas pronuncie la primera frase. Basta que enuncie la obviedad de que sería oportuno que la legislación sobre el bilingüismo se manifestara en la vida común del ciudadano para que inmediatamente el rufián de turno le espete que eso sólo lo puede pedir un fascista.

Estamos en manos de una casta de bomberos pirómanos que disfrutan provocando a los demás para luego echarles en cara sus reacciones. Vivimos al albur de los desplantes de una minoría arraigada en unas instituciones en las que casi nadie cree y menos aún considera suyas. Son de ellos, te lo recuerdan todos los días. El Ayuntamiento de Barcelona, un panal de rica miel funcionarial, decidió hace unos días la conveniencia de hacer bilingües las instrucciones en los transportes. Quién podría rechazarlo tratándose de una población que mayoritariamente habla castellano y donde los turistas, de los que viven y sufren, no tienen por qué adentrarse en nuestros problemas domésticos.

Estamos en manos de una casta de bomberos pirómanos que disfrutan provocando a los demás para luego echarles en cara sus reacciones

La iniciativa no alcanzó el día; inmediatamente el batallón de bomberos pirómanos lo consideró una provocación y decidió que, en Barcelona, como en cualquier otra parte del llamado Principado, o se lee en catalán o ejerces de ciego. ¿Quieren ustedes creer que nadie publicó, dijo o exclamó nada? Para no crispar lo mejor es el silencio y hacer como si no te enteraras. Ahora que volvemos a las andadas sobre la Vieja Dictadura convendría recordar que sus aduladores de entonces sostenían que en España se podía pensar con absoluta libertad, pero debías evitar decirlo porque eso crispaba al poder y te detenían por “no adicto”.

Otro aspecto significativo de esta catalanización de la vida social española parte de la constatación de lo eficaz que es la manipulación. Manipula que algo queda. La manipulación pretende tener su lado elegante de narcisismo: el que manipula siempre es el otro. Los que escribimos en los diarios tenemos una conciencia muy clara de lo que es manipular, otra cosa es que no osemos manifestarla. Hay cosas que no podemos olvidar: aquella maltratada catalana que el 1-O apareció ante el mundo como victima de una policía criminal que le había roto los dedos, las vértebras y no sé cuantas cosas más. Hecha una flor apareció luego para afirmar que se lo había inventado todo. Es decir, que ella se fue como un ángel y a los demás nos dejó la basura. No le pasó nada, pero yo siento que a mí sí que me ha pasado algo; cuando te estafan no sólo te quitan algo, sino que te echan encima la estupidez social. ¿Y qué decir del sobrecito con las dos balas en la vorágine de la campaña electoral? ¿Hubo devoto que no echara su cuarto a espadas pidiendo luz y castigo al culpable? Pues resultó, como en el verso, que “fuese y no hubo nada”.

Ahora el batallón de bomberos pirómanos ha salido de caza mayor. Una ley de memoria histórica democrática, ahí es nada. Aplicar la legislación a la memoria fue una obsesión de regímenes que resulta saludable para la salud mental no señalar, pero es que además constituye una empresa imposible, porque si hay algo vivo, complejo, desasosegante, es lo que nos acerca a la memoria. La literatura desde que existe como tal está empeñada en ello. Podrían aliviar la pretenciosidad de la propuesta precisando que se trata de retirar los símbolos de la dictadura y acabar de una vez con esa necrofilia ligada a las cunetas de los fusilados, paseados y asesinados. Fríamente considerado el culto a nuestros muertos es una inclinación religiosa, populista y hasta freudiana que no comparto. Donde están los huesos no queda el recuerdo, está otra cosa que sería complejo de explicar aquí. Dicho esto, cabe añadir que las manifestaciones icónicas de la dictadura deberían ser retiradas y los restos de nuestros desaparecidos deberían devolverse a sus deudos. Esta obviedad, a la que nos podemos sumar sin arrebatarnos, si se hace ley se prostituirá y ahí empieza lo que dan en llamar Memoria Democrática, un ente grandilocuente y vacío donde cada cual echa lo que le acucia.

Los que escribimos en los diarios tenemos una conciencia muy clara de lo que es manipular, otra cosa es que no osemos manifestarla

Por favor, no incendien la pradera para luego demostrar que la prendieron unos cerilleros y sobre todo no sigan con la canción descangallada de que no se hace con Franco muerto lo que sí hicieron con Hitler y Mussolini. Franco murió en la cama rodeado plácidamente de los suyos y sus restos fueron homenajeados por miles, millones podríamos precisar, en unas sesiones que deberían emitirse en seriales televisivos para enseñanza de olvidadizos. Segundo y fundamental, si Franco murió en la cama después de una trayectoria de criminal de guerra y de paz fue porque los EEUU apoyaron al régimen hasta sostenerlo, incluso con una notable estela intelectual encargada de explicar que no se trataba de un régimen totalitario sino autoritario. ¿Les suena?

La rebelión de los nietos, que apenas alcanza más allá de la memoria desnaturalizada de sus padres, tiene los visos de un juego en la playstation. En palabras vulgares pero muy pedagógicas: no es lo mismo buscar la gallina de los huevos de oro que tocarle los huevos al personal. Si quieren hacer que la derecha se radicalice, que sea por un motivo político que alcance a las personas, no a las memorias, íntimas e intransferibles.

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