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Opinión

No se podía saber

No se podía saber

Benjamin Franklin aseguraba que la negligencia es causa de las mayores desgracias y, como ejemplo, citaba la historia del clavo: por un clavo se perdió la herradura, por la herradura se perdió el caballo, por el caballo se perdió el caballero y así hasta llegar a la pérdida del reino. Imaginen sí, además, clavo, herraduras, caballos y caballero se pierden por culpa del responsable, por estupidez o, peor todavía, por mala fe. Ya puede el Gobierno asegurarnos que lo sucedido en España no se podía saber, porque ellos sí lo sabían y mintieron, ocultando a la población el riesgo que supuso no tomar medidas hasta que fue demasiado tarde. Son tan estúpidos y vacuos que se contradicen en sus propias declaraciones sin rubor alguno. El tal Simón, que ni es doctor ni tiene el MIR ni es experto más que en surfear sobre las olas de muertos, declaraba el otro día que en enero estaba haciendo horarios de catorce horas. Es el mismo que antes del ocho de marzo, el día de la infamia, aparecía diciendo que no desaconsejaría a un hijo suyo que acudiese a la manifestación de las nuevas damas del ropero en su versión 2.0.

Es el mismo Simón que no creía que la covid fuese algo más que una gripe un poco más severa, el que no consideraba imprescindible el uso de la mascarilla, el que estaba confiado en que en nuestro país no iban a existir más que unos pocos contagiados. Es el experto que nos han estado intentando colar como la voz de la ciencia en este despropósito de gestión sanitaria. Ese Simón que forma parte de la tríada, junto a Sánchez e Illa, que nos ha largado tantos embustes que sería preciso un monográfico para contabilizarlos debidamente. No se podía saber, pero lo sabían, y silenciaron al que quiso decirlo, como el responsable de riesgos de la Policía, fulminado en enero. Ese enero en el que Simón trabajaba catorce horas. El mismo enero en el que no se podía saber.

Nosotros sabíamos lo anteriormente dicho y algo más: que son un banda, como los retrató Albert Rivera

Es Simón, Sánchez, Illa e Iglesias, son las ministras y son los medios de comunicación afines que se reían y calificaban de fachas a quienes advertíamos del peligro que suponía ese virus, atendiendo a lo que pasaba en China o, más próxima a nosotros, en Italia, quienes ahora deben rendir cuentas. No se podía saber es el mantra que nos inoculan para contagiarnos del peor de los virus, el de la estupidez de la masa aborregada, siempre dispuesta a creer lo que dice el capataz del cortijo. No admiten ninguna responsabilidad por los miles y miles de muertos, por los que sobrevivieron y empiezan a sufrir las secuelas de haber estado contagiados, por no haber comprado mascarillas, respiradores, por practicar la política de la mordaza en los medios, por ocultar compras vergonzosas a precios superiores al del mercado, por no tomar medidas eficientes, por inventarse comités de sabios. Con dos cojones o dos ovarios, que en la España de ahora es más importante el género que los cadáveres. Tampoco sabían lo que iba a suceder cuando, finalizado el estado de alarma, se lavaron las manos dejando a las autonomías a su suerte y con ello a quienes vivimos en ellas, en un Estado que ya no existe porque está dividido en taifas donde cada uno hace lo que le da la gana. No podían saber, pobrecitos, que Sánchez e Iglesias, con familiares contagiados, debían guardar cuarentena, no podían saber que, sin bajar impuestos y condonar deuda a los autónomos, la economía se iba a ir a hacer puñetas, que sin un firme apoyo a la industria turística el sector que aporta más dinero al PIB iba a desplomarse. No podían saber que delegar en los CAP era condenar a la sanidad pública al colapso, no podían saber que en Europa están hartos de este Gobierno propagandista y dictatorial.

Nosotros sabíamos lo anteriormente dicho y algo más: que son un banda, como los retrató Albert Rivera, y que del amasijo de sanchistas, podemitas, separatas y proetarras nada bueno podía salir. Me gustará ver como algún día, y ojalá llegue pronto, se enfrentan a la Justicia bajo cargos de negligencia, malversación de fondos e imprudencia criminal.

Será interesante traer de Alemania o Italia a expertos que digan que tampoco podían saber lo tremendo de la pandemia, pero supieron actuar como se espera de los poderes públicos. Ojalá ese día llegue pronto porque su ignorancia, auténtica o falsa, es nuestra muerte como sociedad.

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