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Opinión

Tenía razón la plaza de Colón

Los sondeos envían a Sánchez al despeñadero mientras la derecha se reagrupa y crece. El 4-M fue algo más que una fecha

María San Gil: "La foto que se hizo en su día en Colón es fantástica"
Panorámica de los líderes políticos en la manifestación de Colón en febrero de 2019.

Tenían razón. Los de Colón tenían razón. Les llovieron burlas y denuestos cuando, hace dos años, denunciaron trágalas y componendas del Gobierno con los sediciosos del procés. Los predicadores de la pacificación y apóstoles del ibuprofeno respondieron con insultos e ironías: "El trifachito alucina, dice que España se rompe". La plaza de Colón pasó a ser 'la foto de Colón', paradigma del facherío que la izquierda reaccionaria, valga la redundancia, convirtió en escupidera. Cs, PP y Vox, representantes del voto de media España, frenaron con su iniciativa la mesa negociadora con los independentistas y con "relatores internacionales" que ya estaba en marcha.

Tenían razón. Ganaron el primer asalto. Ahora vuelven impulsados por un grupo de guerreros de la libertad. Ahí empujan Savater, Rosa Díez, María San Gil... y otros. Ya están redactados los indultos, y los golpistas, a punto de la excarcelación. El delito de sedición pasará a la historia y Puigdemont volverá a casa tan campante desde Waterloo. No eran inflamadas alucinaciones de la derecha, ni enormidades de trinchera o soflamas de la legión. Los hechos le han dado la razón. Colón acertó. Sus advertencias se concretan, sus denuncias cobran cuerpo, sus temores no eran vanos. El proceso de sacralizar a Cataluña como una región donde no rige la ley ha entrado ya en su fase decisiva.

Ahora enarbolan la teoría de 'las cuatro cos'. Los indultos serán un bálsamo para el país ya que vienen cargados de un capazo de 'concordia, cohesión, conciliación y convivencia"

Han desempolvado el viejo arsenal. “Halcones del PP, fascistas, trifachito, carcundia, ultraderecha...” Los heraldos propagandísticos de la Moncloa recitan de nuevo la inevitable letanía, ya oxidada. Escuchan el nombre de Colón y, como Pavlov, exhalan espumarajos en forma de apolillados insultos. Se frotan sus manos vacías y aplauden con cerril entusiasmo. Vuelta a las andadas.

El 4-M produjo en la izquierda una conmoción de la que apenas se ha recuperado. Pablo Iglesias permanece oculto semanas después de su dimisión. Ángel Gabilondo retornó quizás a algún convento. Iván Redondo flirtea con los barrancos y Pedro Sánchez encarga una ración de indultos. Es su manera de recuperar una iniciativa que los sondeos le niegan. De sacarle brillo a su perfil descascarillado. De mantenerse a flote hasta el final de la legislatura.

Obsequiar con un indulto a los sediciosos que le sostienen en el Gobierno es una apuesta muy arriesgada. El Supremo ha dicho que no. La Fiscalía, que tampoco. La opinión pública, que ni loca. Sánchez, sin embargo, está decidido. La factoría de ficción de la Moncloa ha puesto en marcha su maquinaria para convertir la afrenta en acierto, el desvarío en victoria.

Es tan pobre el argumentario del sanchismo que, de no ser por su pérfida toxicidad, movería a la lástima. Pretendieron primero equiparar la acción de la Justicia con la venganza y la revancha. Un intento indigerible que desecharon raudo porque se les volvía en contra. Buscaron luego una vía más técnica, casi ininteligible. Los expertos de Campos, ministro de Justicia, enarbolaron la versión de un indulto 'rápido, reversible, limitado', como si fuera la publicidad de crédito hipotecario. Nuevo intento fallido, como aquí dejó escrito Guadalupe Sánchez. Ahora enarbolan la teoría de 'las cuatro cos'. Los indultos serán un bálsamo para el país ya que vienen envueltos en un pegajoso mejunje de 'concordia, cohesión, conciliación y convivencia". Una ocasión histórica, pregonan. La hueca palabrería que cincela el torpe ingenio del gurú de Presidencia, marketing emocional de baratillo, eslóganes de crecepelo, consignas todo a cien.

Se pretendía un nuevo Zapatero, que logró el desarme de los terroristas de ETA. Ahora quiere ser Toni Blair, muñidor del armisticio de Irlanda del Norte. Mañana, quizás, aspire a Obama y al Nobel de la Paz

Las urnas están muy lejos, piensa Sánchez. Después del verano, la tormenta habrá escampado. La memoria social es muy frágil. Nadie escapa a una buena sesión de bombardeo mediático. Hace dos años, el presidente del Gobierno renegaba de los indultos como Belcebú del Santísimo, y prometía detener a Puigdemont y traerlo de vuelta a casa. “Las circunstancias han cambiado”, excusan las cacatúas del oficialismo social-peronista, mientras recitan 'colón, colón, colón", como un coro de cencerros rayado.

Sánchez está convencido de que, mediante estos forzados artificios, logrará seducir a los secesionistas y, de este modo, se convertirá en Pedro I el Pacificador. En un principio se pretendía un nuevo Zapatero, que logró el desarme de los terroristas de ETA. Ahora quiere ser Toni Blair, muñidor del armisticio en Irlanda del Norte. Mañana, quizás, aspire a Obama y al Nobel de la Paz.

El problema es que sus artificios ya no cuelan, sus miserables astucias no calan, sus mensajes se ignoran y sus proclamas se desprecian. Desde el último Colón, que afectó electoralmente al PP pero no le pasó factura a la derecha, Sánchez ha perdido credibilidad, se ha convertido en su propia caricatura. Los sondeos le envían al despeñadero, mientras la derecha se reagrupa y crece. El 4-M fue algo más que una fecha y que una urna. Fue la réplica estruendosa e incontenible del espíritu de Colón.

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