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Opinión

La pérfida y finiquitada Castilla

Lo peligroso es la pretensión de algunos independentistas españoles de atraer a Portugal a la discusión sobre la configuración nacional de la península

El primer ministro de Portugal, Antonio Costa (i) y el presidente de España, Pedro Sánchez.

El pasado 28 de octubre se celebró en Trujillo la cumbre Hispano-Lusa. Por el ambiente y por los resultados, hoy podemos afirmar que quizás estemos ante el mejor momento en las relaciones entre ambos países. Pero hay que distinguir las buenas relaciones institucionales de la densidad o la calidad del conocimiento entre ambas sociedades. Las buenas relaciones entre los gobiernos no implican por sí solas un paralelo clima en las relaciones sociales, culturales o económicas. Esa reiterada constatación del buen momento de las relaciones no pueden ocultar todas las cuestiones que hayan afectado, afecten o puedan afectar a nuestras relaciones peninsulares.

Subsisten problemas en nuestras relaciones, muchos de los cuales pueden encuadrarse bajo el concepto común de asimetría. Hay entre España y Portugal diferencias de escala obvias, como las geográficas o demográficas. Hay también diferencias que apuntan a la homogeneidad cultural o identitaria. Y las hay derivadas de la Historia o de la geopolítica. Se trata de un campo de juego que hay que balizar y reconocer para, partiendo de esa realidad asimétrica, construir un futuro conjunto.

Sigue existiendo ciertas asimetrías en la información; una gran atención en los medios portugueses por todo lo que pasa en España y una cierta desatención de los medios españoles sobre la realidad portuguesa, como se ha puesto de manifiesto en la información mediática sobre la citada cumbre. La lectura que se hace desde Portugal de esa desatención es que forma parte del carácter orgulloso de los españoles, una herencia histórica.

Mientras España se ha descentralizado territorialmente de un modo profundo e irreversible, Portugal conoció en 1998 un rechazo en referéndum a un tímido intento de regionalización

También existen asimetrías político-administrativas, debido a nuestra diferente configuración regional, que se sienten sobre todo en las relaciones de frontera, en las que el nivel de interlocución política es muy diverso. Mientras España se ha descentralizado territorialmente de un modo profundo e irreversible, Portugal conoció en 1998 un rechazo en referéndum a un tímido intento de regionalización casi puramente administrativa.

Las relaciones entre España y Portugal deben ir mucho más allá de las relaciones entre sus mercados o empresas. La península es mucho más que un mercado, es también una sutil, todavía tenue y a veces desordenada, trama de relaciones psicológicas, sociales, culturales e incluso sentimentales. Se trata de dos Estados, de los más viejos de Europa, con historias y culturas poderosas y pujantes, con sociedades muy vivas, con personas que quieren conocer y querer, y no sólo comprar y vender. Las relaciones económicas son importantes, qué duda cabe, pero si se crean y se sostienen sobre bases agusanadas por prejuicios, tópicos, desconocimientos y temores, pueden alejar más que acercar.

Otra asimetría a explorar es la cultural o nacional, si así se prefiere. Portugal es culturalmente muy homogéneo y no tiene problemas identitarios ni en su conjunto ni en sus territorios. Por el contrario, España es un Estado que engloba realidades culturales e identidades diversas cuyas relaciones a lo largo de la historia han pasado por todo tipo de avatares. Y ese es un estatus que debe ser preservado a toda costa.

La mayoría de las regiones europeas pagarían para disfrutar de la autonomía política, económica, fiscal y lingüística de que disfruta Cataluña

Superar la desigual pareja actual a costa de la partición del más grande, creando más interlocutores estatales en la península, puede ser un sueño legítimo para los nacionalistas periféricos españoles. Lo peligroso para las relaciones es la pretensión de algunos independentistas españoles de atraer a Portugal a la discusión sobre la configuración nacional de la península, a la que conciben como un espacio repleto de naciones sojuzgadas por una tan pérfida como finiquitada "Castilla".

Desde minoritarios sectores de las izquierdas portuguesas, imbuidos por el pasado colonial, se percibe un cierto aroma que intenta trasladar la idea de que un pequeño núcleo de población en España sufre la opresión de un poder central no tan democrático como debiera, lo que les concedería el derecho a la autodeterminación. Ese derecho a la autodeterminación es completamente falso e inconstitucional. ¿Quién que tenga apenas un poco de familiaridad con Cataluña puede, sin sonreír, afirmar que su nacionalidad es esclavizada; su libertad, conculcada; su pueblo, exprimido? La mayoría de las regiones europeas pagarían para disfrutar de la autonomía política, económica, fiscal y lingüística de que disfruta Cataluña. Y de su prosperidad.

Aprovechar el momento

Esas invitaciones para que Portugal examine, participe o actúe en nuestras tensiones nacionales españolas es algo que podría ser letal para el actual clima de excelentes relaciones de cooperación en todos los niveles. Ninguna debilidad de mi socio ibérico me interesa estratégicamente, debería ser la consigna.

Y este es a grandes rasgos el marco en el que tienen que operar todas las instancias, entidades o instituciones encargadas desde cualquier perspectiva de las relaciones o la cooperación con Portugal. Conociendo esas asimetrías, potenciando las que sean funcionales y limando las asperezas que creen las que no lo sean, pero recordando siempre que estamos en un momento histórico de excelentes relaciones, un momento que tenemos que aprovechar para da un impulso definitivo a nuestras relaciones tanto en cantidad como en calidad.

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