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Opinión

El peligro amarillo

Archivo. Un ciudadano coloca un lazo amarillo.

No me refiero a la amenaza asiática tan sobada en novelas de aventuras. Hablo de la plaga de lazos amarillos, de cruces amarillas, de la invasión del pensamiento totalitario que vivimos en Cataluña. De momento, en Arenys de Munt piensan multar a quienes se atrevan a retirar la parafernalia separatista.

La madre de todos los referéndums

Arenys de Munt lo ha decidido en un pleno municipal. Allí manda Esquerra, y, cuando su alcalde Joan Rabasseda propuso multar con doscientos euros a cualquiera que retire lazos amarillos o cualquier otro símbolo independentista de las calles, obtuvo el apoyo entusiasta de los concejales del PDECAT, de las CUP y, ¡oh!, Pedro Sánchez, del propio PSC. Ciudadanos no tiene representación municipal y el PP, lógicamente, se opuso. Es el primer pueblo catalán que adopta tal medida, un precedente que no dudamos tendrá dentro de poco numerosos seguidores.

Se trata de prohibir el derecho a que las gentes retiren lo que otros cuelgan. Y se amparan en una frase ciertamente curiosa “Lo que colocan los ciudadanos de día no lo pueden retirar unos encapuchados por la noche”. El probo munícipe de Arenys de Munt, que es quien ha dicho tal cosa, desconocerá los palos de encapuchados separatistas a jóvenes de Societat Civil Catalana en la universidad, o no tendrá mucha idea de los encapuchados que, año tras año, queman banderas españolas y fotografías del rey en nombre de Terra Lliure en el Fossar de les Moreres cada víspera de la Diada. El alcalde, que no duda en tildar a los Grupos de Defensa y Resistencia, los que suelen limpiar de lazos las calles, de “franquistas y fascistas”, dice que buscan la confrontación. Vaya por Dios.

Ignoramos si Miquel Iceta comparte el criterio del alcalde de Esquerra, aunque no se conoce que haya desautorizado a los suyos en el ayuntamiento. De todos modos, ni sería el primero ni el último caso en el que dirigentes locales del PSC se posicionan al lado de estos amorosos y alegres dirigentes separatistas. Que la actual alcaldesa socialista de L’Hospitalet, Nuria Marín, se apresurase a decir que estaba a disposición del presidente de la Generalitat Torra para colaborar en lo que fuese necesario es algo más que una metedura de pata. Excusamos hablar de otra alcaldesa socialista, la de Santa Coloma, Núria Parlón, que se ha mostrado siempre al lado del proceso, de los referéndums y de lo que haga falta. Qué lejos quedan los tiempos en los que Celestino Corbacho y Manuela de Madre eran alcaldes de L’Hospitalet y Santa Coloma, respectivamente, por un PSC que podía decir con la cabeza bien alta que respetaba la ley sin dejar por ello de ser de izquierdas. Que lo uno va con lo otro.

Pero el bienquedismo socialista es lo que está de moda entre las huestes de Iceta, llegando a desoír al propio Sánchez en asuntos tan graves como la prórroga del 155 o la calificación por parte de éste a Torra como un Le Pen catalán.

Si grave es que los que vulneran la ley se atrevan a castigar a quienes la defienden, más grave es aún la esquizofrenia que padece el socialismo catalán. O, a lo mejor, no es esquizofrenia. Es, pura y simplemente, la estupidez del siervo al que le gusta que el amo le abofetee.

Todo empezó con las consultas de Arenys

Que sea este municipio y no otro el primero en pronunciarse públicamente acerca de la represión de los constitucionalistas no es sorprendente. En Arenys nació el movimiento de consultas populares acerca de la independencia el 13 de septiembre del 2009, que, posteriormente, desembocó en los pseudo referéndums de Artur Mas y Carles Puigdemont. Como esa localidad está considerada la “cuna del independentismo”, los separatistas locales deben sentirse especialmente cabreados al ver como conciudadanos suyos se rebelan, plantan cara y se atreven, en uso de su libertad, a dejar claro que no están dispuestos a aceptar la exhibición apabullante de una ideología que se caracteriza por la división, la fractura social y el supremacismo.

La resistencia a la inercia separatista ha comenzado y todo parece indicar que es imparable. No ha sido preciso convocar grandes manifestaciones ni subvencionar grandes organizaciones, ni siquiera proclamar días históricos. Ha sido la gente de a pie, la gente de la calle, la gente normal la que ha decidido decir basta. Lo hemos visto en las playas catalanas, repletas de cruces amarillas, en las que las buenas gentes de este país han decidido retirarlas, porque están hartos de que la siniestra imaginería procesista invada hasta los más pequeños e inocuos espacios de ocio para ellos, para sus hijos, para sus nietos. “Así haremos visible el proceso ante los turistas”, dicen los CDR y sus adláteres, cuando lo único que consiguen es que los propios turistas se enfaden al verse privados de su lugar de descanso. Ocupación ilegal de espacio público, se llama a eso.

En Arenys pueden multar con doscientos pavos a quien retire lazos, claro, y el ex alcalde de Arenys de Munt, un señor que ha catalanizado su apellido Jiménez por Ximenis, puede decir “Les vamos a plantar cara a los limpiadores de la república catalana” y quedarse tan acho. Claro que sí, guapi. Pero tú seguirás siendo hijo de aragoneses, cosa que debería llenarte de orgullo – servidor es nieto por parte de madre de mañica nacida en Alcolea del Cinca -, y no tienes ni vas a tener república catalana por más represión municipal que organicéis en tu pueblo.

La gente que bastante tiene con salir adelante con sus escasos medios, sus trabajos a precario, sus hipotecas que les roban la sangre, sus hijos que no encuentran trabajos dignos, esas gentes son las que no podréis frenar jamás. No es el tribunal constitucional, ni las leyes, ni la constitución ni, mucho menos, el gobierno de Rajoy o los socialistas de Iceta. Es el pueblo quien se bate el cobre frente a vosotros en las playas de Llafranc, Canet de Mar, Port de la Selva o Cadaqués, arrancando cruces símbolos de muerte, de opresión, de asfixia separatista. Es la gente que está harta de ver ondear esteladas en los balcones de sus ayuntamientos, de ver como desde la casa de todos los vecinos se cuelgan lazos amarillos – Colau, ¿te enteras? -, la gente que sabe que de sus impuestos se pagan los sueldos de todos estos irresponsables, mientras que ellos a duras penas consiguen llegar a día quince de cada mes.

El amarillo de la envidia, de la ictericia, el que no augura nada bueno en una representación teatral, ese amarillo que cuando está solo no es más que canallería

Multaréis, pero no convenceréis ni ganareis, porque la perversión a la que habéis llevado a la sociedad catalana es de tamaña bastardía que acabareis por quedar arrojados a un lado. Decía el otro día que el separatismo tiene ahora como objetivo los ayuntamientos, y no es en menor medida que sea por este tipo de cosas. Culpabilizar y convertir en delincuentes a ciudadanos que solo desean que se cumpla con la ley, dando todo tipo de ventajas a golpistas, okupas, radicales, permitiendo que barrios enteros caigan en la degradación de los narcopisos, de las mafias organizadas, es el síntoma de que vuestra propia corrupción acabará por ahogaros. No existe ninguna ANC o ningún Ómnium que vaya sacándose de la manga cientos de miles de euros para sufragar fianzas fabulosas, ni siquiera esos míseros doscientos euros, pero los constitucionalistas tenemos algo mejor a la hora de afrontar las multas de la vergüenza: dignidad de no sustraer al erario ni un solo euro. Es muy fácil dárselas de revolucionario separatista sabiendo que, o bien te pagan la fiesta aquí o te la pagarán igual si huyes como un cobarde al extranjero.

Existe un peligro amarillo, el mismo que llevó a adjetivar con el mismo color a los sindicatos de pistoleros profesionales con los que se enfrentaban los obreros en los turbulentos años veinte. El amarillo de la envidia, de la ictericia, el que no augura nada bueno en una representación teatral, ese amarillo que cuando está solo no es más que canallería. El amarillo de poner multas simplemente por pretender que se cumpla la ley, que es lo que nos hace iguales a todos.

Claro que para estas gentes ni somos iguales ni somos arios todos los que vivimos en Cataluña. A Dios gracias, añado.

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