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Opinión

Pablo Iglesias se apropia de Moncloa ante la que se le viene encima

El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias.

A Isabel Celáa le multó la Junta Electoral hace unos meses por utilizar la rueda de prensa del Consejo de Ministros para recitar consignas. Fueron 2.200 euros los que tuvo que apoquinar por poner el poder Ejecutivo al servicio de su partido. Poca cosa para lo que se puede ganar en unos comicios. Al diablo con Monstesquieu.

Digamos que la sanción no tuvo un efecto disuasorio para el Gobierno, pues Pablo Iglesias ha comparecido este martes 'en el mismo sitio y a la misma hora' para anunciar a los españoles la prórroga del llamado “escudo social”, que incluye varias medidas -necesarias en este momento- relacionadas con la prórroga de los contratos de alquiler de la vivienda habitual, la moratoria del pago de hipotecas y la garantía de suministro de gas, agua y electricidad.

En otras palabras, el vicepresidente de Asuntos Sociales ha aprovechado la ocasión para organizar un mitin televisado e intentar remontar el vuelo de cara a las elecciones de Galicia y País Vasco del próximo domingo, cosa que no parece sencilla si se tiene en cuenta que las encuestas advierten del golpe que se va a pegar su partido con respecto a 2016.

La salud de Iglesias

Quizá la insoportable soberbia del aludido le impide tomar plena consciencia de su salud política, que es más endeble de lo que piensa. De hecho, su fortaleza se explica en la relación de simbiosis que mantiene con Pedro Sánchez, que se configuró por interés mutuo, pero que tarde o temprano se romperá. Entonces, se apreciará con una mayor claridad la falta de vigor de Iglesias, cuyas recetas y cuyas formas hoscas están impregnadas por un sabor cada vez más repelente.

Saltó a la fama por el poder de atracción que genera el discurso populista en quienes no atraviesan su mejor momento, pero cada vez está más cerca de encarnar al doctor Moriarty de la política española. Entonces, una buena parte de sus palmeros mediáticos aterrizarán en el PSOE y, como siempre ocurre, aquí paz y después, gloria.

En la rueda de prensa de este martes ha comparecido con su habitual tono paternalista, que siempre es inherente a los líderes que se creen, al menos, un escalón por encima del pueblo. Todo forma parte de esa estrategia tan siniestra que consiste en limar las torres más altas para que ninguna destaque por encima del Gobierno, que se atribuye el papel de gestor de los problemas de cada individuo y de cada familia cuando, en realidad, no está llamado a esa función, sino a la de manejar la diplomacia y el dinero público para resolver -o aplazar- los problemas del país y velar por el interés general.

Por eso, Iglesias alude a las dificultades de las familias para “llenar la nevera” y critica el discurso de quienes, en ese contexto, culpan a los ciudadanos de “no haberse esforzado lo suficiente” (¿Quiénes?). La idea es transmitir que es el Estado quien va a solucionar sus problemas, en la que constituye la mayor y más cruel mentira de la política, pues, pase lo que pase, ningún gobernante va a solucionar las penurias y las enfermedades de nadie, salvo de sí mismo. Y, cuidado, aquí no se cuestiona en absoluto la necesidad de las medidas aprobadas hoy, en esta situación excepcional. Aquí se señala la malicia de un discurso con el que un líder trata de erigirse en una especie de working class heroe sin ruborizarse.

Utilizar la sala de prensa de Moncloa para mezclar los intereses del poder Ejecutivo con los de su partido resulta intolerable a todas luces

Es imposible determinar con exactitud la fuerza del golpe electoral que sufrirá Podemos el próximo domingo -si aciertan las encuestas- y el efecto que tendrá sobre la relación de las dos fuerzas del Gobierno. Ahora bien, es innegable que cada una de sus burlas a la democracia genera una falla en el Estado de derecho que siempre resulta difícil sellar. Por eso, utilizar la sala de prensa de Moncloa para mezclar los intereses del poder Ejecutivo con los de su partido resulta intolerable a todas luces.

Habría que empezar a pensar si esta gente tiene algún aprecio por las reglas del juego o si está dispuesta a pisotear los derechos adquiridos para mantener su posición privilegiada. Pablo Iglesias no es el único culpable, también lo es Pedro Sánchez, quien ha permitido a su socio de Gobierno convertir, por unos minutos, el Palacio Presidencial en la sede de un mitin. Quizá pensando en coaliciones. Eso es lo único importante.

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