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Opinión

El pedrusco de la Moncloa

Debe de haber un pedrusco de dimensiones considerables en la puerta del palacio de la Moncloa, porque sólo así se puede entender que, 16 años después, Pedro Sánchez haya tropezado en la misma piedra que el anterior socialista que ocupó esa casa, José Luis Rodríguez Zapatero.

Ha bastado apenas un mes desde la investidura de Sánchez para que en Washington hayan saltado todas las alarmas por el viraje de España en política exterior, y especialmente en sus relaciones con Venezuela. Justo lo mismo que pasó con Zapatero, si bien él fue todavía más rápido en tocarle las narices al amigo americano: al día siguiente de su toma de posesión anunció la retirada de las tropas españolas en Irak.

Aquella decisión estuvo precedida unos meses antes por un pésimo gesto de Zapatero, al no levantarse al paso de la bandera estadounidense durante el desfile militar del 12 de octubre de 2003. Y ambas actuaciones dejaron a España prácticamente sin relación bilateral con la primera potencia del mundo durante varios años.

De hecho, mientras George W. Bush estuvo en la Casa Blanca, jamás perdonó a Zapatero, quien tuvo que esperar hasta octubre de 2009 para ser recibido oficialmente en la residencia del presidente de EEUU, aunque ya con Barack Obama en el cargo.

Delcy, el detonante

Ahora, un nuevo mandatario español vuelve a caer en los mismos errores. Es verdad que durante el primer año y medio de Sánchez en La Moncloa las relaciones entre España y Estados Unidos han sido moderadamente cordiales, pero el pasado 20 de enero todo se truncó de repente. Esa madrugada, el ministro de Transportes y número tres del PSOE, José Luis Ábalos, se vio en Barajas durante una hora y media con la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, hasta entonces vetada tanto en EEUU como en suelo europeo.

La cita, desvelada en primicia por Vozpópuli, escandalizó en Washington, no sólo por el evidente trato de favor a la mano derecha de un sátrapa al que la comunidad internacional le quiere mover la silla desde hace tiempo, sino por lo que luego se ha ido filtrando sobre el contenido de la conversación.

En ese sentido, en EEUU molesta especialmente que el Gobierno español pueda estar mediando para que la petrolera Repsol se quede con una parte de la compañía venezolana PDVSA, que explota en régimen de monopolio el crudo del país pero cuya tecnología se ha quedado completamente obsoleta para extraerlo, de ahí que necesite la ayuda de las multinacionales extranjeras.

Amenazas

Tanto la reunión con Rodríguez como el flirteo de Repsol obligaron al embajador estadounidense en Madrid, Duke Buchan, a solicitar la semana pasada un encuentro con dos ministras del Gobierno de Sánchez. Y como resultado se anunció una llamada telefónica a la titular de Exteriores, Arancha González, por parte de su homólogo norteamericano, Mike Pompeo

Las cosas empezaban a recomponerse pero, contra todo pronóstico, al día siguiente de la reunión Trump se encontró una amenaza directa en la portada del principal periódico de papel de España: como te pongas chulito, te quito las bases de Morón y Rota, venía a decir la información de El País.

La noticia cayó como un jarro de agua fría al otro lado del Atlántico, y ello obligó a EEUU a convocar el viernes por la noche una inusual rueda de prensa por videoconferencia para charlar con todos los periodistas españoles interesados. Y ahí es donde Washington se despachó sin piedad, acusando a Sánchez de violar las normas de la Unión Europea al dejar aterrizar a la vicepresidenta venezolana. Para rizar el rizo, resulta que a la misma hora Zapatero estaba en Caracas con Nicolás Maduro.

Malos augurios

Como es natural, lo sucedido estos últimos días no augura nada bueno. España debería tener enorme interés en llevarse bien con Washington, no sólo porque es la primera potencia del mundo, sino porque ahora mismo nos tiene planteados dos enormes desafíos: la subida de aranceles a los productos agrícolas y el veto a los directivos de empresas españolas con intereses en Cuba. Sin embargo, la respuesta del Gobierno español (recibimiento VIP a Delcy Rodríguez y amenaza de retirada de las bases) no ha podido ser más inoportuna y desproporcionada. Es más, siguiendo esa misma tónica ya sólo falta que España active cuanto antes la denominada tasa Google, el impuesto a las tecnológicas que tanto molesta a Trump.

Obviamente, no hay que convertirse en un lacayo del socio americano, pero tampoco se le puede tratar como si fuera un enemigo mientras se usa guante de seda con los representantes del régimen corrupto de Venezuela. Y ese es el problema moral que subyace del modus operandi de este Gobierno, que parece no tener muy clara su escala de valores. Como le cae muy mal Trump, opta por distanciarse de EEUU. Sin embargo, no tiene ningún reparo en abrazarse con Delcy Rodríguez. Y todo ello sin darse cuenta de que, por muy mal que te parezca Trump, es el representante de la democracia más antigua del planeta, la misma que acaba de encausarle en un ejemplar proceso de control presidencial del que finalmente ha salido indemne. En Venezuela, por el contrario, los rivales políticos de Rodríguez y compañía están en la cárcel, exiliados o, como Leopoldo López, refugiados en la embajada de España. Nada que ver.

Si Sánchez tampoco tiene claro que el lugar de España en la UE está al lado de Francia y Alemania, es que padece un profundo cacao mental

Sánchez se confunde de amigos. Apostando por Maduro, se aísla internacionalmente y, como consecuencia de ello, aísla también a España. De hecho, la posibilidad de que Caracas haya encontrado un aliado en la UE es motivo de preocupación ahora mismo en no pocas capitales del viejo continente. Y si a eso añadimos la intención del Gobierno de rechazar el eje francoalemán y de buscar otras alianzas para pilotar el club comunitario, como ha publicado Bernardo de Miguel en El País, el viraje en política exterior parece total. Si Sánchez tampoco tiene claro que el lugar de España en la UE está al lado de Francia y Alemania, es que padece un cacao mental del mismo tamaño del pedrusco ese que debe de haber en La Moncloa.

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