Quantcast

Opinión

Yo el Supremo

Al contemplar la escabechina en la que convirtió el presidente Pedro Sánchez su último cambio de gobierno no pude menos que evocar el título de la novela de Augusto Roa Bastos

Confinamiento y cogobernanza sin control: las medidas ilegales de 14 meses de alarma
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

Al contemplar la escabechina en la que convirtió el presidente Pedro Sánchez su último cambio de gobierno no pude menos que evocar el título de la novela de Augusto Roa Bastos. Hay quien la mete dentro del boom de la literatura latinoamericana y al autor entre las figuras de la época, pero ni es lo uno ni lo otro. “Yo el Supremo” apareció en 1974 y su nada fácil lectura la pone al margen de los García Márquez o Vargas Llosa; es un libro más citado que leído. Y su autor formó banda aparte hasta que se hizo muy mayor y le llovieron los premios, desde el Príncipe de Asturias hasta el Pablo Iglesias cuando el PSOE de González daba las últimas boqueadas.

Pero siempre quedará el título, todo seguido, sin coma, “Yo el Supremo”, como le gustaba que le llamaran a Rodríguez de Francia, quien fue dueño de Paraguay durante 26 largos años del siglo XIX. El Doctor Francia. Libertador, ilustrado, insaciable con el poder en un país con una inveterada mala suerte que le llega hasta hoy. No es que tengan paralelismos, imposibles de comparar por su época y sus circunstancias, pero ambos -Francia y Sánchez- alimentan una obsesión que les ilumina: el poder por encima de todas las cosas.

Resulta insólito que se dé noticia de un cambio ministerial un sábado en hora de telediario -entrar en directo, sin intermediarios- y con el añadido de no aceptar preguntas. Podía haber añadido que si había alguna duda a la mañana siguiente se la aclararía Carlos E(lordi) Cué del modo más pedagógico y admirativo en las páginas de El País, diario de lectura aún más obligatoria que el BOE. Uno produce las novedades y el otro las explica de manera clara y contundente. “Arrancar septiembre a toda máquina” (titular). No sé por qué la gente pide más. Son ganas de sacarle punta a todo.

De tanto repetir lo del dedo y la luna resulta que estábamos mirando la luna y se nos escapaba el dedo. Iván Redondo se había convertido en la mano que mece la cuna, o se lo había creído

De tanto repetir lo del dedo y la luna resulta que estábamos mirando la luna y se nos escapaba el dedo. Iván Redondo se había convertido en la mano que mece la cuna, o se lo había creído. Por un barranco, decía, se tiraría por un barranco si se lo pidiera su presidente. Dicho y hecho, se fue por el barranco y el presidente ni siquiera se paró para contemplar la caída; ya estaba amortizado, cumplió su papel y su contrato, ni siquiera era militante, sólo un mercenario. Le quedará un buen estipendio de retirada y la pelea editorial por que escriba unas memorias que serían su final. Los mayordomos no publican libros salvo cuando se retiran y Redondo no tiene edad ni intención de retirada.

No cayó porque se excediera, hizo siempre la voluntad de su dueño, ¡incluido el barranco!, pero su presencia resultaba excesiva en un momento en que el Yo el Supremo ha de asumir el absoluto. Negociar con la patronal catalana Foment, tan inclusiva y conciliadora desde que detectaron que había otro barranco para ellos, no es cosa que pueda hacer cualquiera, ni siquiera siendo ministro. El problema de Iván Redondo es que no tenía problema, pero ir siempre un paso por delante de las intenciones de un Ser Superior es asunto teológico, no político.

Lo verdaderamente cruel es lo de Ábalos. Incluso entre verdugos profesionales resulta excesivo. “José Luis, búscame tres alcaldesas de provincias; una levantina, porque ahí y en Cataluña están los semilleros de dirigentes que yo iré promocionando

Lo verdaderamente cruel es lo de Ábalos. Incluso entre verdugos profesionales resulta excesivo. “José Luis, búscame tres alcaldesas de provincias; una levantina, porque ahí y en Cataluña están los semilleros de dirigentes que yo iré promocionando. Otra catalana, de “la charneguía”, nada que venga de la parte alta del Ensanche barcelonés, y también necesito una mesetaria para el trato con las autonomías porque así evitamos los aviesos comentarios de la España cabreada”. Cumplió Ábalos como el sicario que siempre fue: la alcaldesa de Gandía, la de Gavá e incluso otra de Puertollano, manchega como el Quijote. Jijiji jajaja. Lo que no se esperaba el coleccionista de ambiciosas emergentes es que él haría las primeras gestiones y luego ¡puerta!

Mal asunto para explicar. Decir que cesó a Ábalos por sucio y chapucero sería improbable porque era mayordomo fiel y cumplidor. Quizá porque salpicaría a El Supremo en la Larga Marcha hacia la próxima victoria. Demasiados asuntos pendientes de resolución, algunos en Valencia, ahora que hay que salvar sobre todo al capitán Ximo Puig, que como viejo traidor a la causa -nunca apoyó a Sánchez hasta que fue presidente- es el más entregado de sus defensores. Pero es sabido que en Valencia siempre quedan algunos ninots sin quemar y al borde de que los incendien los tribunales.

Con Carmen Calvo se va Andalucía. Ya es tierra agostada para la política del PSOE veterano. Los restos del guerrismo están alicaídos y hasta cierto punto los ceses de Ábalos y Calvo tienen el mismo valor que la rotura de aquel matrimonio morganático González-Guerra que tantas glorias y fondos suministró en otro tiempo. Ahora el PSOE quedará en las manos vicarias de Adriana Lastra, una funcionaria del partido desde la primera comunión, escasa de luces, fiel al superior como monja de convento y de hablar pastoso que no logra hacerse con las palabras.

Contemplar a Óscar López de jefe del gabinete de El Supremo tras el huracán Redondo tiene algo de premio fin de curso, de esos que generan fiestas por no se sabe qué examen aprobado.

Contemplar a Óscar López de jefe del gabinete de El Supremo tras el huracán Redondo tiene algo de premio fin de curso, de esos que generan fiestas por no se sabe qué examen aprobado. Contar su trayectoria política exige dotes de eso que ahora se llama “escritura creativa”; en resumen, un pelota variable que juega a los caballos y una vez apuesta bien y otra mal, pero da lo mismo, nunca le quitarán el sueldo, alto de gratificaciones.

Los de Podemos ni tocarlos; allá ellos con sus batallones de asesores y sus preocupaciones trascendentes sobre el chuletón o la aparición estelar del mundo trans. A la ministra de Trabajo, que no es de Podemos, pero hace como si no se enterara de sus compañeros de viaje, le pone por encima al nuevo gran talento de la Nueva Economía -no sé qué quiere decir, pero lo aseguran-, Nadia Calviño. Me acuerdo de su padre, el nunca citado, que fue todo lo que un arrebatacapas puede ser en la vida: abogado tenebroso, masón, republicano con partidete, director general de RTVE, guerrista y sobre todo gallego. Un maestro de la prestidigitación política; lo conocí y puedo dar fe de ello.

Según definición de Sánchez, en su castellano ortopédico, Nadia Calviño es “una mente privilegiada económica”. Ella es la única luz que va a iluminar el camino de los millones europeos y volcar, o intentarlo, la irremisible trayectoria hacia el barranco. Al PSOE cabe mirarlo como una parodia de “Yo el Supremo” en pedestre literatura.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.