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Opinión

El muerto se libera de sus pesos muertos

Los barones del PSOE guardan silencio a la espera de "gestos reales" del separatismo
El presidente del Gobierno y secretario General del PSOE, Pedro Sánchez. Flickr PSOE

La España política ha vivido desde el 4 de mayo pasado a impulsos de un caballo desbocado, ha cabalgado a lomos de un tigre dispuesto a zamparse a su jinete. La eventualidad de que el triunfo de Díaz Ayuso en Madrid pueda replicarse en toda España, la posibilidad, más allá de las siglas que copan el espectro político del centro derecha, de que un movimiento transversal de rebelión ciudadana sea capaz de lanzar al basurero de la historia al gran perdedor de aquella jornada, quita el sueño al aprendiz de sátrapa que nos gobierna, quien, en auténtica huida hacia adelante, ha optado en las últimas semanas por acelerar el cambio de régimen con una auténtica batería de medidas legislativas (Ley Trans, Ley de Libertad Sexual, Ley de Seguridad Nacional que, en realidad, es una Ley de Defensa de Sánchez, una ley habilitante a la manera de la que en marzo de 1933 permitió a Hitler el asalto al poder de la República de Weimar), destinadas a consolidar ese cambio y hacerlo irreversible, vaciando de contenido la Constitución y abocando a España a ese futuro de incertidumbre que augura la España república federal o confederal, vaya usted a saber, un viaje a lo desconocido que en nada sería parecido al más largo periodo de paz que este país ha vivido en siglos de historia.

Concedidos los indultos a los condenados del 'procés' a un precio muy alto para el personaje, con un desgaste de imagen brutal, Pedro Sánchez, que como buen psicópata carece de sentimientos, se embarcó ayer en un cambio de Gobierno acompañado por un gran aparato eléctrico, con mucha pirotecnia de rayos y truenos, en tanto en cuanto salen del mismo sus tres pesos pesados, en realidad dos, más el hombre que en cocina ha preparado todos los guisos de este Ejecutivo con vocación vegana. Sale Carmen Calvo, el ama de llaves de Sánchez, una indigente intelectual aureolada con un doctorado en Derecho Constitucional dispuesta a tragarse sin pestañear los sables de los desafueros a la Constitución que su patrocinador tuviera a bien cometer en su camino de servidumbre a los socios que le auparon a la presidencia y le mantienen en el poder. Y sale un José Luis Ábalos, gañán con palillo entre dientes, un Sancho “apoyao” en el quicio de la mancebía de un puticlub de carretera, las luces de neón parpadeando entre la niebla de un incierto invierno, el tipo al que los checks and balances de un Estado de Derecho parecen “piedras en el camino” de la satrapía del jefe al que sirve, el don Vito que carga con las 40 maletas de Delcy Rodríguez y huye con ellas hasta vaya usted a saber dónde, el pícaro experto en la compra de material sanitario por empresa interpuesta, el financiero de los 53 millones girados a Panamá para una compañía aérea de la que nadie nunca había oído hablar. Sale un Ábalos convertido en una caja de bombas. Un Ábalos sospechosamente cesado. Ese Sancho Panza de nuestra profunda y abotargada España se larga con sus secretos, se supone que puestos a buen recaudo por el jefe que le jubila.

Lo anticipó Guadalupe Sánchez en este diario, nada menos que el domingo 4 de mayo, el mismo día en que los madrileños se disponían a emitir su voto. “Si las urnas confirman lo que anticipan las encuestas y Ayuso arrasa hoy, el mayor perdedor del 4-M no será Gabilondo, tampoco Iglesias. Ni tan siquiera Pedro Sánchez. Será Iván Redondo quien sufra en sus carnes los sinsabores de la derrota”. Acertó de pleno, si bien considerar a Redondo más afectado por el desastre que el propio Sánchez es minusvalorar la condición del ladino señor de los anillos sin cuya aquiescencia nada se hace o se mueve. La carrera política de Sánchez cambió de signo tras la operación de Murcia. Posiblemente aún no lo sepa, pero desde Murcia ese grajo vuela bajo, ese pájaro lleva plomo en las alas y será cuestión de tiempo que termine por dar con sus huesos en la tierra que nunca debió abandonar. Iván Redondo o el epitafio de un tipo que quiso jugar fuerte y perdió, y una despedida que da la auténtica dimensión del personaje, ese tarjetón de indignidad (“Hay que saber parar”) simulando que es él quien se va (a ganar dinero allende el Atlántico, se supone, con su expertise en destruir presidentes a este lado del charco), que nadie le ha despedido, nadie le ha dado con la puerta en las narices, revelando, también, que su relación amorosa con el amo era mentira, como aquí se encargó de contar en su día Luca Costantini.

Un cambio de Gobierno pobre, inane, muy lejos de dar sensación de fortaleza. Un Gobierno en el que permanecen auténticos e insignificantes pesos pluma y al que acuden nuevos e insignificantes pesos pluma. Sensación de que nuestro tiranuelo va a menos, de que el arco ha perdido fuerza y a la flecha le queda menos recorrido. Murcia paró en seco el ascenso de su estrella y esta remodelación marca el camino hacia su ocaso. El sanchismo pierde músculo, lamina sus propias defensas. Desaparece Redondo, el deus ex machina de este Ejecutivo, el responsable directo de lo único que ha funcionado en el Gobierno de este fatuo engreído hasta la náusea: el globo sonda, la mentira, la agitación, la propaganda… El presidente de un Gobierno especialista en la nada con sifón, maestro de los efectos especiales, ha decidido cepillarse al encargado de manejar el artilugio. Queda vacante el puesto de consejero delegado de esta empresa experta en la venta de humo. Nada bueno puede derivarse para la cuenta de resultados. Nada, desde luego, de un perezoso con menos luces que un barco de contrabando llegado de Valladolid. Todos se habían quemado en una borrachera de incoherencias y sobresaltos diarios, de escándalos pautados que han surtido el efecto de narcotizar a una ciudadanía ahíta de sustos, porque la barahúnda de hoy tapaba el tumulto de ayer. Unos ministros quemados, un Gobierno muerto. Y va el vampiro y prescinde de esos pesos muertos, cuando todo el mundo sabe que el verdadero muerto en esta España desquiciada es él.

Lo único que Sánchez ha vuelto a demostrar es que en el camarote de los hermanos Marx que es el PSOE solo manda él. El PSOE es hoy una agrupación de oportunistas sin escrúpulos en busca de recompensa o empeñados en la defensa de su momio. El PSOE es hoy Pedro Sánchez, un aventurero sin freno moral alguno al que el propio PSOE, aquel PSOE herido de muerte donde aún quedaba algo de vida, fue capaz de expulsar del partido cuando lo descubrió una noche manipulando una urna tras una cortinilla en la sede de Ferraz. Más que una remodelación, lo de ayer ha sido una masacre. De milagro no se ha cesado él mismo. Todos incompetentes menos yo, el de la tesis cum fraude. Su final está hoy un poco más cerca tras este nuevo paso en falso. Un final, sin embargo, que será largo y doloroso, traumático para España. Porque lo de ayer demuestra que el bandarra sigue tan prisionero, gustosamente prisionero, de Podemos (y sus amigos separatistas y bildutarras) como estaba por obra y gracia de la firmeza con la que Iglesias supo amarrar los pactos del Gobierno de coalición. Si al PSOE histórico le quedara algo de vida, si al PSOE de los Felipe, Guerra y compañía le quedara algo de aliento, se moriría del pasmo al contemplar al viejo PSOE de los 140 años de historia humillado, uncido al yugo que el gran timonel firmó con el comunista de la coleta y que hoy no puede sacudirse el fantasma de las Montero, Díaz, Belarra, Garzón y Castells.

Atado al mismo yugo de sumisión que arrastra a España por la deriva de la irrelevancia y, lo que es peor, el desguace. Ahora vendrá la despenalización de la secesión, la amnistía para los capos condenados del 'procés', la vuelta con honores de Puigdemont, y el referéndum de autodeterminación enmascarado de juegos florales de la España federal y pin, pan, pun. En el proceso de autodestrucción en el que camina España, el cambio de Gobierno de ayer es un asunto muy menor, por completo intrascendente. La flatulencia de un sátrapa convencido de poder hacer con sus servants no menos de lo que está demostrando ser capaz de hacer con España: vaciarla de contenido, ultrajarla, romperla. Como el viernes se encargó de lanzarle a la cara la presidenta madrileña, Díaz Ayuso, caminamos aceleradamente hacia un cambio de régimen cuyo sentido último es entronizar una nueva dinastía al mando del pícaro que hoy nos gobierna. Vale la pena repetirlo una vez más: la obligación de todo demócrata a fuer de liberal que se precie es hoy trabajar activamente en la desaparición de este impostor, cada uno en la medida de sus posibilidades, y no para volver al más de lo mismo, sino para consolidar la alternativa de una democracia con auténtica separación de poderes, una democracia donde no sean posibles nunca más los Francos, pero tampoco los Zapateros y mucho menos los Sánchez y, si me apuran, tampoco los Rajoy.

Una democracia que pase por un cambio radical en el PP y por la desaparición definitiva del PSOE. Este será el regalo que Pedro Sánchez Pérez-Castejón deje en herencia a este país. Un regalo como traca final. Sánchez será el Craxi español que acabe definitivamente con el PSOE, como el Craxi italiano acabó con el PSI. El François Hollande que acabó en Francia con el PSF. El sepulturero de un partido que volvió a la vida cual ave fénix tras haber estado desaparecido en combate durante 35 años de dictadura. Fracasada la vía socialdemócrata que Felipe González intentó apuntalar durante sus presidencias, El PSOE frentista, el PSOE largocaballerista resucitado por Zapatero y entronizado por el salteador de caminos que nos preside debe desaparecer definitivamente de la vida española. Lo explicaba Jesús Laínz esta misma semana: “Así comenzó la férrea complicidad entre la izquierda española (PSOE) y los separatistas (ERC). Juntos dieron el golpe de octubre de 1934. Juntos se presentaron a las elecciones de 1936. Juntos indultaron a los golpistas (Lluís Companys). Juntos lucharon en la guerra civil. Juntos compartieron exilio. Juntos organizaron en 1971 la Assemblea de Catalunya. Juntos se presentaron a las primeras elecciones democráticas de 1977 en la candidatura unitaria al Senado Entesa dels Catalans. Juntos han construido el régimen totalitario que hoy asfixia Cataluña. Y juntos pretenden acabar con la Constitución de 1978 y la Monarquía”. El PSOE refundado en Suresnes ha acabado, vuelta la burra al trigo, en una nueva alianza con comunistas y separatistas. No deberían seguir haciendo más daño a España.

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