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Opinión

El Sánchez exterminador

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez.

Isabel Celaá habría dícho "cul de sac", con ese exquisito acento francés que tiene la gente bien del mismo Bilbao. "Callejón sin salida” en castellano. Pedro Sánchez se ha adentrado en el fangal de la negociación con los sediciosos separatistas sin tener asegurada una vía expedita para alcanzar el acuerdo. Tan enmarañado y fosco aparece el tablero que recuerda incluso a El ángel exterminador, aquella película de Buñuel en la que, tras una festiva velada en una ampulosa mansión, ninguno de los exquisitos invitados osa abandonar los lujosos salones, así sin más. Lo intentan pero no pueden, como si toparan con un imaginario muro de cristal. Pasan las horas, y los días, y allí siguen, inmóviles en la sala del palacete situado, no casualmente, en la calle de la Providencia.

Poco a poco, los invitados comienzan a mirarse con recelo, a perderse el respeto, a pelearse, a abandonar la higiene, a pasar necesidades, hambre, hasta desembocar en una histeria colectiva e irracional. ¿Por qué no se ponen de acuerdo para, todos a una, escapar de ese angustioso suplicio?, le preguntaban al realizador aragonés. La condición humana

Le queda lo más endiablado, el trámite más peliagudo. Ha de seducir a ERC para completar la jugada, para desatascar la incierta investidura

¿Por qué no se ponen de acuerdo PSOE, PP y Cs para escapar de este escenario que puede resultar devastador? Sánchez, enmudecido y oculto, como un forajido tras perpetrar un crimen, se ha orientado de nuevo hacia el camino de Frankenstein. Cuenta ahora, eso sí, con el apoyo de Podemos, luego de entregarle cuatro o cinco carteras y ochenta o noventa altos cargos en la Administración. Pero le queda lo más endiablado: ha de seducir a ERC para completar la jugada, para desatascar su incierta investidura. "El otro histórico partido de izquierdas", osó definir Carmen Calvo a la formación por dos veces golpista. 

¿Hasta dónde llegará Sánchez en sus concesiones? Hasta el infinito y más allá. Lleva a gala su condición de político sin escrúpulos, capaz de consumar cualquier enormidad sin amagar un pestañeo. La estampa de María Chivite, en alegre compadreo negociador con Bildu, es la antesala del pacto de la ignominia que está a punto de suscribir. Urkullu, Otegi, Iglesias, Junqueras, son sus interlocutores, y quizás socios. Salvo que algo falle. La estabilidad de España pendiente de un partido que pretende dinamitar España. Tal es el espantable horizonte al que Sánchez pretende condenarnos. 

El estigma de la traición

Algunos espíritus recelosos confían en que, finalmente, el estropicio no se consume. Bastaría con que ERC, partido de enloquecidos y de cobardes, como tiene bien demostrado a lo largo de la historia, no preste su apoyo a Sánchez para evitar así el estigma del botifler. Una posibilidad que aún no debe descartarse. Entraría en juego, entonces, el 'plan B', que gira forzosamente en torno a Cs y PP. Ahora mismo, una opción imposible.

Dado lo desesperado del panorama, hay quien habla ya de terceras elecciones. Incluso le ponen fecha: el 29 de marzo. Sánchez está imposibilitado para convocarlas bajo riesgo de cavar su sepultura política. El líder socialista es el único que no puede pensar en volver a las urnas. Tres elecciones en un año, la apoteosis de la inutilidad. Sería como sacar un pasaje a los infiernos, un acto desesperado y fatal.

¿Y entonces? Pues el "cul de sac" de Celaá. El callejón sin salida. Vueltas y vueltas a la espera de que el Sánchez exterminador ponga fin al embrollo. Si es que sabe. En el film de Buñuel, los aristócratas encerrados, luego de penosos intentos fallidos, consuman un extraño sortilegio y logran abandonar, agotados y envilecidos, su prisión imaginaria de lujo mugriento. Sorpresivamente, un rebaño de borregos ocupa su lugar en el encierro. Típica metáfora del cineasta aragonés. Los únicos borregos que por aquí asoman son los dirigentes del PSOE, virtuosos en el balido y especialistas en el canguelo. Sí, parece que todos empiezan ya a perder la esperanza en mantener viva la nación. 

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