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Opinión

Y Pedro sacó el dóberman a pasear

Santiago Abascal, en el mitin de este domingo en Vistalegre.

Felipe González sacó el dóberman para arrancar su última victoria electoral. A José María Aznar lo despidieron con el dóberman. Pedro Sánchez acaba de afianzarse en el poder con el perro de marras.

Rivera y Casado, y sus equipos, han sido unos auténticos panolis. Han caído en todas las trampas de Don Iván Redondo y cía. Se avergonzaron de Abascal en la manifestación de la plaza de Colón. Trataron a Vox como si fuera un partido de parias. Aceptaron un debate con Vox omnipresente pero ausente. El ejemplo más evidente, y que da más vergüenza recordar, fueron las tonterías y falsedades que se han dicho sobre el voto del 1-1-1 al Senado; una idea que generaba una coalición natural de electores muy razonable.

Vox se ha configurado como la versión española de una derecha que está triunfando en medio mundo. Esta derecha hoy gobierna en los dos países más importantes de América y también gobierna en Italia, Hungría y condiciona de forma esencial la política británica y francesa, así como de más de media docena de países europeos, entre ellos, la pacífica Suiza. Tachar de fascista o ultraderechista (o carlista, como lo define un buen amigo) a este fenómeno es una simpleza, una consecuencia del histerismo en el ataque a la esencia del pensamiento único.

Vox jamás ha hecho un llamamiento a la violencia o a la intolerancia. Los de Vox hacen ruido, pero el contenido es perfectamente constitucional. Jamás han hecho algo parecido a las llamadas a la violencia proletaria, movilizaciones ilegales y otras amenazas de partidos o de los denominados “colectivos”, que para el pensamiento único se consideran aceptables. Lo que busca Vox es abrir debates dentro de los cauces legales, democráticos y constitucionales.

Tachar a Vox de fascista o ultraderechista o carlista es una simpleza, una consecuencia del histerismo en el ataque a la esencia del pensamiento único

La nueva derecha responde -con enormes diferencias según el país- al clamor respecto de muchas de las cuestiones que sostiene el pensamiento progre: esa mezcla de ecobobería, feminazismo y políticas LGTB, entre otros, que no pueden exprimirse más sin caer en el ridículo o en el gasto extravagante.

Este movimiento de hartazgo, sin duda pendular, también clama contra la destrucción de las clases medias, el infierno fiscal, la asfixia estatista, el aborto indiscriminado, la eutanasia que viene, la negación de las raíces cristianas de nuestra sociedad, la politización de la historia, la ridiculización del patriotismo, los brazos criminalmente caídos frente la inmigración, la persecución de la familia… en fin, cosas al parecer tremebundas para algunos después de tantos años de lavado de cerebro.

La batalla cultural e ideológica va a ser feroz, de hecho, ya lo está siendo. De ahí el resultado de las elecciones recientes. Pero algo ha cambiado cuando Ciudadanos, y más notablemente el PP, han variado su discurso, y cuestiones que antes se consideraban anatema, ya están en el debate público. La tontería de Rivera y Casado ha sido emular a Vox sin aceptar su realidad; un mínimo de comprensión habría quizás aplacado al dóberman. El drama ha sido no verlo venir.

La energía de este movimiento sale de la protesta y el clamor, pero no puede ser sólo un movimiento de queja

La energía de este movimiento sale de la protesta y el clamor, pero no puede ser sólo un movimiento de queja. Ha llegado el momento del sentido común y de las propuestas coherentes. Propuestas de reivindicación del individuo frente a lo colectivo; de la libertad responsable frente a la pseudo igualdad, la alienación de los medios de comunicación y una formación muy deficiente; de la cultura con mayúscula; del Estado como último recurso y muchos etcéteras con los que batallar.

La guerra cultural y política será larga y ardua, pero necesaria. El pensamiento único no da más de sí: sólo acrecienta los graves problemas y desequilibrios que padecemos. Lo comprobaremos con dureza cuando se acabe la era Sánchez. Hay que elegir entre el mezquino “ir tirando”, ciegos a los problemas hasta que se desborden, o coger, nunca mejor dicho, por fin, el toro por los cuernos.

*Luis Asúa es candidato de Vox al Ayuntamiento de Madrid

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