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Opinión

Exijo a Sánchez la censura previa

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez

¿Pues no van ahora estos rojos pálidos y nos dicen que, en aras de que una información veraz y diversa, piensan controlarnos a los periodistas? Miren, déjense de hipérboles y sean fieles tanto a sus pulsiones erótico-políticas como a su también rijosa memoria histórica. Cuando existió la república de la que tanto se llenan la boca, existía la denominada “censura previa”, a saber, que el gobierno benéfico y salvífico podía censurar, cerrar, encarcelar o incluso invitar cordialmente a visitar a San Pedro a periodistas, directores y demás alucinados de la gacetilla. Ojito, igual con los rogelios que con Lerroux, que en eso de controlar a la canallesca nunca han existido diferencias. Por seguir con el Emperador del Paralelo, y para quienes me dicen que solo sé disparar hacia un lado, cuando Lerroux gobernaba, harto de las críticas que vertía la prensa internacional acerca de su persona, suspendió el servicio telefónico de las noticias enviadas por los corresponsales de la prensa extranjera que, lógicamente, no podía controlar. Por si las dudas, don Alejandro también evitó la entrada en España de dichos diarios.

Ah, señoras y señores, yo deseo que aparezca en todo lo que escriba el tampón que inicie el billete en el que se lea “visado por la censura”. O, caso de que se me fuera el pulso y criticase lo que no se debe, el Gobierno o el casoplón del marqués de Galapagar, perdón, que no le gusta que lo llamen así, que dejen el espacio donde debería estar mi artículo en blanco. Eso pasaba en aquella república tantas veces requerida por los izquierdistas de coche oficial. Recuperemos, pues, la sana costumbre de decirle al pueblo solo lo que debe conocer, a saber, que el gobierno es su salvación y que todo lo que no diga éste es un mentirusco de toda mentira mentirosa. También se usó el sutil ingenio de convertir la pieza en ilegible con el auxilio de los que imprimían el periódico, poniendo unas letras sobre las otras convirtiéndolo en un galimatías que ni un egiptólogo con un buen día hubiera sabido descifrar. A beneficio de inventario, recomiendo vivamente el trabajo de la investigadora doña Carmen Martínez Pineda “Libertad secuestrada”, editado por Última Línea, en el que da noticia de lo que supuso la privación del más elemental de los derechos, el de prensa.

Luego vino el Régimen y ahí ya fue el despiporre. Censura y censores estaban a la orden del día y todo el mundo sabía qué se podía y qué no se podía decir

Luego vino el Régimen y ahí ya fue el despiporre. Censura y censores estaban a la orden del día y todo el mundo sabía qué se podía y qué no se podía decir, aunque si el responsable de tachar tenía el ánimo hosco podía considerar que un artículo acerca de que los monos en Somalia vivían en régimen de comunidad, compartiéndolo todo y sin jerarquías, podía acabar en incidente culposo por entender que existía mala leche y crítica larvada hacia el Movimiento, Falange, la propiedad privada y, no en último extremo, el Caudillo.

Con la democracia parecía que la cosa iba a dulcificarse, pero puedo darles testimonio de cómo a mí me ha costado no pocos empleos ser de lengua suelta y adjetivación generosa. El método es siempre el mismo. Un jefe de prensa, un diputado, un prócer o un amigo del responsable de donde trabajes invita a comer a tu jefe y le deja caer si no se estará pasando ese que trabaja con vosotros, un tal Giménez. Y que conste que ese procedimiento lo han empleado, al menos en mi caso, tanto socialistas como peperos, convergentes como comunistas, burócratas o tartamudos, que ese último sucedido me lo reservo para mis memorias como picapedrero mediático. Gracias a Dios, ahora trabajo para gente que me deja decir lo que me apetece porque, al fin y al cabo, no tiene la menor trascendencia ni ha de cambiar nada.

Pero estando fatigado y viendo la que se nos viene encima, a mi edad lo único que le pido a quien manda es que las cosas estén claras. Exijo que me censuren previamente, que Carmen Calvo en persona – me haría mucha ilusión, señora vicepresidenta – o Irene Montero – jo, que fuerte, tía – me llamen y digan “Miguelico, esto de hoy no sale”. O, mucho mejor todavía, que me permitan escribir solo acerca de cosas inocentes tales como la papiroflexia, inventos inútiles como el sombrero porta papel higiénico o la cría del geranio.

Ay, señor, quién me mandaría a mí decir lo que pienso.

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