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Opinión

Los parias de Estrasburgo

Poco a poco todos los asistentes vamos concluyendo que todos son espiados por sus parejas, por el portero y además por su gobierno, por Putin, los polacos, los rusos, el sultán de Marruecos...

Carles Puigdemont, expresidente de Cataluña.
Carles Puigdemont, expresidente de Cataluña

El pleno de Estrasburgo del miércoles iba de espiados: secesionistas, la policía belga, periodistas, la oposición húngara, el gobierno español y hasta su abuela. Todos hemos sido espiados. Pero ahora, donde la quieren liar Puigdemont y su tropa es en Estrasburgo, capitalizando el debate y la Comisión Pegasus hacia su causa. He venido a seguir desde la bancada de la prensa el espectáculo en directo: los indepes con sus nuevos modelos de imperdible para escroto van saliendo, uno a uno, a decir que son víctimas del Estado español (sic) porque han sido espiados. Son los mismos números del mismo circo. Cuánto hay ahí de literatura, de sentimientos inventados para sentirse uno mismo profundo, para que lo sientan como tal los siglos. La mayor ficción son los géneros no ficcionales, como el catalangate.

Puigdemont, nuestro prófugo de la justicia, nuestro D’Annunzio catalán, sabe que este es un sitio serio y hace un discurso como muy neutro, sin afectación. Ese Puig tecnócrata es otra puesta en escena, el acontecimiento interior, umbralesco, de quien hace de su persona un género. Y habla en francés, porque delira en cuatro idiomas. Le sigue Dolors Montserrat, que es más catalana que su nombre y nos muestra el cariño que les tienen a éstos en su tierra. El bofetón es estruendoso, fuera del hemiciclo hay tormenta y los truenos me hacen recordar aquello de Jung y la sincronicidad, o sea la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal.

Las vecindorras del barrio de Vallecas, las que se pasan el día hurgándose la nariz, esas podrían ser un agente del Mossad si aprendieran inglés

Mientras tanto, el debate sigue por otros cauces, y poco a poco todos los asistentes vamos concluyendo que todos son espiados por sus parejas, por el portero y además por su gobierno, por Putin, los polacos, los rusos, el sultán de Marruecos, la Unión Europea, los servicios de inteligencia… Todos vigilan a todos, este es el nuevo estilo de vida europeo. Las vecindorras del barrio de Vallecas, las que se pasan el día hurgándose la nariz, esas podrían ser un agente del Mossad si aprendieran inglés. Todos espían, y a los golpistas poco les han espiado, como dice Buxadé en el hemiciclo.

En cuanto a la tropa de Puigdemont, se ve presidiendo una revuelta internacional de aldeanos separatistas, quieren ser los hijos adoptivos de Europa, los predilectos, por eso van colocando su discurso donde pueden. Como me decía Jordi Cañas, lo preocupante es que no hay nadie al otro lado, no hay una contranarrativa fuerte en España. Solo tenemos la voz de nuestros eurodiputados; a destacar aquí el ímpetu de los catalanes de tres partidos: Montserrat, Cañas y Buxadé.

De momento ahí están sin grupo parlamentario, sentados al final del hemiciclo. Su estética destaca, en las últimas bancadas, por esa negrura tan goyesca que les caracteriza

Pero no contamos con que los indepes tienen más sentido de la autobiografía y la posteridad que el resto, esta es la energía que les mueve. Estos vienen aquí de free riders, Puigdemont va haciendo su historia a medida que la vive, historia que después convertirán en best-seller. Van de minoría silenciada, y así desde el golpe se viene pululando una tropa de indepes audaces que quieren colocar su relato en Europa. De momento ahí están sin grupo parlamentario, sentados al final del hemiciclo. Su estética destaca, en las últimas bancadas, por esa negrura tan goyesca que les caracteriza.

Lo más admirable es ver como en Estrasburgo las guerras intestinas entre gobierno y oposición se aparcan por un sentido de Estado. Es como si la dinámica smithiana de amigo-enemigo que rige nuestra política nacional aquí encontrara ciertos límites, y tanto el PSOE como el PP se han puesto de acuerdo en marginalizar a esta tropa. Gracias a eso Puig no tiene ni grupo parlamentario ni apoyos fuertes. Hemos acabado juntos en la cafetería de los MEPs: Montserrat del PP, López Aguilar y Domenec Ruiz del PSOE, Isabel Vega de ABC y yo. Quizás, si importásemos estas dinámicas a la política nacional podríamos cambiar el circo de tres pistas por la política adulta y acabar con los enemigos de España. De momento, esta batalla la están librando nuestros MEPs, de forma soterrada, en Bruselas y Estrasburgo.

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