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Opinión

Paraísos e infiernos fiscales

La razón por la que hay refugios es porque en otros lugares se persigue y se saquea sin piedad a las empresas y a la gente que genera riqueza

Grafton St, en el centro de Dublín, Irlanda.
Grafton St, en el centro de Dublín, Irlanda. Europa Press

Si hay algo de lo que podemos estar seguros es de que, en cuestiones internacionales, Estados Unidos sigue teniendo la sartén por el mango. En esto no hay ciberespionaje chino, ni tanques rusos. Cuando Janet Yellen, la secretaria del Tesoro, dijo hace tres meses que era hora de poner fin a la “carrera a la baja” en materia de impuestos corporativos, sus comentarios cruzaron rápidamente los siete mares, y todos se apresuraron para proponer un impuesto de sociedades mínimo lo más alto posible y de curso obligatorio en todo el mundo. El tema lleva desde entonces dando vueltas de aquí para allá. Se han organizado reuniones y en la prensa mundial se ha abierto un debate. Bueno, debate poco, casi todos están de acuerdo en que los impuestos son una bendición y al que hace el más leve matiz le acusan de estar a favor de los paraísos fiscales y comerse a los niños crudos.

Yo a los niños no me los como ni crudos ni cocinados, pero estoy a favor de los paraísos así en general. Podría estar a favor de lo contrario de paraíso, que es el infierno, pero en ese caso (y llamándolo por ese nombre) pensaría el lector que soy un malvado. De modo que sí, estoy a favor de los paraísos fiscales, de los culturales, de los gastronómicos y también de los fotográficos, es decir, de Venecia al atardecer en otoño y sin gente. Ya ve usted qué cosas, podría preferir un infierno fotográfico como hacer fotos en un polígono industrial a las afueras de Albacete a las tres de la tarde de un día de verano, pero prefiero Venecia en otoño unos minutos antes de que anochezca. En fin, que esto de paraíso es lo que suelen utilizar para referirse a cualquier lugar en el que los impuestos sean más bajos. Lo de infierno lo evitan hábilmente con tecnicismos como armonización fiscal, una armonización que nunca es a la baja.

La idea es que "al menos el 20% de las ganancias para las empresas multinacionales más grandes y rentables" se queden en el país

Pero, volviendo sobre el tema, las conversaciones se centran en dos cambios principales: reasignar los derechos impositivos hacia los países donde tiene lugar la actividad económica en lugar de donde las empresas declaran sus beneficios; y el establecimiento de un impuesto mínimo y de ámbito global. Los ministros de finanzas del G7 le acaban de dar un gran impulso al proceso respaldando un tipo mínimo de "al menos el 15%", y una redistribución de los impuestos que garantiza que se tribute allá donde las empresas venden sus productos o prestan sus servicios. La idea es que "al menos el 20% de las ganancias para las empresas multinacionales más grandes y rentables" se queden en el país. También indicaron el deseo de desactivar una disputa transatlántica sobre los impuestos de los gigantes digitales, que, no por casualidad, en su mayoría son estadounidenses.

Esto es algo que viene del G7, es decir, de un grupo de países que en los años 80 eran muy representativos del mundo rico, pero hoy ya no lo son tanto después del aplanamiento intensivo que se ha producido en las últimas tres décadas. Tienen que llevarse esa propuesta al G20, que se reunirá en julio. El G20, que también incluye a países como China y Rusia es desde hace unos años, al menos desde la crisis de 2008, el foro principal para las negociaciones fiscales internacionales. Esperan llegar a un acuerdo sobre los términos esbozados en la cumbre del G7, lo que alentará a los otros 120 países del mundo a adoptar esas medidas.

Los vencedores más claros serían los Estados de las economías grandes donde las multinacionales facturan grandes cantidades, pero registran relativamente pocas ganancias imponibles

De conseguirlo, se trataría de toda una revolución, y todas las revoluciones tienen ganadores y perdedores. En este caso, los vencedores más claros serían los Estados de las economías grandes donde las multinacionales facturan grandes cantidades, pero registran relativamente pocas ganancias imponibles gracias a esquemas fiscales que les permiten desviar parte de la tributación a jurisdicciones con impuestos más bajos. Este desajuste ha crecido junto con el surgimiento de gigantes digitales como Apple, Facebook o Google, cuyos activos son en gran parte intangibles. Los países pobres donde las empresas multinacionales tienen fábricas también se beneficiarán, aunque no tanto como creen que deberían. Los perdedores más obvios serán los presuntos paraísos que, desde el final de la guerra, se aprovechan de la globalización compitiendo fiscalmente con sus vecinos y mostrando, de paso, que el rey está desnudo, que se puede vivir en un país del primer mundo con los mejores servicios públicos, una sanidad y una educación inmejorables, sin machacar a impuestos a tus contribuyentes. Ahí tenemos a Holanda, a Suiza o a Irlanda como ejemplo.

En las Bermudas, las Islas Vírgenes Británicas, las Islas Caimán o Gibraltar no suelen tributar las grandes tecnológicas, pero dependen, con diferente intensidad, de subsidiarias de grandes empresas

Según se extrae de algunos estudios, alrededor del 40% de las ganancias de las multinacionales en el extranjero se transfieren a países con impuestos bajos para que tributen allí. Un acuerdo como al que han llegado en el G7 podría prácticamente acabar con estos refugios. Pero no todos esos países son iguales. No es lo mismo Irlanda que las Bermudas, o Luxemburgo que las islas Vírgenes Británicas. Algunos tienen más que temer que otros. En las Bermudas, las Islas Vírgenes Británicas, las Islas Caimán o Gibraltar no suelen tributar las grandes tecnológicas, pero dependen, con diferente intensidad, de subsidiarias de grandes empresas, especialmente bancos, y de una panoplia de contables, abogados y otros proveedores de servicios corporativos que han ido apareciendo a escala local para atenderlos. Sus ingresos son meras migajas en comparación con los impuestos que se ahorran empresas, pero es mucho para economías tan pequeñas. Para que nos hagamos una idea, en 2018, los servicios corporativos y financieros representaron más del 60% de los ingresos fiscales del gobierno de las Islas Vírgenes.

Neutralizados e irrelevantes

El tipo de acuerdo que impulsa la administración Biden y que el G7 ha respaldado aplicaría el tipo único global país por país, lo que dinamitaría el modelo económico de estos países. Están lívidos, claro, pero no pueden hacer nada. Los han neutralizado y son irrelevantes para las conversaciones. Nadie quiere saber de ellos. Algunos al menos tienen otras fuentes de ingresos. Caimán acoge muchos para los fondos de cobertura, Bermuda unas cuantas aseguradoras y siempre les quedará algo de turismo residual, pero son lugares muy pequeños en los que apenas caben los hoteles.

Otra cosa distinta serían economías mucho mayores como las europeas. Y no, no hablo de Andorra, Liechtenstein o Gibraltar, sino de países miembros de pleno derecho de la Unión Europea que son pequeños, pero no diminutos. Esos son más difíciles de ignorar. Varios países de la Unión como Irlanda y Chipre han atraído inversión extranjera con bajos impuestos de sociedades (ambos gravan el 12,5%) o, como lo han hecho Luxemburgo y los Países Bajos, que tienen impuestos de sociedades altos, pero cuentan con regulaciones relativamente suaves, lo que los convierte en lugares muy atractivos para las grandes empresas. Las multinacionales fijan allí sus sedes centrales y, mediante procedimientos que la legislación local permite, se ahorran un buen dinero en impuestos. Es lo mismo que se suele hacer en los paraísos asiáticos como Hong Kong y Singapur. Formalmente ponen un tipo alto, pero luego se encargan de ir reduciéndolo mediante un reglamento hecho a la medida. A estos no les afecta tanto porque seguirán haciendo lo mismo.

El impuesto sobre sociedades en Irlanda representa el 20% de toda la recaudación fiscal del país. A modo de comparación, en España Sociedades supone aproximadamente un 10% del total en un año bueno

Irlanda está particularmente nerviosa, su economía depende mucho de su tipo del 12,5% para atraer inversiones extranjeras, muchas de las cuales traen aparejadas empleo, oficinas y fábricas reales por lo que el latigazo se sentirá en toda la economía nacional. El impuesto sobre sociedades representa el 20% de toda la recaudación fiscal del país. A modo de comparación, en España Sociedades supone aproximadamente un 10% del total en un año bueno. Los irlandeses han presionado a Estados Unidos, el origen de la mayor parte de esas inversiones, pero no les ha servido de mucho. Trataban de hacerles ver que Irlanda es un país pequeño, insular y apartado, y que los impuestos eran el único modo que tenían de competir. Ninguna empresa se iría a un lugar tan alejado como Irlanda de no ser porque se paga menos. A igualdad de condiciones prefieren quedarse en Francia o Alemania. Con Trump la cosa se mantuvo, pero a Biden y a su administración le gustan los impuestos tanto en casa como fuera de ella.

La realidad es que en Irlanda muchas grandes empresas no pagan un 12,5%, sino algo menos tras una gama muy amplia de deducciones fiscales

En principio no les va a subir mucho, tendrían que pasar del actual 12,5% al 15%, pero la realidad es que en Irlanda muchas grandes empresas no pagan un 12,5%, sino algo menos tras una gama muy amplia de deducciones fiscales. Pongamos que una empresa X está pagando un 8% real. Eso supondría duplicarle el impuesto a fin de ejercicio. Muchas empresas harían cálculos y se asentarían en el continente. El gobierno irlandés también ha hecho cálculos. Estiman que subir el tipo de Sociedades al 15% les ocasionaría una pérdida anual de ingresos fiscales de unos 2.000 millones de euros, alrededor del 2,5% de la recaudación. El equivalente a que el Gobierno de Estados Unidos dejase de recaudar 140.000 millones de dólares.

Irlanda, por suerte, tiene algunos amigos dentro de la UE. Hungría, con un tipo del 9%, es el campeón de la competencia fiscal. Chipre y Malta también le han mostrado su apoyo. Fuera de la Unión Europea, Singapur y Suiza han señalado que consideran el 15% demasiado alto. Singapur ha propuesto un 10%. Luxemburgo y los Países Bajos permanecen callados por ahora. No quieren más líos de los que ya han tenido, que han sido unos cuantos en los últimos años. Ambos países, en el mismo corazón de Europa, son industriales y comerciales, especialmente Holanda. Atraer empresas extranjeras es un buen negocio para ellos, pero no es su único negocio, así que asumen que tendrán que prescindir de él o valerse de la regulación, que es, en definitiva, lo que han hecho hasta ahora. Esto deja a Irlanda, Chipre y Malta en un aprieto. En teoría, podrían ejercer un veto, ya que las decisiones fiscales del bloque requieren unanimidad. Pero parece poco probable dado el apoyo Estados Unidos, que es de donde proviene la mayor parte de empresas.

Así que podríamos decir que nos encontramos ante el fin de los refugios fiscales tal y como los conocíamos. Pero eso no significa que vayan a desaparecer. Mientras existan infiernos fiscales habrá paraísos fiscales, una cosa lleva a la otra. La razón por la que hay refugios es porque en otros lugares se persigue y se saquea sin piedad a las empresas y a la gente que genera riqueza. Cambiará la forma, no lo harán mediante tipos ultrarrebajados, sino a través de una regulación de sociedades muy alambicada, casi hecha a la medida del contribuyente en cuestión.

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