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Opinión

Paraísos e identidades

Nos machacan de forma insistente un día tras otro para que nos obliguemos a posicionarnos y decidamos de qué equipo somos

El PP exige ahora que Sánchez comparezca para presentar un plan de choque económico
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, en el Senado. EFE

Algunos analistas políticos de los EE. UU. han señalado que el inicio de la polarización de la política y sociedad estadounidense se sitúa entre los años 70 y los 80, gracias a la explosión de la televisión por cable. El argumento es que la exposición selectiva a una enorme cantidad de información, con canales funcionando a modo de cámaras de eco, habría influido en las actitudes de las personas ante las propuestas partidistas. La capacidad de llevar mensajes, e información, en tiempo real y en cantidades antes desconocidas a las personas (votantes) permitía reformatear y conducir las voluntades mediante la repetición insistente de mensajes.

Sin embargo, Michael Barber y Nolan McCarty mostraron no hace muchos años que la polarización política en los Estados Unidos tiene su origen en los años sesenta, y que la llegada de los medios de comunicación a la carta en los 70 sería, simplemente, un punto de inflexión. Una prueba de ello es que las teorías sobre las causas de la polarización política tienen una larga tradición en los Estados Unidos, con estudios que se remontan a los años 60.

Buena parte de estos estudios tratan de responder a preguntas como de dónde proviene la polarización y cómo se forja. Una opción podría ser que la polarización política nace de un incremento en las diferencias sociales de los electores, y que reajustan sus preferencias electorales en otras más radicalizadas. Otra opción es que las diversas posturas defendidas por los distintos partidos generan una necesaria radicalización en el electorado para poder encajar en estas.

No podemos descartar que esta polarización esté sucediendo porque existan razones o fundamentos que mueven las preferencias de los votantes a los extremos

Si la respuesta es la primera opción, entonces la polarización de los votantes exige a los partidos que se desmarquen entre ellos, que se muestren diferentes. Esto facilita la elección entre un electorado cada vez más ideologizado. Por lo tanto, no podemos descartar que esta polarización esté sucediendo porque existan razones o fundamentos que mueven las preferencias de los votantes a los extremos. Si la respuesta fuera la segunda opción, los partidos tienen incentivos a polarizarse para lograr así identificarse con más claridad ante los votantes.

Al parecer, hay evidencia que señala a la segunda opción como la más probable o, al menos, más relevante. Así, por ejemplo, se ha observado que mientras en cuestiones generales los votantes de los partidos no difieren demasiado, sí se buscan otras más concretas o particulares que traten de separar a los grupos de estos, creando identidades políticas para que encajen en un espectro político cada vez más diferenciado. Para Fukuyama hemos pasado de una distinción entre derecha (libertad) e izquierda (igualdad) a una distribución de identidades forjadas en el resentimiento al otro. Además, se observa que esta identificación y separación entre un nosotros y un ellos aumenta durante las campañas electorales, elevando el sentimiento de pertenencia a un grupo, aunque no existan enormes diferencias entre las preferencias más generales del electorado. Esto podría demostrar que es principalmente el canal de partidos hacia ciudadanos y no tanto al revés el que alimenta buena parte de la polarización.

Las redes sociales son fantásticas para ello, en especial Twitter. Pero lo fundamental es lanzar mensajes sencillos, simples, y que delimiten muy fácilmente a los grupos

Para que la polarización política, la creación de identidades, el sentimiento de pertenencia a un grupo, de un nosotros frente a un ellos se construya exige de una arquitectura de comunicación donde los mensajes, la comunicación con el electorado sea de todo menos compleja. Desde los eslóganes de las campañas hasta las propuestas enviadas deben ser de fácil digestión para quienes lo oigan. Para ello, nada mejor que crear causalidades artificiosas y simples, con lo que los electores rápidamente se identifiquen y muestren afinidad. A continuación, la creación de cámaras de eco para reforzar estos mensajes y crear una polarización afectiva es necesaria. Las redes sociales son fantásticas para ello, en especial Twitter. Pero lo fundamental es lanzar mensajes sencillos, simples, y que delimiten muy fácilmente a los grupos.

En España, una muestra más de este proceso lo hemos vivido esta semana última en un nuevo debate sobre política fiscal, que viene a sumarse a muchos otros. En el debate fiscal los mensajes se dividen y se lanzan como simples “bites comunicativos” que capturan la atención del votante. El “bolsillo de los contribuyentes” o las “listas de espera” son los quarks informativos que hacen el trabajo. Debatimos sobre los ricos que vendrán y su efecto en la riqueza de la región, sobre una curva de Laffer que sigue siendo tan incomprendida como mal utilizada en el debate y de paraísos fiscales que en España no existen, aunque algunos se empeñen en llamarlos tales, para beneficio propio o como arma política. Pero también se debate sobre energía nuclear, sobre la responsabilidad de los bancos centrales o sobre muchas cosas más, a brochazo simple e ingenuo. Todo se simplifica para que la energía necesaria para agruparnos en grupos identitarios y contrapuestos sea la menor posible.

Impuestos a los ricos

Mientras tanto, los verdaderos asuntos importantes quedan o al margen o simplemente se hace creer a la gente que su solución es simple y sencilla. Muchos terminan creyendo que una región o un país solo saldrá adelante si los impuestos se reducen (pensemos también en el Reino Unido y qué han pensado los mercados ante esta posibilidad). Da igual si la evidencia sobre esto es compleja, lo importante es simplificar y señalar un solo culpable y posicionarme sobre ello. Así tendré a mis correligionarios fieles. Otros, por el lado contrario, asumen que la esperanza es gravar más a quienes más tienen (un impuesto a los ricos), ya que solo de ese modo se podrán solucionar los problemas. Y así logramos crear una identidad, que nos machacan de forma insistente un día tras otro para que nos obliguemos a posicionarnos y decidamos de qué equipo somos. Eso sí, sin que tengamos que preguntarnos por los pros o contras de cada propuesta, ya que, simplemente, nos debe estar vedado. Lo importante son los colores de tu equipo.

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