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Opinión

Los pantalones de Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, este domingo en el Palacio de la Moncloa

A fuerza de querer perpetuarse en el poder por los métodos que hagan falta, Pedro Sánchez, metáfora viviente del mediocre de provincias que aspira a serlo todo porque se cree más guapo, más listo y más preparado que ningún otro, ha rebajado la condición de presidente del Gobierno a la de vulgar charlatán que solo piensa en colocar su tónico milagroso, engañar al público y marcharse a otro pueblo para seguir con su estafa.

A Sánchez no le importa ni lo que diga la oposición ni lo que diga el jefe del Estado. Tampoco lo que opinen de él jueces o policías. Ni siquiera lo que opinen en Europa. Cree que su capacidad de engañar, colocando la bolita bajo el cubilete adecuado, le va a permitir escapar. Al carecer del menor atisbo de ideología no le tiembla el pulso cuando acude a Ciudadanos para fingir que se acerca al constitucionalismo para, ipso facto, firmar la derogación de la Ley de la Reforma Laboral con Bildu. Acuerda con Esquerra que la Generalitat gestione el dinero europeo que le que toque a Cataluña a la vez que sonríe y aplaude a Iglesias cuando acusa a Vox de querer un golpe de estado. Ese es Sánchez, que exige lealtad Pablo Casado, que nos aburre con sus charlas tan cargadas de palabras como escasas de ética. Sánchez es el pícaro que engaña a todos, al menor descuido, porque esa es su condición de buscavidas, del que vive de la mentira porque no hay ni una verdad en su vida.

Lógicamente, a cambio de todas esas artimañas tiene que entregar algo y en cada acuerdo se deja un jirón de España y su orden constitucional. Lo que para cualquier otro sería un precio inconcebible, para Sánchez no significa nada, porque ni tiene como suyo ese orden ni experimenta la menor pulsión acerca de su país. Lo hemos visto dando un mitin, hace algún tiempo, con una enorme enseña nacional a sus espaldas, le hemos escuchado decir que tener ministros de Podemos le quitaría el sueño, que jamás pactaría con Bildu, insistiendo en que lo podía repetir las veces que quisiera el entrevistador, o afirmar que nunca aceptaría pasar por las horcas caudinas del separatismo catalán. Da igual.

Sánchez no conoce más política que la continua pirueta del ahora blanco y después negro, yendo con los pantalones a la altura de sus tobillos en perpetua

Después se ha abrazado a Iglesias con un amor digno de Saroyan, ha pactado mesas de diálogo con los golpistas catalanes, apoyado en Esquerra dándole todo lo que a los neo convergentes ya les hubiera gustado conseguir, ponerse al lado de los golpistas y menospreciar a sus víctimas, ponerse de perfil con abogados y fiscales constitucionalistas, con guardias civiles profesionales, con militares serios. Es decir, Sánchez no conoce más política que la continua pirueta del ahora blanco y después negro, yendo con los pantalones a la altura de sus tobillos en perpetua y constante disposición para hacer una cosa y la contraria si es considera conveniente para mantenerse en su cargo. Tampoco eso le debe inquietar demasiado, porque lo que en cualquier otro, incluso en Iglesias, sería inadmisible, en Sánchez es normal. No tiene más líneas rojas que las que podrían alejarle de Moncloa ni más límite moral que verse desalojado. De ahí que cuando Arrimadas pactó con él dijimos que era un tremendo error, porque no era hacer bascular a Ciudadanos de la derecha a la izquierda, sino apoyar al ego más monstruosamente desproporcionado conocido en nuestra democracia.

Porque quienes pactan con Sánchez deberían saber que también deben bajarse los pantalones o las faldas, políticamente hablando. No puedes sentarte en las cenizas sin mancharte. Y eso es lo que queda de Sánchez y del PSOE que, ahora sí, no lo conoce ni la madre que lo parió. Puras cenizas de un partido que no tiene en su seno ni un solo dirigente capaz de pensar en el país y no en su cargo, una formación política que no tan solo se ha convertido en peligrosa para la democracia sino que, además, se ha poblado de cobardes, de pesebreros, de estómagos agradecidos, de bocas cosidas por la mamandurria.

Estos también, para no desentonar con su líder, van arrastrando los pantalones sin darle la menor importancia. Mientras tanto, nosotros, españolitos de a pie, vamos con el culo al aire. Porque nos han quitado hasta los pantalones.

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