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Opinión

Lo más miserable del pueblo español

Una mujer con mascarilla hace una foto con el móvil.

La gente convencional, y quizá también estúpida que nos rodea, dice que la reacción del pueblo español ante la pandemia ha sido ejemplar, como así revela la aceptación resignada y mansa del confinamiento. Según esta opinión aciaga, los ciudadanos han demostrado estar muy por encima de los políticos, que no han dado tregua a la crispación cuando lo que tocaba era arrimar el hombro, o sea aceptar lanarmente los designios del psicópata que nos gobierna. Yo tengo la opinión contraria. Creo que simplemente tenemos los políticos que nos merecemos, y que si aquellos están presididos por la mediocridad más insolente es porque nosotros quizá tampoco seamos de mejor calaña.

Hemos aceptado sin rechistar el encierro más extremo del planeta. Los resultados han sido nefastos. Es oportuno recordar cada minuto que, según el Instituto Nacional de Estadística, el virus ha provocado 45.000 fallecimientos, más que en cualquier otro lugar en términos relativos. También que ningún otro país ha tenido completamente parada su economía durante dos meses. Totalmente cancelada, cerrada a cal y canto. Las consecuencias de este error monumental van a ser terribles, y las veremos en toda su dimensión cuando comience el otoño.

Entretanto, si se quieren enterar de verdad de los deseos de reconstrucción de la nación que alberga el Gobierno bipartito de Sánchez e Iglesias deberían escuchar los vituperios que suelta a diario la portavoz socialista Adriana Lastra, tenida entre sus vecinos por la más iletrada del Principado de Asturias, aunque experta en cuestión de veneno, o probar la hiel del dóberman Echenique. Y sobre todo leer al portavoz oficial del Ejecutivo, el diario El País, al que cada mañana dicta el guion Iván Redondo, el Rasputín de La Moncloa. Los ataques feroces al Partido Popular y a Vox de un periódico habitado por ‘podemitas’, feministas recalcitrantes y dirigido por intelectuales ya provectos de la izquierda caviar de siempre no han cesado ni en los peores momentos de la crisis sanitaria, pese a que Casado apoyó todas las primeras prórrogas del estado de alarma mientras Vox se negó desde el principio con buen criterio a ejercer de comparsa.

Esta manera de pensar honesta y digna supone recordar a la gente que nada es gratis en la vida, que incluso la solidaridad debe tener su precio

Ahora que se respira un poco de aire fresco, los ataques son porque el PP se ha sumado a su grupo de liberales y de conservadores en el Parlamento de Estrasburgo a fin de reclamar que los programas de ayuda financiera a los Estados afectados por la pandemia, y en mayor medida a los del Sur entre los que está España, sean vigilados y condicionados. Esta manera de pensar honesta y digna, porque supone recordar a la gente que nada es gratis en la vida, que incluso la solidaridad debe tener su precio -e implicar un coste personal y comunitario para que sea considerada genuina y verdadera- saca de quicio tanto a Sánchez como a Iglesias. Y a través de Iván Redondo, ordenan a diario a los mamporreros de El País’ a los medios digitales del pesebre y al comando televisivo dirigido por García-Ferreras desde la Sexta que recubran de una cierta aura de legitimidad intelectual su aversión a la higiene presupuestaria.

Dicho y hecho, la especie que hay que vender es que en Europa hay una serie de países que son muy egoístas, que son culpables por haber hecho las cosas bien, por tener controlado estrechamente su déficit y su deuda pública, e incluso por haber conseguido vender al exterior por encima de lo que importan; que por eso se han permitido regímenes fiscales mucho más atractivos para la inversión y el empleo, y que a pesar de todo eso, o como consecuencia del éxito que han tenido mientras nosotros nos gastábamos una parte del dinero público en cocaína y en putas y hemos incumplido todos los acuerdos de estabilidad presupuestaria a que nos habíamos comprometido con Bruselas, nos deben socorrer ‘gratis et amore’ para que montemos, entre otras cosas, un esquema de subsidio permanente a gran escala que eliminará cualquier apetito por ingresar legalmente en el mercado laboral. Estos sedicentes intelectuales ambicionan un país sucio, un gobierno arbitrario sin límites, con manga ancha para gastar a pesar de que vamos a batir todos los récords históricos en términos de déficit y de deuda pública hasta un punto que será insostenible.

Toda esta gente lleva tres meses varada, pagando la seguridad social, honrando con buena suerte una parte del alquiler, con dificultades para cobrar alguna clase de ayuda, sin ingreso alguno

Ahora estamos viviendo una suerte de espejismo. Ya podemos almorzar y cenar en los restaurantes, podemos tomar el aperitivo en las terrazas, y puede que muchos vayan a la playa o alquilen una casa rural en verano. Pero podemos hacer todas estas cosas tan placenteras bajo libertad vigilada. Y no me refiero sólo a las limitaciones legales que todavía mantiene el Gobierno. Contra la opinión dominante, el estado de alarma ha sacado lo peor de muchos. Ha instaurado la delación como costumbre social, el personaje del chivato como acompañante carabina. Ha entronizado a la vieja del visillo. Y también ha promovido una policía con saña. Podría contar varias historias sobre las enormes dificultades que están teniendo los bares y restaurantes para intentar salir adelante. Toda esta gente lleva tres meses varada, pagando la seguridad social, honrando con buena suerte una parte del alquiler, con dificultades para cobrar alguna clase de ayuda, sin ingreso alguno.

Pues bien, ahora que tienen la oportunidad de sacar un pie del tiesto les sale indefectiblemente un vecino ‘amigo’ dispuesto a joder la marrana, atento a escrutar hasta el milímetro si sobrepasa la norma arbitraria y llamar inmediatamente a la policía para que constate el eventual incumplimiento. Hay que ser muy mezquino para ocupar el tiempo libre en este ejercicio miserable de colaboracionismo propio de las dictaduras. Las comunidades de vecinos son un nido de avispas sanguinarias, y no me hablen de los señores maduros y de los ancianos, entre los que Sánchez ha logrado inscribir a sangre y fuego el miedo y la falta de compasión con quienes desean recuperar la libertad.

Ineptitud y negligencia

No nos sorprendamos. Estos son los mismos que han estado tan a gusto con el estado de excepción decretado por el Gobierno, los que están encantados con la España subvencionada que está construyendo el psicópata que se jacta de que más de la mitad de la población está sostenida por los recursos públicos que pagará la gente trabajadora, emprendedora y decente a la que van a abrasar a impuestos, y los que siguen diciendo en las encuestas que seguirán votando a Sánchez a pesar de haber causado, por su negligencia y su ineptitud, el doble de las muertes que nos habría provocado naturalmente el virus letal. Y también a pesar de que ha inducido la recesión más aguda de todos los países del mundo, que no lo digo yo, que lo dice la OCDE, el resto de los organismos internacionales y el propio Banco de España.

Estamos, como digo, viviendo un espejismo. La verdad, sin embargo, es que se cierne sobre nosotros una tragedia, que estamos a punto de la hecatombe económica. Esto ya lo palpa y lo vive el mundo de los autónomos, pero ahora nos encontramos en un tiempo de receso, en los tiempos muertos del baloncesto, en la calma chicha que precede a la tempestad; en vísperas de un bendito verano después del encarcelamiento cruel. Esta fantasía pasará en un pis pas, y vendrá un otoño siniestro. Será un drama que no va a arreglar el Banco Central Europeo, pese a que este año nos comprará hasta 200.000 millones de deuda pública, una cantidad inédita. Tampoco lo solucionará la ayuda financiera de la Unión Europea, que ni se va a habilitar tan pronto como desearía Sánchez, que va a ser más reducida que las cifras que se barajan y que será ineluctablemente condicionada, no porque lo apadrine la derecha europea sino porque así debe ser con cualquier clase de préstamo o de subvención, que entraña su correspondiente tipo de interés o su plan de vigilancia para que no desagüe en la alcantarilla del fraude en el que tanta experiencia tenemos.

España está en ciernes de sufrir una marea de empobrecimiento colosal y necesita de manera acuciante un plan de reformas que haga sostenible a largo plazo el nivel de deuda pública, esa que pagan siempre las generaciones futuras; que haga posible urgentemente que el exangüe tejido empresarial que haya sobrevivido a la catástrofe sea capaz de crear empleo sin las zancadillas de un marco laboral rígido y de unos sindicatos irresponsables, porque esa es la única posibilidad de que el país pueda recomponerse sanamente. Igual que lo hicieron Grecia, Portugal e Irlanda tras los rescates inevitables a que fueron abocados por la crisis financiera de 2008.

Naturalmente, esto exigiría un Gobierno radicalmente distinto al que nos ha conducido a este estado fatal de circunstancias, un Gobierno con un vicepresidente y unos ministros comunistas que son una rara avis en Europa y dirigido por Sánchez, que es un personaje amoral -sin clase alguna de principio honorable- que alberga la abominable idea de hacer de España el país más ecologista, más feminista y más ‘moderno’ del orbe, al tiempo que se empeña en destruirlo flirteando con impulsar un proceso reconstituyente que liquide definitivamente el espíritu de la Transición y de la Monarquía constitucional para instaurar un modelo de país nuevo en el que el discrepante esté condenado irremisiblemente a la muerte civil.

Uno de mis amigos más inteligentes y capaces sostiene que cuando la recesión económica empieza, y es un hecho evidente que así sucede ya en España, el voto se inclina hacia la izquierda, que es la que les promete el escudo falazmente social; pero que cuando la recesión se instala estructuralmente como va a ocurrir en nuestro país en otoño, con su reguero de desempleo y de destrucción masiva de tejido productivo, el voto se escora hacia la derecha. Yo tengo dudas de que lo más miserable del pueblo español esté en condiciones de pensar y de comportarse con la racionalidad y la sensatez que va a exigir el desafío.

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