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Opinión

La paciencia y la tolerancia como armas

Manifestación contra el terrorismo

«Paciencia. Pasará». Fue a finales de octubre, cuando un amigo me calmaba al hablar sobre todo lo que estaba ocurriendo entonces en Cataluña. ¿Es que no hay nadie al volante que frene el desastre? «Te recuerdo que soy vasco. Pasa, créeme. Pero para que pase, es cierto, a veces hay que tocar fondo primero». Me sentí egoísta y, ahora con los meses, algo ridícula de creer que estábamos en un callejón sin salida los catalanes. Vi que, en efecto, él hablaba con conocimiento de causa y yo, en cambio, me desesperaba por algo que aún se podía resolver. Sin sangre.

Pero no podía ponerlo al mismo nivel. Las comparaciones pueden servir para dotar de sentido una realidad, ilimitada y compleja, en nuestro cerebro, limitado. A veces coincide nuestra interpretación, pero en otras ocasiones pueden pasar a ser algo perversas las comparaciones, cuando nos empeñamos en buscar similitudes que solo nos llevan al error. Se ha hecho durante estos últimos años, entre el movimiento independentista y el nacionalsocialismo alemán de principios del siglo XX; durante años, entre la derecha y el franquismo; durante décadas, entre Cataluña y Euskadi. No puedes extirpar un capítulo de la historia a tu antojo, sin tener en cuenta sus precedentes, y trasladarlo de manera interesada al presente para disfrazar una realidad concreta y crear una regla. Entre Cataluña y Euskadi, quede ya dicho, hay muchas diferencias y un solo parecido.

Tras décadas de un sufrimiento, que algunos no hemos experimentado pero sí visto, la organización terrorista ETA ha reconocido el daño causado en un comunicado difundido por los diarios vascos Gara y Berria y, de esa forma, se avanza su disolución definitiva. El perdón ha ido dirigido, principalmente, a las víctimas (heridos y asesinados) y a sus familiares. También el perjuicio a ciudadanos «sin responsabilidad alguna».

No vale ser compasivos con quienes iniciaron esta guerra que, ahora, parece haber llegado definitivamente a su fin. Pero, ¿es esta la paz que todos anhelaban?

En todos estos años de violencia, más de cuarenta, ETA logró todo lo contrario a su objetivo (la independencia del País Vasco) y en ese sistema binario que interesa a la política del bien y el mal, que aplica la moral más básica, situó a todo un territorio como un lugar de peligro. Ellos, y sus armas, eran los indiscutibles enemigos. En este tiempo, he querido conocer qué pensaban todos los implicados. Al no comprometerme emocionalmente, podía escucharlos a todos sin cegarme. Una habilidad que todo periodista debería tener integrada en su día a día, claro. Garantizar la convivencia también pasa por esto. Matar indiscriminadamente a cientos de personas tenía que explicarse de alguna forma más allá de que son una malvada panda de locos.

No vale ser compasivos con quienes iniciaron esta guerra que, ahora, parece haber llegado definitivamente a su fin. ¿Pero con eso significa que todo ha acabado? ¿Ya ha llegado la calma y la paz que todos anhelaban? De alguna forma habrá que afrontar la realidad, puesto que una cuestión era la violencia y otra la razón por la que lo hacían. Esta última, sin armas, quizá sobreviva. Queda demostrado que el odio y las razones más viscerales son insostenibles y solo acaban en derrota. Sin embargo, una vez que la banda terrorista ‘muere’, algo habrá que hacer con todas las personas que abrigaban la causa.

Mi amigo, que es una persona sensata, sostiene la teoría de que la paciencia no se agota. ¿Qué es eso de que se me está acabando la paciencia? Se tiene o no se tiene. No es algo que quede acotado, por ejemplo, en un reloj de arena donde la paciencia oscile, como si de un recurso limitado se tratase, de un lado a otro según la situación. Hay que invertir mucho tiempo y disciplina en ensancharla, dice. En su teoría, apunta, la paciencia va un poco de la mano con la tolerancia. Y la tolerancia, cree, la cultivas cuando asumes que todos atesoramos un catálogo de zonas oscuras e inconfesables que nos moldea hasta convertirnos en la diversidad de sociedad que somos. Cuando no queda nadie que controle la desesperación ante un conflicto, hay que confiar en los sabios que tienen paciencia.

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