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Opinión

Trabajar es cosa de cretinos… y camareros

A Pablo Iglesias no le gusta el trabajo en demasía, tampoco los camareros. Él es más del gusto de las oficinas con vistas y el dinero público que cobran los que asaltan los cielos

Trabajar es cosa de cretinos… y camareros
Trabajar es cosa de cretinos… y camareros

Para ser marxista o haberlo sido alguna vez, Pablo Iglesias tiene la conciencia de clase tan desviada como la columna. El líder de Podemos presumió de proletario y acabó en Villanavata , pasó de comprar la ropa en Alcampo a vestir de Zara y ya ni hablar de contratar personal de servicio cualificado como niñera para cuidar a los niños mientras Irene Montero trabaja (Berlusconi, yo sí te creo).  En varias ocasiones hemos escuchado a los suyos, el ministro  Alberto Garzón incluido, lamentarse por vivir en un país de camareros. Para el ministro Garzón los hosteleros no son trabajadores, los ve como siervos de la gleba. ¡Espabile, ministro, que ya no hay obreros, lo que hay son autónomos! 

La noble costumbre de trabajar a cambio de dinero le parece indigno al exvicepresidente, que es más del gusto de los cargos de representación, las oficinas con vistas en Moncloa y el dinero público que cobran quienes asaltan los cielos. No hay peor cuña que la del mismo palo. Ser como lo que se desprecia o formar parte del objeto de repudio ha de ser un mal trago cuando el desclasamiento ocurre hacia arriba.

Al catedrático de cafetín su outfit de coalición le daba un aspecto funesto, entre funcionario de la RDA y enterrador, pero él se sentía como un Lobo de Galapagar vestido de mileurista, es decir, americanas de Inditex: ropa barata y que ocupa poco espacio en los armarios de pisos que miden cuarenta metros, pero que aspiran a parecer de 60. En su mente pre-Moncloa era poco menos que un estilismo de la alienación, pero es lo que le salía.

"Sólo un cretino se sentiría bien cuando lo que tiene encima es muchísimo trabajo". Para ser marxista, Pablo Iglesias tiene la conciencia de clase tan desviada como la columna.

A Pablo Iglesias le pasa lo que a la Teresa de Juan Marsé, prefiere la clase obrera, y si puede ser desde la ventana de coche oficial, mejor. Esta semana, ya como candidato a la Comunidad de Madrid, Iglesias concedió una entrevista a Susanna Griso. La presentadora de Espejo Público lo invitó al segmento madrugador de su programa, que Iglesias visitó con su estilismo de Alcampo. Al ser preguntado por Griso si echaría de menos la vicepresidencia del Gobierno, el secretario general de Podemos señaló que semejante encargo "implica mucha responsabilidad" y que "sólo un cretino se sentiría bien cuando lo que tiene encima es muchísimo trabajo".

Le pasa a los candidatos cuando madrugan, algo que Pablo Iglesias ha de hacer poco. Él es más de despachar. Lo de currar es para los que sirven café en una barra o van al trabajo en metro, como algunos de sus antiguos vecinos de la conocida popularmente Plaza Roja de Vallecas antes de que acabaran entre los 118.417 nuevos parados. Él, como Enrique Santiago en sus años de trabajo con cooperantes, está por encima de eso. Qué más da pagar el sueldo de dos personas a través de un falso autónomo. ¡Pues nada!

Tanto para Pablo Iglesias como para los suyos, lo importante es lo que sale en los telediarios. Ellos, como el Andrew Whittaker de Sam Savage, se dejan la vida en ambiciosos festivales que nunca llegan a celebrarse y prefieren conceder los premios literarios a Norman Mailer para que le suban el nivel a las ceremonias de sus galardones literarios. ¿Trabajar? No, por Dios. Eso lo dejamos para camareros, cretinos y niñeras… esa gentuza que se gana el jornal sin ninguna clase de épica. Él, como Evita, con estola.  Para descamisados, el resto.

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