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Opinión

Pablo Casado nunca existió

Ese 'casadismo' que ya nadie recuerda fue el homenaje que se dio el PP a sí mismo en 2018 después de todo lo que llevaba tragado, pero ahora en la resaca no se acuerda ni falta que le hace

Pablo Casado se convirtió en presidente del PP en julio de 2018 solo porque Alberto Núñez Feijóo, ya entonces el deseado por muchos, no quiso o no supo… o porque le temblaron las piernas ante la posibilidad de que la favorita del entonces aparato, su adversaria monclovita Soraya Sáenz de Santamaría, sacara a la luz dossieres maledicentes sobre no se qué amistades de juventud que -supongo- deben haber dejado de ser tan peligrosas como para atreverse ahora a desafiarlos.

Eso fue lo que ocurrió realmente hace cuatro años entre bambalinas del poder popular y lo demás, pues las típicas ganas de toda organización por regalar los oídos al joven líder recién entronizado, al cual ahora se disponen a echar en el congreso de Sevilla este fin de semana en medio -lo veremos- de las mismas estruendosas loas a su sucesor y a su galaica manera de entender la política y los silencios. Es la condición humana, que la victoria tiene mil padres y la derrota ninguno.

La semana pasada el ex ministro de Asuntos Exteriores José Manuel García Margallo, en un alarde de sinceridad y memoria muy de agradecer en estos tiempos de postureo en Redes sociales, admitía en voz alta: “Casado no ganó, habríamos votado a cualquiera con tal de que no ganara Sáenz de Santamaría”. Punto final. No hay mejor manera de explicar por qué no hay casadismo en el PP, ese luto por el paraíso perdido que se da en todos los partidos cuando se va el líder que proporciona confort ideológico… y sueldo.

¿Qué queda de aquellos jóvenes de sonrisa Profidén elegidos para hacer frente a Pedro Sánchez, y sacudirse el marianismo tras la bochornosa imagen del bolso de la ex vicepresidenta en el escaño de Rajoy mientras éste apuraba sus últimas horas entre whisky y whisky?… Nada

El palentino inesperado y sus Nuevas Generaciones, incluida su amiga Isabel Díaz Ayuso, decía el ex presidente Aznar de su pupilo, representarían el mejor borrón y cuenta nueva respecto a la Gürtel, a Bárcenas con todas sus corrupciones ocultas bajo aquel abrigo Chesterfield de gangster que se gastaba el tesorero, y respecto a los numerosos fulanismos que lastraban la sigla de la gaviota; sangre nueva limpia de polvo y paja, aunque solo fuera por ausencia de currículum, y dispuesta a la guerra ideológica con la izquierda.

Al fin y al cabo, el Feijóo que acababa de dar un paso atrás ante aquella muchachada llena de pulseras y gifts no dejaba de ser otro diletante Rajoy 2.0 en pleno desastre interno de la marca Rajoy; y eso, que le hacía sospechoso -y le sigue haciendo- ante no pocos nostálgicos del aznarismo, convirtió en digerible al imberbe líder de la muchachada en cuestión. Casado se convertía así en el homenaje que se dio el PP después de todo lo que llevaba aguantado.

¿Quiénes quedan y qué queda de aquellos jóvenes cachorros de sonrisa Profidén cooptados de las Nuevas Generaciones para hacer frente a ese otro sonrisa Profidén, Pedro Sánchez, con el descaro suficiente como para sacudirse el marianismo tras la bochornosa imagen del bolso de la ex vicepresidenta en el escaño vacío de Rajoy mientras el todavía presidente del Gobierno apuraba sus últimas horas en el Arahy entre whisky y whisky?… Nadie. Nada. Desbandada.

Casado tenía todo a favor tras la tormenta perfecta desatada en 2018 contra de Sáenz de Santamaría -a quienes muchos en el PP veían la continuidad del marianismo sin Rajoy- pero su devenir demuestra que nunca dejó de sentirse un líder de prestado

Si, e Casado a punto de ser historia lo tenía todo a favor tras esa tormenta perfecta desatada contra de Sáenz de Santamaría, a quienes muchos en el PP veían más como la continuidad del marianismo sin Rajoy, pero su devenir en estos casi cuatro años demuestra que nunca dejó de sentirse un líder de prestado. Su mentor, Aznar, y el resto se dieron cuenta a las primeras de cambio, y cada uno lo dijo a su manera; por ejemplo, ese Rajoy desquitándose en un libro de título nada inocente: Política para adultos.

Ya a los pocos meses de llegar al poder de Génova, allá por diciembre de 2018, tuvo en Andalucía su primer traspiés: un Juan Manuel Moreno Bonilla contra quien Casado había preparado las exequias -Metió en la lista por Córdoba al ex secretario de Estado de Interior José Antonio Nieto con el ánimo indisimulado de que le sustituyera al día siguiente de la derrota-, sobrevivía inesperadamente porque Susana Díaz, la ganadora de aquellos comicios, no logró gobernar y él jugó bien sus cartas con Ciudadanos y Vox. A partir de ahí comenzaron los inexplicables intentos por disputarse el poder orgánico del PP andaluz.

Cinco meses más tarde, Casado tendría que lidiar en primera persona con la resaca marianista el 28 de abril de 2019: el peor resultado de la historia del partido, 66 escaños, corregido seis meses más tarde en la repetición electoral, 89 diputados. A pesar de esta subida que le otorgó cierto un respiro frente al aliento de Vox en la nuca, jamás llegó a asentarse, nunca disfruto un triunfo que él sintiera y que los demás le concedieran como propio. Eso también explica que ahora no haya quien se reclame casadista; en realidad, el casadismo nunca existió.

La cuarta mayoría absoluta lograda por Feijóo en Galicia el 5 de julio de 2020 no podía ser suya por razones obvias, huelga decirlo, pero es que cuando su amiga Díaz Ayuso consigue para el PP en Madrid un año mas tarde, el 4 de mayo de 2021, el, en teoría, primer triunfo electoral del casadismo, sorprendentemente el joven líder de la derecha española empezó a tirar piedras contra el tejado de la presidenta madrileña… que era el suyo aunque solo fuera porque él la eligió para el puesto arriesgando no pocas críticas internas por su "temeridad".

El antecesor de Feijóo nunca supo desprenderse del caudal de ilegitimidad que arrastra, inevitablemente, todo liderazgo nacido de un proceso de selección negativa en el que los verdaderos líderes (Sáenz de Santamaría vs Feijóo) desaparecen; y se le notaba todo

Sus continuos movimientos orgánicos contra Ayuso y contra el presidente andaluz transmitían una continua sensación de celos políticos que no hacía sino corroborar una imagen de cada vez mayor debilidad. En definitiva, Casado no supo desprenderse en ningún momento de ese caudal de ilegitimidad que arrastra, inevitablemente, todo liderazgo nacido de un proceso de selección negativa en el que los verdaderos líderes (Sáenz de Santamaría vs Feijóo) desaparecen de escena; y se le notaba en todo: en sus dudas, en sus presuntos golpes de autoridad que no eran tales, como el irracional e ininteligible empeño por que Diaz Ayuso no presidiera el PP madrileño. Un retrato de situación que explica por qué tras cuatro años no hay casadismo.

Si no se tiene en cuenta -el primero en no tenerlo fue él mismo- que su liderazgo lo fue de prestado en lo orgánico, por el apoyo de los compromisarios de María Dolores de Cospedal, y de prestado también en lo sentimental, por una militancia que solo le aceptó por su juventud y osadía entre tanto dinosaurio, no se entiende nada. Y menos que nada el tupido silencio que se ha abatido sobre el joven líder, tal que no hubiera existido nunca en la historia del partido.

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