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Opinión

Oxígeno para Maduro

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.

Esta semana Alberto Fernández, presidente electo de Argentina, ha hecho su primer viaje "oficial". No lo ha hecho a Chile, Uruguay o Brasil, países vecinos con los que Argentina mantiene el grueso de sus relaciones comerciales, sino a México, el otro extremo del continente, a miles de kilómetros y sin que haya vínculos de tipo económico que lo justifiquen. Que se haya decantado por México no es una casualidad, es una consecuencia y toda una declaración de intenciones.

A lo largo del último año el equilibrio de poder en la América hispana ha cambiado sensiblemente. Todo empezó curiosamente en México en diciembre del año pasado cuando López Obrador tomó posesión como presidente. En ese momento quedaba fatalmente herido el llamado Grupo de Lima, una coalición creada en 2017 por los principales Gobiernos hispanoamericanos para ejercer como grupo de presión contra el régimen bolivariano. El acuerdo que lo constiuyó fue firmado por Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Perú, amén de otros Estados más pequeños como Honduras, Guatemala o Paraguay.

Aquello ponía a Maduro contra las cuerdas porque en América le quedaban sólo tres aliados, y no con demasiada buena prensa: Bolivia, Nicaragua y Cuba. Al Grupo de Lima desde fuera le apoyaba Estados Unidos y la Unión Europea, que empujaba por el empeño personal del Gobierno Rajoy. Fue entonces cuando empezaron a llover las sanciones mientras, a un tiempo, arreciaban las protestas dentro de Venezuela. Parecía una cuestión de tiempo, de poco tiempo, que Nicolás Maduro tirase la toalla. Pero no lo hizo, aguantó -seguramente por indicación cubana- y hoy está empezando a recoger los frutos en forma de un nuevo eje que ha surgido precisamente para sacarle las castañas del fuego.

Maduro hoy ya puede respirar más o menos tranquilo. La oposición interna sigue existiendo, pero debilitada y sin dirección clara. Salvo sorpresas, puede decirse que el efecto Guaidó está agotado

A día de hoy ese eje lo forman México y Argentina, que no es cualquier cosa, son la segunda y la tercera economía de Hispanoamérica y, por su tamaño, cuentan con cierta capacidad de influencia y capacidad de arrastre. El Grupo de Lima, entretanto, languidece tras la deserción mexicana, la previsible deserción argentina y los problemas que tiene que enfrentar Sebastián Piñera en Chile e Iván Duque en Colombia. En Chile los problemas son de orden público, en Colombia de tipo electoral. La semana pasada se celebraron elecciones regionales en las que el uribismo no salió precisamente bien parado.

Todo esto en Caracas suena a música celestial. La presión sobre el régimen ha aflojado bastante, tanto la externa como la interna. Nada que ver con lo que sucedía hace sólo un año, cuando Maduro andaba con el agua al cuello contando las horas que le quedaban en Miraflores. Hoy ya puede respirar más o menos tranquilo. La oposición interna sigue existiendo, pero debilitada y sin dirección clara. Salvo sorpresas, puede decirse que el efecto Guaidó está agotado.

Simplemente carece de fuerza para provocar cambios en el interior del país. Necesita la ayuda externa y ésta es complicado que llegue a no ser que Donald Trump se quiera remangar meter ahí, cosa improbable a sólo doce meses de unas elecciones en las que busca la reelección. Este tipo de intervenciones se sabe cómo empiezan, pero no como acaban. Iría, además, contra su propia filosofía. Trump está sacando tropas de puntos calientes como Siria, no enviándolas.

Queda, por lo tanto, saber hasta dónde puede llegar la alianza argentino-mexicana. Desde el punto de vista diplomático parece claro que detendrán en seco la ofensiva anti Maduro. Pero eso ya lo han hecho, al menos en el plano discursivo. De manera que habría que preguntarse si pueden ir más allá, si están dispuestos, por ejemplo, a enfrentarse a cara de perro con Estados Unidos o la Unión Europea a causa de Venezuela. Eso ya es más difícil. No les interesa y, además, no pueden permitírselo.

Los problemas de Argentina

México y Argentina están como están. Argentina metida en una crisis económica de campeonato y México con una gráfica de crecimiento que se asemeja a un encefalograma plano, no ha entrado oficialmente en recesión, pero no le falta mucho. Este año el PIB crecerá tan solo un 0,1%, es decir, nada. La anemia de la economía mexicana impide a Obrador desplegar su programa máximo en casa, pero también fuera de casa. Sobre Argentina no me extiendo porque es bien conocida la situación. Lo primero que tendrá que hacer Fernández nada más sentarse en su despacho de la Casa Rosada dentro de un mes será vérselas con el FMI porque el préstamo que pidió Macri hay que devolverlo.

No es casual que Fernández visitase durante su viaje a México la basílica de Guadalupe, quizá para impetrar ayuda a la virgen morena. No sé si le servirá de mucho. La virgen sólo ayuda a quien se quiere dejar ayudar. No parece ser el caso de Fernández y Obrador, cuyas ideas en materia económica oscilan entre lo malo y lo peor. Los milagros que prometieron a sus respectivos electorados no podrán materializarlos por falta de dinero. Y eso sí que es una bendición de la virgen.

Algunos analistas un tanto exagerados andan diciendo que esto es el renacimiento de la América bolivariana. Pero no, no hay renacimiento alguno. La América bolivariana se edificó sobre el barril de crudo venezolano a 120 dólares y la proverbial largueza de un iluminado como Hugo Chávez. Nada de eso queda hoy. El barril está a la mitad de precio, Venezuela vive en la ruina y Chávez subió a los altares, pero desde allá arriba no se puede gobernar.

Al final la realidad es la que es. El primer socio comercial de Argentina es Brasil (un 30% de sus importaciones vienen de ahí) y el segundo Chile. Respecto a México el 75% de sus exportaciones van dirigidas a Estados Unidos y su principal socio comercial en Hispanoamérica es Brasil, no Argentina ni Venezuela. Estos son los números del que pomposamente han bautizado como nuevo eje bolivariano.

Esto no significa que no vaya a tener consecuencias, que las tendrá indudablemente, en especial en Venezuela, donde ya se percibe como se afloja el dogal sobre su Gobierno. Esto ha permitido a Maduro tomar aire y ponerse de nuevo en marcha y pasar a la ofensiva tal y como estamos viendo en Chile y Ecuador. ¿Se repite la historia? No exactamente. Es cierto que el presente toma a menudo derroteros parecidos a los del pasado, pero parecidos, nunca exactamente iguales.

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