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Opinión

Junqueras, ‘español del año’

Junqueras durante su declaración en el Supremo.

Estoy convencido que de aquí muchos años, cuando los historiadores quieran referirse al periodo político del “prusés” catalán le llamarán “la época del cinismo”. De hecho, lo más relevante de este momento histórico es esa actitud cínica, esa razón cínica de los políticos separatistas. Vemos cómo los dirigentes de Esquerra, después de protagonizar un golpe de Estado, de enseñorearse en el desprecio más absoluto al Estado de Derecho (solo cabe recordar lo ocurrido en el Parlament el 6 y 7 de septiembre de 2017), de jugar con escenarios insurreccionales como el del 3 de octubre, de dividir y enfrentar a los catalanes… ahora, de repente, como en una (falaz) epifanía, quieren presentarse como los adalides de la centralidad política, como los campeones del diálogo, como los que deben liderar esta nueva etapa política que se abre en Cataluña…

Pero cabría preguntarse: ¿puede formar parte de la solución aquél que provocó el problema?, máxime ahora cuando aumentan los oídos dispuestos a dejarse engatusar por los cantos de sirena de un relato pre-estatutario (pre-Estatut del 2006), cuando nos aproximamos a un diálogo que acabará en negociación política (veremos de qué naturaleza). Para responder a la pregunta planteada podríamos recurrir al proverbio latino “facta non verba”, deberíamos observar más lo que hacen que lo que dicen, constatar lo que están haciendo más seguir el discurso que construyen, porque es en la práctica donde se vislumbran la verdaderas intenciones de esta ERC que pretende vestirse con los ropajes del pujolismo, que pretende hacerse pasar por la CiU de los años previos al Desastre Catalán.

Detrás de este cambio en la narrativa de ERC se esconde el reconocimiento de que han adelantado quince o veinte años en el proceso de ruptura

Podríamos preguntarnos si es cierto este cambio de rumbo hacia la moderación: ¿por qué ERC sigue apoyando a un presidente de la Generalitat como Quim Torra que es el adalid de la radicalización de la política excluyente en Cataluña?; ¿por qué permiten que el Parlament siga siendo un foro de propaganda sin actividad legislativa?; ¿por qué ocultan día sí y día también el tremendo fracaso político y social del llamado “prusés”?; ¿por qué no reconocen el enorme daño social, político y económico provocado por el aventurerismo separatista?; ¿por qué no reconocen la legitimidad de esa más de la mitad de catalanes que decimos no al desastre del proceso independentista? En fin, ¿por qué no dicen públicamente la verdad que sí reconocen en privado?

En verdad, detrás de este cambio en la narrativa de ERC se esconde la asunción de que se adelantaron quince o veinte años en su proceso de ruptura. Pretenden ganar esos años para que el plan de ingeniería social (corregido) dé sus frutos políticos más adelante; y lo que cabe esperar es que este planteamiento estratégico no escape del radar de los que llevan las riendas de nuestro Gobierno. Ahora, después de todo lo ocurrido, nadie debería creer que estos chicos de la neoconvergencia republicana son candidatos a “español del año”, ni mucho menos que son hombres de Estado porque, en realidad son hombres contra el Estado.

Para acabar pondré un ejemplo de lo que decía más arriba, de los hechos y las palabras: si ERC no quiere seguir con la deriva del “prusés”, debería hacer caso al dicho que dice “lo primero que debes hacer para salir de un agujero es dejar de cavar”. Sin embargo, Alfred Bosch, actual consejero de Acción Exterior, Relaciones Institucionales y Transparencia de la Generalidad de Cataluña (sí, leen bien: de “trasparencia”; la capacidad orwelliana de transmutar el sentido de las palabras parece no tener límite), cuenta con catorce “delegaciones” cuyo cometido -muy poco disimulado- es hacer de antenas de propaganda en su plan de internacionalización del proyecto independentista. Dichas delegaciones las encontramos en: Bruselas, París, Londres, Berlín, Washington, Nueva York, Roma, Ginebra, Zagreb, Viena, Beirut, Riga, Estocolmo y Lisboa. Una indisimulada forma de visualizar que detrás del discurso buenista sigue habitando el monstruo rupturista que llevan dentro. Lo dicho, a Dios rogando y con el mazo (en forma de talonario de la Generalitat) dando.

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