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Opinión

La oposición venezolana ante el abismo

Juan Guaidó y Leopoldo López el día del último alzamiento en Caracas.

En enero de este año, el día 23 concretamente, emergió como un torbellino un nuevo protagonista de la tragedia venezolana. Se llamaba Juan Guaidó y era un simple diputado del partido Voluntad Popular -el de Leopoldo López-, completamente desconocido para el público internacional. Un tipo joven de sólo 35 años que hizo algo insólito: convocó cabildo abierto en el centro de Caracas y fue proclamado presidente encargado de Venezuela.

El cabildo abierto, una institución de origen virreinal que contempla la legislación venezolana, estaba justificado en tanto que Nicolás Maduro se había puesto al margen de la ley en los meses precedentes. El presidente decidió desconocer a la Asamblea Nacional y se inventó otra nueva con la que se puso a redactar una nueva Constitución para amarrarse al poder indefinidamente. Había perdido, en definitiva, toda la legitimidad que en algún momento pudo haberle acompañado.

Tras la proclamación de Guaidó se abrió una crisis política sin precedentes, la mayor de cuantas ha tenido que soportar Maduro en sus casi siete años de Gobierno. Llovieron los reconocimientos internacionales, tanto EEUU como la Unión Europea y los principales países de Hispanoamérica dieron por bueno a Guaidó. Parecía cuestión de tiempo, de poco tiempo, que Maduro fuese derrocado por las buenas o por la malas.

Lo primero dependía de los apoyos que fuese capaz de concitar Maduro dentro de la fuerza armada. Lo segundo de hasta dónde estaba dispuesto a llegar Donald Trump. En aquel momento el presidente de EEUU dijo textualmente que "todas las opciones están sobre la mesa", por lo que muchos se entusiasmaron dando por hecho que el ejército estadounidense intervendría para aventar a Maduro y forzar un cambio de régimen.

Pero Trump no estaba por la labor de gastar una sola bala en Venezuela, un país importante sin duda, pero no tanto como para sacrificar marines, crédito internacional y verse además metido en un problema con los rusos, el aliado crepuscular e interesado de la dictadura chavista. La intervención tenía otros problemas añadidos. Sería extremadamente impopular dentro de casa y costaría dinero, tanto por la intervención en sí misma, como por los cuantiosos fondos que habría que destinar a la estabilización y reconstrucción de Venezuela, un país devastado en el que nada funciona y en el que a duras penas sus habitantes cubren sus necesidades nutricionales diarias. Todo eso lo tendría que pagar el contribuyente estadounidense.

Errores estratégicos y las continuas puñaladas que los líderes opositores se propinan entre ellos han conducido a una situación de semiparálisis y al desencanto más absoluto

A partir del entusiasmo inicial, Guaidó y los opositores comenzaron a dar palos de ciego. El más sonado de todos ellos fue la charlotada del 30 de abril, cuando trató de levantar al ejército contra Maduro y la cosa quedó en nada. Errores estratégicos como este más las continuas puñaladas que los líderes opositores se propinan entre ellos han conducido a una situación de semiparálisis y al desencanto más absoluto. Como resultado, hoy la oposición venezolana es mucho más débil que hace un año.

A los errores propios se suma que el régimen no les ha dado tregua. Muchos opositores de renombre han tenido que exiliarse, otros están en la cárcel y los pocos que permanecen dentro del país viven en un continuo sobresalto sometidos a una vigilancia continua y a las estrecheces materiales que padece el común de los venezolanos. La oposición tiene algo de Frankenstein, pero con las piezas especialmente mal encajadas. En la ya extinta MUD se daba cita un rosario interminable de partidos y partidillos de lo más variopinto. Algunos eran indistinguibles del chavismo en cuestiones ideológicas. De hecho, muchos chavistas caídos en desgracia se pasaron a la MUD, donde fueron recibidos con vítores y aplausos. La plataforma opositora se había convertido en un no partido con un sólo punto en el programa: descabalgar del poder a Chávez primero y a su sucesor después.

Este detalle lo conocían los chavistas y lo pusieron a jugar a su favor desde el principio. Echaron mano del recurso de la vieja política. Todo el que se oponía a la revolución bolivariana era un resabio indeseable de los partidos de la IV República, los denostados adecos y copeyanos sobre cuya mala imagen supo cabalgar Chávez durante años. Cuando se produjo el relevo generacional y entraron opositores más jóvenes como Leopoldo López, que nada tenían que ver con el anterior sistema de partidos, sobrevino la parálisis. En su descargo podemos decir que durante los primeros años fue muy difícil combatir a un líder carismático que pasaba más tiempo en la televisión que durmiendo, un tipo que regalaba dinero y que, además, fuera de Venezuela se lo rifaban porque se había convertido en una celebridad aplaudido por toda la izquierda occidental.

El régimen empezó a venirse abajo en torno a 2012, ya en la recta final de la vida de Chávez. Aquel era el momento de la oposición, pero con la crisis económica galopante llegó también el gran éxodo. Todo el que se ha podido marchar de Venezuela en los últimos seis años lo ha hecho. Hay unos cinco millones de venezolanos fuera del país y eso ha repercutido directamente en la oposición, que se ha quedado sin un gran número de apoyos y sin cuadros de cierto nivel. Los buenos simplemente se han marchado y no parece que vayan a regresar en mucho tiempo... si es que lo hacen. Han rehecho su vida en Colombia, en Panamá, en EEUU o en España y su interés por lo que pasa en Venezuela ha ido decreciendo.

Con esto también cuenta el régimen y ya se sabe que, a enemigo que huye, puente de plata. El opositor en Miami o en Madrid puede patalear, pero nada más puede hacer. Hace unos años al chavismo aún le preocupaba la imagen internacional del régimen, hoy la sabe arruinada y sólo busca perpetuarse en el poder. Lo siguiente será desembarazarse de los opositores de la Asamblea Nacional y reducirlos a una simple disidencia, como en Cuba. Es por ello que o libran la batalla que les viene el próximo año o habrán desaparecido en cuestión de meses. Personalmente soy pesimista, aunque también es cierto que hace un año renacieron de sus cenizas y retomaron la iniciativa contra pronóstico. A eso mismo tienen que encomendarse porque no les queda otra.

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