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Opinión

La selvática derecha

Casado y Rivera

Las matemáticas parlamentarias importan. Las frías y pertinaces operaciones que pueden hacerse para lograr los diputados es la traslación de los cálculos de la campaña a las operaciones de la legislatura.  Sin embargo, los votantes no pidieron matemáticas, sino poesía. Los números bocetan la necesidad de lírica en una situación de cinco partidos. El gobierno hasta ahora, la política en general, era una actividad prosaica, para la que el ábaco bastaba. Sin embargo, con cinco partidos es necesario dar paso a la lírica y a políticos que rimen y cuenten medidas como sílabas para llegar a acuerdos como poemas. En el fondo, las matemáticas muestran caminos intuidos que los responsables públicos parecen haber decidido recorrer, no son altibajos.

Los renglones retorcidos con los que la izquierda llevó a cabo la moción de censura resultan no servir ahora que se abre página nueva. El presidente en funciones parece más empeñado en repetir las elecciones que en dotar de estabilidad a las instituciones (recordemos, por ejemplo, que el CGPJ, el Defensor del Pueblo, el Tribunal Constitucional y el Consejo de Transparencia aún siguen pendientes de renovación). Este repelús que muestra por Podemos hace que Sánchez aparezca incapacitado para la poesía política que la situación exige. Pretender unos votos sin ofrecer nada a cambio es, además de una arrogancia que España no puede permitirse, una muestra de escrúpulos que roza lo farisaico. Podemos, claro, dice que por ahí no pasa.

Algo similar sucede con Vox y Ciudadanos, con la diferencia de que ambos han empezado a pasar por sus respectivos aros. Parecen los protagonistas de La Esfera y la Cruz: dos personajes, un católico y un ateo, que tratan de batirse en duelo por sus ideas sin lograrlo. Andan, vuelan y navegan para poder hacerlo sin que las autoridades interrumpan el enfrentamiento, hasta aliarse por un objetivo común: cruzar armas el uno contra el otro. Paradójico.

Los votantes no pidieron matemáticas, sino poesía, y con cinco partidos es necesario dar paso a la lírica y a políticos que cuenten medidas como sílabas para llegar a acuerdos como poemas

Aunque las semejanzas puedan ser reveladoras, la derecha soporta un peso que la izquierda ha logrado evitar por la vía de la victoria electoral. Que exista un partido de gobierno -en este caso, el PSOE- es importante y sencillo, tanto en cuanto nace de una victoria electoral clara. Que ese partido tenga una oposición eficaz es indispensable, y no tan sencillo.

Ciudadanos aún no ha caído en la cuenta de que no han logrado el objetivo que se marcaron en las elecciones. Se resisten a aceptarlo, presos de una nostalgia por lo que pudo haber sido, y se niegan a reubicarse en el espacio político de la derecha, que guste más o guste menos, sigue liderando el PP. Están, claro, en su derecho de disputárselo. Algo así como una machtpolitik weberiana, pero en pequeñito y más de andar por casa. Pero hasta la voluntad de poder debería tener límites.

Vox, por su parte, bascula entre el grito y la reivindicación, en una acumulación y pérdida permanente de razón. Con el trato que han recibido los de Abascal hemos asistido a la degeneración de la escala con la que se mide las ideas en política. Cuando se consideran inadmisibles las posiciones de Vox sobre el aborto o la familia y tolerables las del secesionismo con respecto a la unidad nacional, queda en evidencia la lógica perniciosa con la que a veces funciona la opinión pública. Pero toda la razón que pudiera asistirles a los de Abascal la pierden por sus golpes de retórica pétrea.

Y el PP. Perfil bajo, poca presencia mediática y de un lado para otro por España para intentar alcanzar acuerdos. Casado no ha tenido protagonismo. Tampoco lo ha querido. Y ha asumido el desgaste que se pueda desprender de hacer pactos con unos y con otros. El presidente del PP ha mostrado hechuras de Estado acudiendo siempre que el resto de líderes le han llamado, incluso ha tenido el tino de ofrecer a Sánchez pactos que puedan darle estabilidad a la legislatura.

En Cs están presos de la nostalgia por lo que pudo haber sido, y se niegan a reubicarse en el espacio político de la derecha, que guste más o guste menos, sigue liderando el PP

Los tres partidos están enzarzados, bosquejando pactos y soluciones para los gobiernos autonómicos, sin vislumbrar lo que a todas luces parece evidente: que el futuro y cariz lo marcará la derecha y su unión o desunión. División que puede ser intenstina, reunión que no tiene por qué ser bajo una misma vitola electoral. No de momento, al menos.

Lo poco que se quieren hoy es la medida de lo mucho que se necesitarán mañana. No es un augurio, es mera observación, es mero sentido común propulsado por la certeza de que la izquierda irá desarrollando su agenda, sin que la derecha pueda promover la suya. Que el Gobierno encuentre por toda contestación a sus pretensiones silencio o gritos aislados y por aislados, ineficaces en su labor de oposición, siempre es malo, sea del partido que sea ese Gobierno.  Si el presidente de ese Ejecutivo es Sánchez, puede ser aún peor.

El líder del PSOE está en el disparadero. ¿Lo estará la derecha ante una España que pide a gritos dejar atrás la coyuntura permanente? Esta legislatura, tanto en autonomías como en el Parlamento, es una buena oportunidad que no deberían dejar pasar. Las negociaciones autonómicas, abruptas en sus inicios, parecen haberse reconducido. Y además de lo que esto significa, son también la condición de posibilidad para que se extiendan en el tiempo y en el espacio. Una oposición conjunta respecto a determinados temas, con posiciones consensuadas entre los tres sobre la base de la confianza mutua. Ese podría ser un primer paso para que la derecha deje de estar enrededada en el ensimismamiento partidista y el marasmo selvático de su propia división.  

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