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Opinión

Al pobre Puigdemont le han vendido lotería que no está premiada

Carles Puigdemont, en una foto de archivo.

Hay algunas veces que los viajes no salen como uno espera. Tiré la Lonely Planet a la basura después de que me recomendara recorrer Sieam Reap en bicicleta. "Circular de este modo por los templos de Angkor es una experiencia muy gratificante", decía la guía. Y bien podría el autor haber dejado su estúpido esnobismo en la caja fuerte de su hotel, pues allí había 40 grados a las 9 de la mañana, con una humedad horrible, y a uno se le empapaba la camiseta por el mero hecho de existir.

En Bangkok suelen advertir en los hoteles de un timo muy común por el que, cuando usted va a visitar el Palacio Real, al bajar del taxi es abordado por un tipo que porta un cartel que dice "closed today". El mensaje no deja de resultar chocante si se tiene en cuenta que a su espalda hay una fila enorme de turistas, con sus gorras, sus sombrillas, sus botellines de agua y sus cámaras de fotos, que espera su turno para entrar al recinto. Si usted pica en el anzuelo del estafador, le recomendará ir a la joyería de su primo en un tuk-tuk. Y allí le ofrecerán pedruscos pintados con acuarelas a precio de ámbar. Si el turista es confiado, le desplumarán.

A Puigdemont le ha ocurrido lo mismo que al típico guiri que se come una "amazing paella" en la Plaza Mayor de Madrid o al que paga un dineral por uno de esos paisajes, a lápiz de carboncillo, que venden los argelinos en las orillas del Sena, en París, que han sido debidamente imprimidos en la Epson de su casa unos minutos antes. El 'molt honorable president de la República' tenía pensado acudir a Canadá para impartir una lección magistral sobre los acontecimientos de otoño de 2017 y, como se exige a los españoles, tenía que cumplimentar un formulario electrónico que es similar al visado ESTA estadounidense. El típico al que a los turistas les preguntan dónde nacieron, a qué se dedican, si tienen antecedentes penales y si han estado enfermos de tuberculosis con la excusa de cobrarles una tasa. Pues bien, en lugar de cumplimentarlo desde la mansión presidencial de Waterloo, se lo encargó a una agencia de viajes catalana llamada Electronic Travel Service. De la que existen mil y un mensajes negativos que cualquiera puede ver si busca su nombre en Google. No hace falta un detective, vaya.

"El trámite costaba 7 dólares, pero a este señor de Girona le clavaron 93"

El trámite cuesta 7 dólares, pero a este señor de Girona le clavaron 93. Al parecer, el avezado equipo jurídico que le aconseja pensó que se trataba de un sitio oficial del Gobierno canadiense, pese a que en la web de esta empresa se indica lo siguiente: "Somos una página no afiliada con el sitio web del Gobierno".

En un momento del proceso, las autoridades migratorias del país americano -informa el periódico La Presse- solicitaron alguna información adicional a Puigdemont; y la empresa que estaba tramitando su autorización le informó de que había sido denegada, en lugar de suspendida.

Como estos tipos suelen ser especialmente histéricos cuando alguno de sus asombrosos planes no les sale como pretenden y su partida de Risk se tuerce, rápidamente acudieron a los tribunales canadienses para reclamar la autorización -cuenta Efe- , lo que tampoco es gratis, por cierto. En el escrito que presentaron sus abogados, se atribuye por error al Gobierno canadiense el mensaje de la empresa catalana que le cobró un ojo de la cara por este sencillo trámite.

Sobra decir que cualquiera corre el riesgo de cometer un error de este tipo o de pagar 35 euros por una ensaimada blanda y amarga en un aeropuerto. Pero lo de los políticos que han estado al mando del proceso soberanista supone el enésimo caso de este tipo, en el que quedan como primos pese a venderse como estadistas. Lo de este señor gerundense resulta especialmente llamativo, pues quizá las cámaras y la siempre engañosa épica de la que se cubren los falsamente llamados revolucionarios impiden ver que es alguien torpe y limitado. Un trampantojo que es víctima de la inseguridad a la que lleva la falta de preparación para liderar cualquier proyecto.

Con el orgullo del mediocre y la inconsistencia del mentalmente pobre, saltó por encima del pacto, consumó la DUI, 'enmarronó' a Junqueras y se fugó en el maletero de un coche

Lo de Canadá es una anécdota, pero otros episodios no son jauja. El mejor ejemplo de este tipo afloró en los primeros días del juicio del 'procés', cuando Santi Vila y el lehendakari Íñigo Urkullu describieron la negociación que su Gobierno mantuvo con el de Mariano Rajoy antes de que se realizara la declaración unilateral de independencia. En aquellos días, hubo un acuerdo entre las partes para convocar elecciones autonómicas y renunciar al choque de trenes, pero he aquí que don Carles, desde el Palacio de Sant Jaume, comenzó a escuchar gritos que le definían como 'botifler'. Entonces, con el orgullo del mediocre y la inconsistencia del mentalmente pobre, saltó por encima del pacto, consumó la DUI, 'enmarronó' a Junqueras y se fugó en el maletero de un coche.

Dicen quienes conocieron a Puigdemont en su juventud, cuando trabajaba en el periódico 'El Punt', que por las noches se bebía Girona mientras daba la tabarra a sus compañeros de juergas con el independentismo. En aquel entonces, el tema no le interesaba a muchos catalanes, pero siempre estaba en boca de este político. De ese pensamiento circular seguramente derivan los delirios actuales. Y quizá ese pensamiento sobre una Cataluña libre le hace a uno aislarse sobre lo que ocurre más allá de las cuatro provincias y le impide ver que ya no se puede fumar en los aviones ni entrar en un vuelo barato con tres maletas de mano. Tampoco hay fronteras entre unos cuantos países europeos. Quizá por esas formas de cateto aspire a levantar algunas barreras en España.

Todavía hay quien piensa que estos tipos que están preparados para dirigir una república. Y sus seguidores son unos cuantos, además. Desde luego, hace falta un buen ejército de psicólogos en la Cataluña que se ha encomendado a esta gente.

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