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Opinión

Demasiado tiempo, demasiado tarde, demasiado riesgo

Francisco González, presidente de honor de BBVA.

Ha aguantado Carlos Torres la frenada hasta la misma plena profunda curva, aún a riesgo de precipitarse por el barranco, pero la amenaza de esa junta que este viernes tiene lugar en Bilbao, tierra madre de ese Bilbao y ese Vizcaya que están en la raíz, que son la esencia del actual BBVA, ha debido ser tan fuerte, tan llamativo el miedo a esa prueba a cara descubierta, que Francisco González (FG) no ha tenido más remedio que hacer mutis por el foro y despedirse. Se supone que ha sido el nuevo presidente -un hombre que ha puesto en peligro su recién casi estrenado cargo jugando a que el paso del tiempo lograra templar gaitas, amainar el temporal-, quien a última hora se ha atrevido a decirle que el banco no podía presentarse en Bilbao como si aquí no hubiera pasado nada. Cuando ha pasado de todo y por su orden. De modo que unos y otros han decidido vestir el muñeco con ese “abandono temporal de cargos” hasta que pase la Junta de Bilbao, perdón, “hasta que concluyan las investigaciones en curso sobre el caso Villarejo”. Así lo dice una carta supuestamente enviada por el propio FG a Torres.

Se trata de una despedida que suena a definitiva. Una salida por la puerta de servicio. Una escapada en plena noche, cuando la ciudad duerme y la vida parece haber perdido el pulso. Ha ocurrido lo que todo el mundo imaginó, que FG se resistiría a admitir con todas sus fuerzas, porque este despido, víspera misma de la Junta, viene a suponer una asunción de culpas que deja su trayectoria por los suelos y su fama maltrecha, todo su historial en entredicho, a la espera de que los juzgados la emprendan con la eventual materia penal que pueda derivarse del monumental escándalo del banquero que contrató los servicios de las cloacas policiales del Estado, representada por el eximio Villarejo, para espiar a empresarios, políticos y periodistas en un intento de contrarrestar otro escándalo de no menor cuantía: el intento de un grupo de empresarios del capitalismo castizo (Del Rivero, Abelló y por ahí) de, con apoyo logístico del Gobierno Zapatero, moverle la silla y propiciar el asalto al BBVA. Caza mayor y premio gordo asegurado. De haber triunfado.

Fracasaron. Y no por Villarejo (el misterio de un consumado patán, burro en cacharrería, elevado a los altares del mago de la intriga), sino por la defensa que del presidente del BBVA realizó el entonces todavía gobernador del Banco de España, Jaime Caruana, uno, otro más, de los “pata negra” del Gobierno Aznar y de su antaño hombre fuerte, Rodrigo Rato. Todos son ya verdura de las eras agostada por la inclemente intemperie de una sociedad de nuevos ricos que se acostumbró a vivir por encima de sus posibilidades, que se rindió a la belleza efímera del becerro de oro del dinero. Que se corrompió de la cruz a la raya. El fracaso de un modelo de sociedad, más que de Estado. Ocurrió que Emilio Ybarra, un hombre con menos luces que un barco de contrabando, devenido en presidente del BBV tras la guerra fratricida librada entre Sánchez Asiaín (Bilbao) y Pedro Toledo (Vizcaya), llegó a la conclusión de que la única manera de evitar que el banco cayera en manos del beaterío peneuvista consistía en alejarlo de Bilbao y “españolizarlo”. Y la mejor forma de hacerlo era fusionándolo con Argentaria, a cuyo frente el Gobierno Aznar había colocado a uno de los suyos. Uno de los amigos de Rato.

Convirtió el BBVA en su cortijo

El Santander venía apretando. En la cocina del sistema bancario no cabía otro ingrediente que no fuera la “dimensión”. Emilio Botín se había zampado el Central Hispano de José María Amusátegui y en el mercado no quedaba pareja de baile susceptible de llevar al altar más que Argentaria. En mala hora. En buena para los intereses de los amigos de Rato. FG despachó hacia la playa de Algorta a los restos de la vieja aristocracia industrial y financiera -el fulgor de los altos hornos reflejado en la ría del Nervión- de Neguri, y se convirtió en dueño y señor absoluto del BBVA. Hizo del banco su cortijo. Los resultados, en términos de tamaño y valor en Bolsa, son conocidos y huelga reiterarlos. Lo que nadie pensaba –sí, desde luego, quienes tuvieron ocasión de conocerle recién llegado para sustituir a Paco Luzón al frente de Argentaria-, es que el sujeto llegara a mostrarse dispuesto a todo con tal de defender su fortaleza. Dispuesto a utilizar el dinero de la sociedad, del banco, para defender sus posiciones personales.

Una situación insostenible, que ha durado demasiado tiempo. Demasiado tarde todo. Demasiado el daño infligido al banco, a la marca, a la reputación de una entidad cotizada en bolsa con miles y miles de accionistas. Una presión insoportable para Torres. FG hubiera tenido que apartarse motu proprio hace año y pico, nada más saltar al ruedo el escándalo de la relación del banco con Villarejo –ex comisario Corrochano, jefe de seguridad del BBVA, mediante- y los pagos, superiores a los 5 millones, efectuados por la entidad al entramado mafioso del también excomisario. Sabemos que en junio de 2018 la entidad abrió una “investigación interna” al respecto, y que en diciembre del mismo año, sin noticias de esa “investigación interna”, FG se hizo nombrar presidente de honor por el Consejo de Administración, añadiendo con ello el insulto a la afrenta. Y el Consejo de Administración tragó, poniendo al banco en un riesgo reputacional incuestionable. En lugar de una discreta retirada, una situación insostenible.

Al final, ni FG ni el propio Torres han podido superar la presión de la Junta de Accionistas de hoy. Fácil imaginar el trago, el supino cabreo, que esta retirada de última hora, esta indirecta asunción de culpas, habrá significado para un hombre como FG. Para el de Chantada, con todo, esto no es el final de nada sino el principio de casi todo. Y ese “todo” tiene que ver con la investigación abierta, pieza separada, por el juez García Castellón, y por lo que pueda derivarse de las querellas interpuestas por los espiados de Sacyr y sus copains de la administración Zapatero. Un camino no precisamente de rosas. Como el del propio Torres. El nuevo presidente del BBVA podría encontrarse en un futuro inmediato ante una endiablada encrucijada, consistente en que no encuentre materia contra FG derivada del forensic encargado a varias reputadas firmas, y que luego los tribunales se ocupen de llevarle la contraria en la instancia penal, situación de la que se deducirían conclusiones muy poco favorables para su futuro como capo del BBVA. Es lo que tiene permitir que el hedor contamine todas las habitaciones de la casa, en lugar de abrir a tiempo las ventanas y dejar que entre el puro aire fresco.

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