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Opinión

El nuevo/viejo partido de Carles Puigdemont

Carles Puigdemont con Quim Torra y Elsa Artadi en una imagen de archivo.

Ayer se presentó en sociedad la Crida Nacional per la República, formación separatista impulsada por Carles Puigdemont, Jordi Sánchez y Quim Torra. Es la última puñalada trapera, de momento, que le pegan a la ex Convergencia. Vendrán más.

¿Qué se quiere decir cuando se habla de transversalidad?

Es una palabra usada con frecuencia por el movimiento independentista. Aun más, es la piedra de toque que suelen emplear para demostrar que lo suyo es un proyecto de país, ni de derechas ni de izquierdas, de masas, popular, en el que cabe de la misma manera el rico que el trabajador. Esa transversalidad manoseada en tantos discursos es, evidentemente, de una mendacidad enorme. Forma parte de la politización partidista de todo el espacio público y privado en Cataluña. Orquestando una sensación de apoyo total por parte de la gente y los partidos se condiciona a la masa que aún no forma parte del separatismo, convenciéndola de que se está quedando al margen de lo que sus conciudadanos desean. Goebbels lo tenía muy claro cuando hablaba de que la propaganda debe producir en el individuo el efecto de que es un gusanito que forma parte de un dragón, anulando su propia individualidad y convirtiéndolo en masa. La razón es obvia: la masa es mucho más manipulable que la persona.

A tenor de esa visión totalitaria, se ha presentado la plataforma de Puigdemont este lunes en el Ateneu Barcelonés. Es, claro está, un movimiento que se autodefine como transversal, que es lo más oportuno cuando uno se niega a confesar que es derecha pura y dura. Herederos del pujolismo más cavernario y excluyente, los impulsores de la Crida – el nombre tiene reminiscencias de aquella otra Crida que dirigió en su día Jordi Sánchez y que se dedicaba, básicamente, al sabotaje de baja intensidad – pretende aglutinar alrededor de la figura del ex presidente a todo el separatismo con un único fin: investirlo de nuevo. Mayor caudillismo es imposible.

La finalidad de todo este montaje no es otra que sacarle las castañas del fuego al prófugo, organizándole una plataforma a su medida para que pueda presentarse a unas próximas elecciones catalanas – hay quien aventura que pueden ser antes de las municipales del año que viene – y poner en evidencia tanto a PDECAT como a Esquerra. A los primeros no les ha sentado nada bien que, después de ofrecerle la presidencia del partido neo convergente a Puigdemont, este declinara la propuesta para, rápidamente, formar su propia formación. Recordemos que el PDECAT tiene congreso esta misma semana y que Puigdemont exige que se sumen a su nuevo proyecto. O conmigo o contra mí. Y como la transversalidad, la unidad de acción y la futura y seráfica república catalana lo exigen, todos deben pasar por el aro, so pena de ser tildados de traidores. A Esquerra no la invitaron al aquelarre, con retransmisión de Puigdemont via streaming incluida, pero los de Oriol Junqueras se han salido por la tangente con una cierta mala leche diciendo que les parecía muy bien no estar presentes porque lo de la Crida no es más que el intento de reorganizar el centro derecha nacionalista. Como ellos se consideran de izquierdas, pas de question.

La cristalización del viejo deseo puigdemontiano de conseguir un partido único con él como líder indiscutible deberá chocar, más pronto que tarde, con los intereses de Esquerra e incluso con los del propio Torra y los sectores separatistas que consideran llegado del momento de levantar el pie del acelerador y ponerse a negociar con el Estado. Pero los partidarios del cesado opinan que también tienen chance para conseguir sus propósitos. Lo dice la ministra Meritxell Batet.

Puigdemont podría ser el nuevo President

Estos movimientos en el seno del separatismo indican dos cosas: la primera, que la estrategia suicida de Puigdemont no goza del apoyo ni las simpatías de buena parte de sus antiguos correligionarios; segunda, las encuestas vaticinan que Esquerra podría quedar por encima de Junts per Catalunya en unas elecciones al Parlament. Los republicanos podrían obtener 35-36 escaños, ganando a Ciudadanos, que pasaría a ser la segunda fuerza política. Es decir, los de Junqueras serían la nueva Convergencia y los de Arrimadas el nuevo PSC, para entendernos.

Este escenario no acomoda en absoluto a los intereses del nacionalismo de siempre, que sabe que a Puigdemont se le aguanta a día de hoy porque ganó en diciembre pasado. Necesitan fortalecer al caudillo que plantó cara a España, a los jueces y al Estado, dándole pátina de héroe. En Moncloa ya están haciendo números al respecto, especialmente a partir de la resolución del tribunal alemán que solo ve motivo de extradición en la malversación de fondos.

Batet, haciendo honor al maquiavelismo de su mentor Narcís Serra, ha declarado que si Puigdemont era extraditado solo por malversación mantendría intactos sus derechos como diputado, pudiendo ser investido nuevamente como President en caso de que Torra dimitiera, lo que es mucho suponer. La ministra dejó claro que “Si cae la causa de rebelión, sedición y desórdenes públicos, manteniéndose solamente la de malversación como parece que sucede, deberíamos conceder que por ese mismo presunto delito hay personas que mantienen abierta una causa y no están en prisión preventiva”. Va más allá: “No estando en situación de encarcelado preventivamente, sería posible la investidura. Se abre así un escenario de restitución gracias a que los graves delitos que se le imputan desaparecerían, lo que llevaría aparejada la puesta en libertad de todos los presos, porque no existiría causa”. Agárrense que vienen curvas. Una ministra del gobierno de España, encargada de pactar con Elsa Artadi, haciendo el trabajo de los separatistas. Que digo haciendo, poniéndoselas como a Fernando VII.

No es extraño que entre los asistentes al acto de presentación reinase el optimismo. Las sonrisas que exhibían Toni Morral, encargado de leer la carta que Sánchez había enviado desde la cárcel, o los que tuvieron la misión de leer el manifiesto de la Crida, el incombustible Ferrán Mascarell y la portavoz adjunta de Junts per Catalunya Gemma Gais, no daban lugar a dudas. Por descontado, nadie de los allí reunidos se cree ni por un instante que la Crida se disolverá cuando se lleve a buen puerto la república. La plataforma no es más que un aggiornamento de aquella Casa Gran del Catalanisme que se inventó Artur Mas, con la ayuda del profesor Agustí Colomines y Quico Homs. Convergencia pura y dura, monolítica, con vocación de pensamiento único y protagonismo total, sin rivales ni discrepancias.

Que Torra haya intervenido por vídeo – su avión no ha podido salir a tiempo – dando vítores a la independencia es una muestra más de que la política catalana se ha convertido en una mezcla perversa de la Comedie Française y un manicomio. De momento, los puñales van que vuelan, orientados por el gobierno de Sánchez. El escenario resultante será para echarse a temblar. Porque lo viejo no puede ser jamás algo nuevo, a riesgo de que se rompa por las costuras. Y de Soleado, Pujol padre, el Rey emérito y las ramas del árbol que se pueden ir cayendo ya les contaremos otro día, que ahí hay mucha culpa de lo que está pasando en Cataluña actualmente.

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