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Opinión

La nueva promesa del separatismo se llama Artur Mas

Artur Mas

El Tribunal Supremo ha rebajado la condena de inhabilitación al ex presidente Mas de dos a un año. Eso significa que el 2020 podría ser el candidato de los neoconvergentes. Ya hay quien se ha puesto a trabajar en ello.

Si se dice que la historia es cíclica, en el caso de Cataluña es una cinta de Moebius. Cíclica e irónica, porque que la gran esperanza blanca de esa Convergencia disfrazada por corrupción llamada PDECAT sea el hombre que la dejó extinta y hecha unos zorros es algo más, es justicia poética. Aquel simpático muchachito que trabajaba en la empresa Tipel, propiedad del todopoderoso Lluís Prenafeta, el hombre para todo de Jordi Pujol, de melena y faz kennedyanas que apuntaba maneras de político respondón, derechoso y el perfecto novio para las hijas de las señoras de Sarrià-Sant Gervasi con posibles, ha conseguido ser la mejor baza para el separatismo burgués, cobarde, estéril y caciquil.

Mas, que jamás hizo nada positivo en su vida laboral en el sector privado, y que pasará a la historia como el político que pasó del gobierno de los mejores y Business Friendly a los símiles náuticos acerca de la independencia, de referencias estomagantes respecto a Ítaca y de engañar, eso sí, a Esquerra y a la gran masa separatista, renace de sus cenizas y vuelve a aparecer como persona conciliadora y de solvencia. Tiene pelendengues el asunto. Eso da justa y exacta medida de lo mediocres que son los dirigentes del proceso separatista, eminencias de la nada, del infantilismo peligroso, del razonamiento cero, de las ansias de poder desmedidas.

Mas está harto de Puigdemont, de Torra, de los CDR, de Esquerra y de ver cómo el sistema oligárquico que funcionó casi cuatro décadas en esta tierra se ha ido a hacer puñetas

La vieja guardia de aquella Convergencia pactista que se relamía los belfos en la M30 del Congreso, a saber, los pasillos, pactando leyes y enmiendas con el gobierno de turno, siempre dirigidas a aumentar su poder en Cataluña y a favorecer los intereses de aquellos empresarios que, previo sometimiento al régimen pujolista, les brindaban apoyo, ve en la figura de Mas la única posibilidad de volver por sus fueros, alejándose de histerias republicanas, mandatos populares y jornadas históricas. Mas, que fue quien impulsó todo esto para esconderse detrás de una colosal cortina de humo, evitando así que se hablase del tres por ciento, de los recortes o del caso Pujol, está harto de Puigdemont, de Torra, de los CDR, de Esquerra y de ver cómo el sistema oligárquico que funcionó casi cuatro décadas en esta tierra se ha ido a hacer puñetas. Claro, així no hi ha qui faci negoci, así no hay quien haga negocio.

Porque, con su dimisión forzada por las CUP, no solo se lanzaba a la papelera de la historia al ex presidente, en truculenta expresión dicha por la cupaire fugada en Suiza Anna Gabriel, sino también a toda una generación de convergentes que, a cambio de no agitar el braserillo de la república de IKEA, sacaban del Estado lo que les daba la gana. El fracaso de esta operación se ha visto en el último año. Cataluña está patas arriba, con su economía destrozada, el Parlament paralizado por los separatistas, la paz social rota e incluso los mismos separatistas enzarzados en una guerra fratricida que, aunque larvada, es terrible.

Las consecuencias más dolorosas se están viendo, por ejemplo, en una universidad en manos de los lazis, con energúmenos que amenazan a jóvenes constitucionalistas con traer las pistolas de casa y pegarles dos tiros en la cabeza. Hay odio en las miradas, entre vecinos, entre amigos de siempre, incluso entre familiares. La semilla del cainismo, siempre fértil en esta tierra, ha prosperado en los últimos tiempos, si bien había sido convenientemente cultivada por aquel pujolismo de escuela adoctrinadora, de una TV3 con un funcionamiento de Pravda, con el silencio cómplice y vergonzoso de periodistas, sindicatos, empresarios y la mal llamada izquierda catalana. Añadamos a los gobiernos de la nación que, por cálculo mezquino, incapacidad política y porque ya les iba bien tener calladitos a los nacionalistas, jamás plantaron cara a aquel milhomes llamado Pujol que les reñía y daba lecciones de moral y de política. ¿Qué se podía esperar de todo este inmenso erial?

Esta es la herencia de Mas que ahora intentan componer los mismos que obtuvieron provecho del sistema. Los puigdemontianos han puesto el grito en el cielo. Es normal que estén enfadadísimos, porque saben que ni desde Waterloo ni desde cualquier mesa repleta de Ratafía podrán plantarle cara. Se saben meras notas a pie de página, puros entreactos. Son como aquellos anuncios de los viejos cines en los que aparecía una diapositiva descolorida que anunciaba pomposamente “Esmerado servicio de bar en el vestíbulo”. Dicen que el mejor antídoto de cualquier veneno es el mismo producto, administrado con prudencia, así que no sería de extrañar que la mejor solución para terminar con el separatismo fuese Mas, ya que parece que los partidos democráticos no están por la otra, que es aplicar la constitución y los mecanismos que en ella se contemplan ante los golpistas.

No sería extraño, que, dentro de un año, Mas emergiera de entre las aguas siempre agitadas del nacional-separatismo para ofrecerse como el salvador de esta debacle homérica

No sería extraño, pues, que, dentro de un año, que se pasará de cualquier manera entre elecciones municipales, europeas y quién sabe si generales, Mas emergiera de entre las aguas siempre agitadas del nacional-separatismo para ofrecerse como el salvador de esta debacle homérica con palabras de sensatez, diálogo, concordia y amor fraternal.

Qué cosas se ven, Don Nuño, qué cosas se ven, Don Pero.

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