Opinión

Nos quieren como séquito

Donald Trump
Donald Trump

La forma de aplicación del aparato de propaganda que los equipos de los candidatos han desplegado y, sobre todo, el debate cara a cara con el que se nos ha obsequiado en la noche del lunes, día 10, atestiguan la diferencia entre solicitar nuestro voto tratando de cambiarnos e ilustrarnos respetando nuestra condición de electores y la de alistarnos como séquito dócil, según describe Karl Mannheim en El hombre y la sociedad en la época de crisis. Un domingo previo de lecturas varias ha permitido al observador entrar en coincidencias. Por ejemplo, con Javier Cercas quien, en su columna Argumentos, no aspavientos se plantea si no estaremos equivocándonos en la forma de combatir a la ultraderecha que aún es reactiva. Estima que, al revés de Le Pen en Francia, Vox no está consolidado y sugiere que estamos a tiempo de neutralizarlo e incluso de conseguir que desaparezca “a condición de que tratemos a sus votantes como personas, no como energúmenos, y a sus dirigentes como adversarios, no como enemigos”. En esa línea desactivadora de La era de la ira escribe también Irene Vallejo quien se refiere a los líderes estentóreos que se definen por sus odios, no por sus ideas, que “confunden ganar con gritar y destacar con desgañitarse, siempre en actitud de ataque” como profesionales de la confrontación y el insulto, profetas del apocalipsis y adictos al principio de que el fin justifica los medios.

A Trump se debe que se descubriera el yacimiento de adhesión popular que era capaz de suscitar el enfrentamiento con la prensa, que ofrecía la oportunidad de visibilizar el rencor social acumulado

El mismo domingo, en diálogo esclarecedor con otro colega, hubo coincidencia en que la convocatoria a las urnas genera en cada ocasión un perfil singular y también en analizar la campaña de estos días tan marcada por la agudización del cainismo entre competidores, por la siembra del miedo en busca de docilidad para cosechar sumisión y por el antagonismo, nunca visto, entre líderes políticos, de una parte, y medios de comunicación y periodistas, de la otra. Anotemos que la economía de conflictos con los medios informativos había sido un principio de observancia generalizada en el ámbito político hasta la irrupción del candidato Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016. A él se debe que se descubriera el yacimiento de adhesión popular que era capaz de suscitar el enfrentamiento con la prensa, que ofrecía la oportunidad de visibilizar el rencor social acumulado de quienes se consideraban damnificados por excesos de unos medios que ejercían en régimen de monopolio la función de seleccionar entre la infinitud de hechos aquellos que consideraban noticiables para proceder a difundirlos con las consecuencias que de ello se derivan, habida cuenta de que nada -ningún hecho- permanece igual a sí mismo después de haber circulado como noticia.

En un cara a cara la victoria debe apuntarse en el haber de quien logre que le sea atribuida por los medios de comunicación y los columnistas y, señores del jurado

Volvamos a la pantalla de la noche del lunes, día 10. Aceptemos que el resultado del debate se establecía fuera del plató de Antena 3tv. Porque, mientras en un estadio de fútbol sólo suben al marcador los tantos que dan por buenos los árbitros y en una plaza de toros sólo se cortan las orejas que los aficionados insten en reclamar a la presidencia, a quien corresponde juzgar la consistencia del clamor de los tendidos, en un cara a cara la victoria debe apuntarse en el haber de quien logre que le sea atribuida por los medios de comunicación y los columnistas y, señores del jurado, ambos candidatos dieron la sorpresa: Alberto Núñez Feijóo alzándose como ganador y Pedro Sánchez defraudando las expectativas favorables con las que salió al plató. Veremos.