Opinión

¿Por qué no entierran a Cataluña de una vez?

Los que decían amar apasionadamente a Cataluña han demostrado ser unos saqueadores de caminos, unos traidores a todo y a todos

  • Salvador Illa, se reúne Josep Tarradellas junto a su mujer Isabelle -

Escucho el Götterdämmerung mientras escribo. Una elección adecuada, máxime porque es la que dirigió al frente de la London Philarmonic el tristemente desaparecido Klaus Tennstdet. Es una música, concretamente la del entierro de Sigfried, que podría acompañar los funerales de mi Cataluña, muerta sin posibilidad de que algún día resucite. Como el héroe wagneriano creyóse invulnerable al bañarse en la sangre del dragón Fafnir, quedando sin sumergirse en el líquido mágico, ¡ay!, una parte de su espalda en la que una hoja de tilo había caído, así en mi patria chica una clase dirigente arrogante desconocía tener un punto débil.

La diferencia es que Sigfried cayó bajo la mano de Hagen von Tronje a traición, pero de manera heroica; Cataluña, en cambio, ha sucumbido a manos de sus falsos héroes, hechos de cartulina, papel de periódico, hojalata, basura y dinero no siempre limpio. Los que decían amar apasionadamente a Cataluña han demostrado, al fin y a la postre, ser unos vulgares saqueadores de caminos, unos torpes aprendices de brujo, unos traidores a todo y a todos. Y, como en los Idus de Marzo, la conjura de los avariciosos ha asesinado la que fue en su día – hace ya mucho, mucho tiempo – una tierra a la que venía gente de toda España en busca de la prosperidad, de una vida mejor, de una oportunidad.

La Cataluña de los Pla, de los Dalí, de los Boadella, de los Sagarra, de Xènius o de Rusiñol, grandes catalanes a fuera de grandes españoles, se ha desplomado cual árbol podrido y seco. Las comparaciones son odiosas, pero cualquier persona con un mínimo de dos dedos de frente es capaz de ver la diferencia que existe entre Tarradellas e Illa. O entre Samaranch y Collboni. Cataluña ha muerto a manos de una casta regional casposa, que ha practicado la rapiña voraz entre sus paisanos, una casta carroñera, envidiosa, inculta, fatua y lo más parecido a un pedo que pueda hallarse. Son un gas que apesta, hace ruido y no sirve para nada.

Pero no olvidemos que si el cadáver insepulto de Cataluña está en medio del arroyo se debe también a la indiferencia de quienes, desde el resto de España, coincidían con los nacionalistas: Cataluña es una cosa aparte.

Esa defecación intelectual, amén de legislativa, es culpable de que se hable del “problema catalán”, del ”conflicto con los catalanes” y otras sandeces que hacen de la parte el todo. Apúntense, pues, políticos, banqueros, empresarios y gente de la cultura el tanto de ser tan culpables como Puigdemont, Pujol y compañía. Tampoco debemos olvidar eso que llaman “sociedad civil”, las más de las veces un invento pagado por la puerta de atrás por algún partido político.

En Cataluña ya no existe la Resistencia salvo algunos pequeños y dignísimos ejemplos que, para qué engañarnos, no turban a los separatistas y sus aliados de izquierdas en lo más mínimo. Por lo que hace a los únicos partidos constitucionalistas que hay en el parlamento catalán, PP y VOX, excuso decirles. Mientras Alejandro Fernández, PP, se desgañita reivindicando una Cataluña española, en su partido Moreno Bonilla habla de lo conveniente que sería un Junts de centro derecha y Feijoó sentencia que Junts es un partido democrático o que prefiere hablar con el PNV que con VOX. ¿Y éstos últimos? Se baten el cobre pero jamás gobernarán aquí. Quizá en algunos ayuntamientos, quizá aumenten escaños en la cámara autonómica,  poco más. Son décadas de intoxicación. La Cataluña del Señor Esteve, la del Viudo Rius, la que glosaba Federico García Lorca cuando decía que las Ramblas eran una calle que desearía que jamás terminase, la de las pinturas catedralicias de Sert, la del doctor Puigvert, la que era modelo y referencia, ha muerto. Tengan, señores políticos y empresarios, la decencia de darle cristiana sepultura. Es lo mínimo. Y, como dijo el poeta, Que l’amor i els records que tenim d’ella ens portin consol.

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