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Opinión

¿Se puede negociar con Al Qaeda?

La toma del poder de los talibán puede suponer un modelo y una estrategia a emular por organizaciones yihadistas con el fin último de establecer un emirato islámico

¿Se puede negociar con Al Qaeda?
Talibanes celebran la retirada de las fuerzas estadounidenses por las calles de Kandahar, en Afganistán. EFE / Stringer.

Puede pensarse que la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán y la vuelta al poder de los talibán pone fin a un ciclo de veinte años que se inició con la denominada Guerra Global contra el Terrorismo tras los fatídicos atentados del 11-S. Si bien este fin de ciclo puede servir para ilustrar la realidad afgana, lo cierto es que en el resto de regiones del mundo donde tienen presencia y actúan diversas organizaciones terroristas de corte yihadista la toma del poder de los talibán puede suponer un modelo y una estrategia a emular con el fin último de establecer un emirato islámico.

Los acontecimientos que puedan desarrollarse a partir de ahora a corto plazo servirán como termómetro para saber si la lucha antiterrorista por la vía militar cederá parte del protagonismo en favor de la senda diplomática y negociadora. Diversos factores apuntan a que así puede ser. Por un lado, y en vista de lo ocurrido, las potencias occidentales cada vez se muestran más reacias a destinar recursos para entrenar y dar apoyo a unas fuerzas locales que no son capaces de hacer frente por sí mismas al terrorismo. En Afganistán se ha comprobado cómo las dos décadas de inversión y esfuerzo destinado en las fuerzas de seguridad afganas por parte de Estados Unidos y sus aliados se ha desmoronado en apenas dos semanas. Asimismo, el pasado mes de julio, Francia comenzó el repliegue militar en Mali, siendo consciente el ejecutivo galo de que, tras ocho años de intervención, no solo no se ha conseguido derrotar al yihadismo en este país, sino que ha sido imposible evitar su avance y expansión por estados vecinos como Burkina Faso. Por otro lado, el giro hacia la “moderación” de Al Qaeda durante la última década ha abierto una puerta hacia una posible negociación con algunos de los gobiernos locales en aquellos países en los que sus franquicias regionales y grupos afiliados tienen presencia. De nuevo, el caso de Mali es el mejor ejemplo para ilustrar esta realidad, ya que durante los últimos dos años se han dado contactos informales entre los líderes regionales de la organización y representantes próximos al gobierno en un intento de acercar posturas y reducir una violencia terrorista que asola el país y que se está ampliando progresivamente por el resto del Sahel Occidental.

Campaña propagandística

Sin olvidar que los acuerdos con los que se puede llegar con una organización terrorista en no pocos casos no son más que papel mojado (sirva de ejemplo el incumplimiento de todo lo firmado por los talibán en Doha en febrero de 2020), en lo que concierne al panorama del terrorismo yihadista comienza a verse cada vez como una opción menos remota el tratar de buscar una alianza con las ramas locales de Al Qaeda para hacer frente a los grupos vinculados con Estado Islámico, grupo considerado en distintos escenarios como la principal amenaza para la seguridad y la estabilidad. Sin duda alguna, esta es una apuesta más que arriesgada pero que podría ser puesta sobre la mesa por aquellos gobiernos que se vean debilitados considerablemente con motivo de la retirada del respaldo de las tropas occidentales o por la progresiva expansión que el terrorismo tiene sobre su suelo. Estado Islámico es consciente de esta posibilidad y del revés que supondría para sus intereses el hecho de que gobiernos locales y su archienemigo dentro del movimiento yihadista formen alianzas para hacerle frente. Precisamente de esta preocupación nace una campaña propagandística que se observa especialmente durante los dos últimos años y que está bien orquestada desde la cúpula de la organización terrorista. Dicha campaña de Estado Islámico tiene como objetivo precisamente desprestigiar y criticar duramente a Al Qaeda por estas conversaciones y posibles pactos con aquellos que ellos consideran infieles. De acuerdo a su estilo discursivo extremista, Estado Islámico ha acusado a la organización liderada por Ayman al Zawahiri de apostasía y de traición hacia los musulmanes a través de diversos comunicados y publicaciones con tal de ganarse el apoyo de aquellos sectores más radicales. Esta misma crítica ha recaído sobre los grupos talibán, con quienes Al Qaeda mantiene un vínculo desde hace casi tres décadas. Sin ir más lejos, en uno de los últimos números de su boletín Al Naba, Estado Islámico les acusa de ser “un grupo musulmán falso” por haber establecido negociaciones y alianzas con países como Estados Unidos, el propio gobierno afgano y otros actores estatales regionales.

En este sentido, es preciso recordar que la rivalidad entre Al Qaeda y Estado Islámico se encuentra en su punto más álgido, dándose a día de hoy enfrentamientos armados directos entre sus grupos afiliados en distintas regiones como son el Sahel Occidental o Somalia, y que se han saldado con centenares de combatientes fallecidos por ambas partes. Tampoco hay que descartar que estos choques también puedan pivotar hacia Afganistán, donde por un lado se encuentra parte de la estructura central de Al Qaeda, así como su franquicia regional del Subcontinente Indio y por el otro la rama de Estado Islámico de la provincia de Khorasan.

Al Qaeda es consciente de que en estos momentos las posibilidades de obtener logros son mayores en el caso de focalizar la atención en conflictos civiles a escala reducida

La vuelta al poder de los talibán en Afganistán, coincidiendo con el veinte aniversario del 11-S, marca el inicio de un nuevo paradigma dentro del movimiento yihadista. Es probable que esta nueva etapa se caracterice por la adopción de agendas locales en buena parte de las organizaciones terroristas ya existentes, siendo esta una estrategia planteada con éxito recientemente por agrupaciones como Hayat Tahrir al Sham en Siria o la insurgencia sureña en Tailandia. Al Qaeda es consciente de que en estos momentos las posibilidades de obtener logros son mayores en el caso de focalizar la atención en conflictos civiles a escala reducida. El presentarse como una opción moderada frente a la violencia desmedida de Estado Islámico le permite ganar base de apoyo social y ser percibido como una opción prioritaria para los gobiernos locales en el caso de que haya que negociar una reducción de la violencia. Y así se lo ha hecho saber a todas sus franquicias y grupos afiliados. Salvo alguna excepción, como es el caso de su brazo en la Península Arábiga que todavía apuesta también por mermar a Occidente, todas han obedecido sus directrices, y a día de hoy prevalece y se prioriza más en la idea de sacar rédito de estos conflictos locales.

En lo que concierne a Occidente, si bien la amenaza terrorista seguirá persistiendo, parece poco probable que Al Qaeda Central retome su idea de cometer atentados sobre suelo occidental a corto plazo. Menos todavía si cabe ahora que cuentan con la protección y el sustento de un nuevo régimen talibán que les garantiza una menor presión por parte de la lucha antiterrorista y el tiempo necesario como para facilitar así la reestructuración de la organización. Tampoco parece posible que los talibán permitan en esta ocasión que su histórico aliado planifique atentados contra Estados Unidos o Europa desde el suelo sobre el que ellos gobiernan porque han aprendido las lecciones de hace veinte años y de lo que supone respaldar a Al Qaeda hasta las últimas consecuencias. Por su parte, Estado Islámico ya no es esa apuesta ganadora tan atractiva que fue hace un lustro cuando se convirtió en la principal opción para individuos radicalizados, muchos de ellos europeos, que decidieron iniciar un viaje y abrazar la bandera de la yihad. Los recursos tanto humanos como económicos y logísticos con los que cuenta la organización son considerablemente inferiores en estos momentos y se antoja difícil creer que puedan cometer sobre Europa de nuevo atentados de gran letalidad llevados a cabo por células terroristas como las de París de 2015 o la de Bruselas en 2016. Lo lógico, en este caso, es que los ataques que puedan producirse sigan siendo obra de individuos radicalizados que actúen únicamente bajo el influjo catalizador de su ideología pero que no tengan vínculos directo con la organización, como se está viendo que ocurre durante los últimos cuatro años.

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