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Opinión

Por qué soy negacionista

La estudiante y activista sueca Greta Thunberg

“La gente dice que deberíamos dejar un planeta mejor para nuestros hijos. La verdad es que deberíamos dejar unos hijos mejores para nuestro planeta” (Clint Eastwood).

He pasado una semana francamente horrible. Por las noches, durante el duermevela, me asaltaba la imagen de la niña odiosa Greta Thunberg gimoteando teatralmente en la ONU y la mueca criminal que exhibió cuando vio aparecer en el evento climático a Donald Trump. No debo ser el único que manifiesto inquina hacia este personaje fabricado por intereses económicos bastardos. Uno de estos días, una alta ejecutiva de un gran banco español escribió en Twitter que esta adolescente perturbada le parecía tonta, que no la soportaba y que cada vez le caía peor. Yo le contesté: no es tonta, es un bicho monitorizado por sus padres. De manera que puedo decir, sin faltar a la verdad, y usando sus palabras, que Greta me ha robado momentánea y repetidamente el sueño, no los sueños vitales o literarios que ella sugería lastimosamente sino el puto descanso.

Y no ha sido el único contratiempo que he padecido estos días. También se me aparecía alternativamente el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, vestido de Aladino negro hace veinte años -porque así lo decidió libremente y le pidió el cuerpo- en una fiesta perfectamente inocente de disfraces y ahora lloriqueando y exhibiendo disculpas para salvar su culo, pues éste podría depender de la ofensa causada a gran parte de la acomodada y gallinácea sociedad canadiense por tan colosal atrevimiento.

Nos ha tocado vivir malos tiempos, queridos amigos. El pasado viernes, como colofón a la histeria universal por el cambio climático, tuvo lugar una huelga general en todo el mundo. Una huelga patética y absurda promovida principalmente por los jóvenes al estilo y semejanza de Greta. Pero hace mucho tiempo que el insigne catalán Josep Pla escribió que la juventud es la etapa más estúpida de la vida. No puedo estar más de acuerdo. Los jóvenes del momento, supongo que como de los de todas las épocas, se proclaman rebeldes, desprecian la tradición y dicen pujar por el cambio sin percatarse de que están contribuyendo a robustecer el orden establecido. Pero el orden establecido, contra lo que ellos piensan, no es el orden liberal -el único capaz de generar progreso y bienestar general- sino el orden socialista, que tras la caída del Muro de Berlín se ha ocupado con una eficacia y un rendimiento crecientes de buscar otras causas para sobrevivir a una evidencia empírica incontrovertible: que el capitalismo es un modelo económico y social imbatible.

No creo que la acción humana haya tenido jamás, ni tenga ahora, influencia relevante alguna sobre la evolución del clima

Una de estas causas es el cambio climático. Yo no soy un experto en este asunto, pero tengo una inclinación inexorable hacia la incorrección política y la rebeldía auténtica. Desde este punto de vista manifiesto aquí solemnemente que no creo que la acción humana haya tenido jamás, ni tenga ahora, influencia relevante alguna sobre la evolución del clima. Naturalmente, he procurado leer algo al respecto y recabar la opinión de quien ha dedicado algún tiempo al estudio de lo que ahora es un lugar común en el debate público. Quizá la persona que más inquietud y horas ha ocupado en deshacer la pátina científica que recubre este asunto es el empresario español de éxito y escritor habitual en Expansión Fernando del Pino Calvo-Sotelo. El año pasado le pedí un artículo para la revista que me inventé en Unidad Editorial y que he dirigido con periodicidad anual llamada El Espectador Incorrecto. El artículo, que data del 25 de junio de 2018, pero que tiene una rabiosa actualidad, se titulaba ‘Cambio climático y contaminación política’. En él detallaba con todo lujo de detalles cómo la afirmación de que la subida de las temperaturas procede del CO2 causado por el hombre no está respaldada por la evidencia empírica y sólo responde a intereses políticos espurios en busca de poder, y también a intereses económicos deshonestos.

Relataba cómo existe constancia científica de que el clima del planeta es cíclico y ha estado variando desde el albor de los tiempos, de manera que la historia geológica de la Tierra ha sido una sucesión de épocas frías y templadas que se han producido por causas naturales. También decía que la organización intergubernamental de la ONU llamada IPCC, que es la que está detrás de los mensajes apocalípticos sobre el calentamiento global, es una entidad básicamente política cuyo objetivo estatutario es buscar exclusivamente las causas del cambio climático que puedan tener su origen en la acción humana, excluyendo las naturales como la actividad solar, los océanos o las nubes, y que a estos efectos ha torturado los datos que ha obtenido durante los últimos 25 años -que jamás han demostrado sus tesis- para provocar una ola de miedo y la correspondiente acción política de respuesta, como estamos viendo. De hecho, según las propias averiguaciones del IPCC, está probado que ni los huracanes, ni las sequías, ni las inundaciones han aumentado desde hace un siglo. Lo que ha aumentado masivamente es la información en los medios y en las televisiones sobre estos fenómenos naturales y sus consecuencias a veces devastadoras.

El Premio Nobel de Física Robert Laughlin ha escrito: no tenemos poder para controlar el clima, cuya variación es una cuestión de tiempo geológico, algo que la Tierra hace de forma rutinaria sin pedir permiso a nadie ni dar explicaciones. Otro premio Nobel de Física, Ivar Giaever, ha criticado abiertamente “la pseudociencia del cambio climático”, que parte de una hipótesis aparentemente intuitiva y se centra en buscar sólo aquellos datos que puedan apuntalarla, silenciando u omitiendo cuantos puedan cuestionarla, exactamente lo opuesto al método científico.

Como Greta la odiosa, como el cobarde Trudeau, también Sánchez ha gimoteado: "Puede que no haya vuelta atrás"

El señor Del Pino concluía que ni el hombre controla el clima ni estamos abocados a un apocalipsis. Ni rápido deshielo, ni aumento preocupante del nivel del mar o de los huracanes ni demás cuentos de terror. Estamos ante una agresiva agenda de poder, basada en una ideología totalitaria -que llama a los disidentes como yo ‘negacionistas’, el adjetivo criminal reservado para los que niegan el Holocausto judío- maltusiana y pagana, promovida por una poderosa y ruidosa minoría para manipular a la opinión pública.  Es una ruidosa minoría, sin embargo, que, en alianza con la sacrosanta dictadura de lo políticamente correcto, que es un animal grotesco pero feroz, ya se ha hecho con las riendas del poder, condenando al ostracismo y a la muerte civil al que muestre cualquier atisbo de reserva o desalineamiento.

Yo me declaro dispuesto a morir en la hoguera, y creo que tengo un cierto mérito después de que nuestro estúpido presidente Sánchez haya aprovechado su visita a la ONU para situar a España en la vanguardia del “combate contra esta emergencia climática para la que nos estamos quedando sin tiempo”. Como Greta la odiosa, como el cobarde Trudeau, también ha gimoteado: “puede que no haya vuelta atrás, intensificar nuestra acción nunca ha sido tan crítico como ahora”.  Algunas de sus palabras, sin embargo, son muy aprovechables. Habría que intensificar la acción, y robustecer nuestra determinación de echar a patadas a este indigente intelectual de La Moncloa.   

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