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Opinión

La naturaleza del fraude

Manuel Cruz, presidente del Senado

El plagio vuelve a estar de actualidad. Hace un año salieron a la luz las denuncias de plagio que afectaban a Pedro Sánchez, primero por la tesis leída en 2012 y después por el libro La nueva diplomacia económica española, escrito en colaboración con Carlos Ocaña. Unos meses después la ministra de Sanidad, Carmen Montón, tuvo que dimitir por irregularidades académicas, entre las que se contaba el plagio del trabajo final de Máster. Y el año anterior tuvimos conocimiento de una quincena de plagios cometidos por el entonces rector de la Universidad Rey Juan Carlos, nada menos.

Ahora las acusaciones de plagio se dirigen contra el presidente del Senado, Manuel Cruz. Aparte de su carrera política, como diputado por el PSC y presidente de la Cámara Alta, Cruz es catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona y ensayista con una obra amplia y prestigiosa; muchos lectores lo conocerán además por sus colaboraciones en prensa desde hace muchos años. Por eso, para quienes conocemos su trayectoria académica y lo apreciamos, las acusaciones vertidas contra él resultan de lo más sorprendentes.

Citar la fuente

Las denuncias se localizan en el libro Filosofía contemporánea de 2002, un manual que ofrece una panorámica de las principales corrientes filosóficas del último siglo. Según las informaciones publicadas por el diario ABC, en el libro hay una quincena de pasajes literales sacados de las obras de nueve filósofos (Mosterín, Abbagnano, Vattimo, Julián Marías, Rorty o Deleuze, entre otros), que aparecen sin entrecomillar ni citar la fuente. Comparada con los otros casos, parece una falta menor, pero fea.

El equipo de Manuel Cruz reaccionó con prontitud a la información con un comunicado de cinco párrafos, en el que los tres primeros recuerdan la brillante labor del filósofo: 34 libros como autor, 14 como compilador o editor, las traducciones a otras lenguas y los premios a su obra ensayística. Obviamente, ese recordatorio no responde a la denuncia, como algunos comentaristas han señalado, por más que sea comprensible pedir que se contemple la trayectoria entera. El cuarto párrafo del comunicado sí entra en la cuestión, negando que haya cometido plagio.

¿Quién tiene razón, el equipo de Cruz o los periodistas del ABC? Cuando se trata de la reproducción literal de las palabras de otro el asunto tiene fácil comprobación, cosa que no ocurre con las formas más sutiles de plagio. Basta con poner un texto al lado del otro y cotejarlos. Así lo hacen en la información del ABC: los pasajes copiados no son muy extensos, normalmente una frase o dos, que se reproducen palabra por palabra con mínimas variaciones. Por eso, tras negar el plagio, el comunicado se refiere a "coincidencias mínimas entre comentaristas que han leído y trabajado sobre el mismo autor"; tales coincidencias versan además sobre afirmaciones compartidas por los especialistas en dichas obras y autores, según añade. Que viene a ser como admitir el hecho, pero rechazar que se aplique al caso la descripción de plagio.

¿Qué cuenta como plagio? Se dice con razón que el concepto tiene fronteras difusas y, por tanto, su aplicación admitiría una franja de grises. La forma menos interesante, o más tosca, de abordar esa zona de penumbra es plantearla en términos cuantitativos, como si hubiera un umbral por debajo del cual no sería plagio. Es la estrategia de defensa a la que recurren los malos estudiantes: cogidos en plagio, arguyen que al menos una parte del trabajo es suya, por minúscula que sea la porción.

Aún recuerdo una estudiante que me dijo convencida que no era plagio porque el último párrafo del trabajo sí lo había escrito ella. Cualquier profesor sabe que no puede entrar en regateos y que la cosa no va de cantidad. Una cosa es la gravedad del plagio, que dependerá entre otras circunstancias de cuánto se haya copiado, y otra si se ha copiado. A pesar de lo cual las discusiones públicas sobre plagios, como vimos con la tesis de Sánchez y el Turnitin, acaban dando vueltas a los porcentajes.

Expresiones idénticas

El comunicado esboza otra línea de defensa cuando alega que las "coincidencias" se refieren a tesis o datos que forman parte del saber compartido por los estudiosos de la disciplina. Dicho de otro modo, cualquiera puede usar lo que, por formar parte del acervo común, está a disposición de todos. La alegación, sin embargo, no es convincente por tratarse no de ideas, sino de expresiones prácticamente idénticas. Por ejemplo, una cosa es saber que el programa logicista de Frege requería una nueva lógica para fundamentar la aritmética y algo bien distinto reproducir la siguiente oración con todos sus detalles léxicos y sintácticos: "Como la lógica tradicional no bastaba para llevar a cabo esta tarea, se vio impulsado a crear una nueva lógica, suficientemente precisa y potente para poder desarrollar la matemática a partir de ella".

Es habitual la imagen del plagio como una suerte de hurto o robo literario. Se entiende la falta como una apropiación indebida de lo que es de otros, sus palabras o sus ideas. A ella recurre el periodista del ABC en un vídeo explicativo, donde asegura con un punto de estridencia que Cruz "roba esas interpretaciones". La cosa viene de antiguo. En la antigua Roma plagiarius era quien robaba esclavos para venderlos o vendía personas libres como esclavos. Debemos a unos epigramas de Marcial nuestro sentido de plagio. En ellos se refiere repetidamente a un tal Fidentino, que recita los versos del poeta como si fueran suyos (aunque cuando los recita mal, dice, los hace un poco suyos). Fidentino roba sus versos y se hace pasar por su dueño, como si fueran sus esclavos; por eso el poeta lo llama ‘ladrón de poemas’: "Mis libros no necesitan ni contraste ni juez; tu página se levanta contra ti y te dice: 'Eres un ladrón'" (I, LIII).

El plagio representa una grave violación de los estándares que aseguran la integridad y el juego limpio en el ámbito académico

El plagio representa una grave violación de los estándares que aseguran la integridad y el juego limpio en la academia. La analogía con el robo falla en un punto relevante. Desde luego no podría aplicarse al dudoso concepto de autoplagio. Más importante aún, cuando uno copia a otro no le priva de sus palabras o ideas. Éstas presentan lo que se llama ‘no rivalidad en el consumo’, una interesante propiedad que los economistas asignan a los bienes públicos. Pues mi uso de ellas no detrae en nada al uso que otros pueden hacer, como sí sucede si me como un trozo de tarta o me llevo tu coche. De lo que el plagiador priva al plagiado en realidad es del mérito o del reconocimiento por sus palabras o ideas. La cuestión está en la atribución de autoría, deslindando lo que es nuestro de lo que corresponde a otros. La falta, por tanto, está en atribuirse un mérito ajeno haciéndolo pasar por trabajo propio.

De ahí que cobre tanta importancia en el ámbito académico, donde las carreras profesionales dependen fundamentalmente del reconocimiento de los méritos y la reputación. Lo mismo sucede con la evaluación del trabajo de los estudiantes. El plagio representa una grave violación de los estándares que aseguran la integridad y el juego limpio en la academia. Es preocupante, por ejemplo, encontrar plagios en artículos enviados a revistas académicas, o la proliferación de paper mills que facturan por realizar trabajos académicos por encargo, desde un trabajo de fin de Grado a una tesis.

El plagio es propiamente un fraude, pues se sirve del engaño. Eso abre la cuestión de si puede haber plagio no intencionado. Es la excusa habitual, usada por estudiantes y famosos: que se confundieron con las notas y los materiales preparatorios. De esa forma no habría intención de engañar, aunque a costa de admitir que uno ha sido negligente y poco cuidadoso en su trabajo. En la confección de manuales, además, hay autores que recurren a colaboradores y editan sus materiales, quedando a merced de la probidad de estos. No sé si esa podría ser la excusa de Manuel Cruz, pues no ha dado ninguna. Francamente, no lo veo cogiendo de aquí y allá unas frases que él podría pergeñar perfectamente.

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