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Opinión

Las mutaciones de Sánchez

Sánchez e Iglesias reunidos en Moncloa

Desde la moción de censura que hace un año lo catapultó a la presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez muta de Víctor Frankenstein a Blanca Nieves con una facilidad asombrosa.

En junio de 2018 no dudó en apoyarse en las fuerzas que quieren acabar con el orden constitucional, desde la izquierda radical a los independentistas catalanes. Como no logró colmar las exigencias insaciables del secesionismo, se quedó sin presupuestos y tuvo que convocar elecciones. Y entonces, Pedro el Temerario se tornó en Pedro el Moderado, dique de contención de los peligros del nacionalismo y de la ultraderecha.

El ciclo comenzó de nuevo tras las elecciones del pasado 28 de abril. Para mantenerse en la presidencia, Sánchez volvió a ser el doctor Frankenstein: quiso crear vida de materia inanimada buscando la complicidad de los mismos que apoyaron la moción de censura. El toma y daca, que incluyó a los herederos de Batasuna, se extendió a ayuntamientos y autonomías. Pero ahora quien le está fallando es, ¡ay!, Unidas Podemos.

Rápido de reflejos, el presidente en funciones ha vuelto a transformarse en un ser de luz mientras se prepara para unas nuevas elecciones. Quiere salvarnos otra vez de la ultraderecha, del secesionismo catalán, y casi casi de Pablo Iglesias, que no es fiable y mantiene posiciones inasumibles en política territorial, Cataluña o reforma laboral. (Y lo descubre ahora. Otra cosa no, pero si algo caracteriza a Unidas Podemos es la claridad meridiana de su programa).

Sánchez esgrime “el veredicto de las urnas”: los españoles quieren un “Gobierno progresista liderado por el PSOE”. Que el PSOE lo lidere tiene su lógica, que para eso fue el partido más votado. La duda es qué entiende por progresista, porque en esa etiqueta cabe todo, según convenga: desde las huestes bolivarianas hasta la derecha nacionalista vasca y catalana o, ya puestos, los bildutarras, que para eso han boicoteado a Woody Allen.

Un popurrí voluntarista

En realidad, si se atiende al veredicto de las urnas, sería más representativo un Gobierno, pongamos, constitucionalista, fruto de un acuerdo PSOE-PP o PSOE-Ciudadanos o PSOE-PP-Ciudadanos. Pero no. Pedro Sánchez es una Blanca Nieves bondadosa y, sobre todo, progresista, rodeada de madrastras trifachitas y enanos puñeteros que le hacen la vida imposible.

Por eso, a falta de acuerdos, presentó ayer el Pacto Común Progresista: 75 páginas con 370 medidas que van a alumbrar un nuevo amanecer. Un popurrí voluntarista en el que hay de todo para todos los gustos. Como en los menús interminables de los restaurantes baratos. 

Esta forma de proceder no parece muy propia de un jefe de Gobierno de una democracia respetable. Le pega más a un caudillo populista como el mexicano López Obrador

Resulta inquietante que Sánchez vaya sacándose de la manga programas políticos en función de las circunstancias. ¿No tenía el PSOE en abril una propuesta electoral? ¿Y qué fue de las 200 medidas pactadas con Ciudadanos? Las 370 medidas de ahora son el resultado, dicen, de las reuniones con dos centenares de “organizaciones civiles”, en su mayoría con agendas políticas afines al PSOE. Otros grupos más contestatarios, como los de la enseñanza concertada, han quedado excluido. 

Esta forma de proceder no parece muy propia de un jefe de Gobierno de una democracia respetable. Le pega más a un caudillo populista como el mexicano López Obrador. Pero bueno, estamos ante el pistoletazo de la precampaña. Y es también una maniobra hábil para acogotar a Pablo Iglesias. No puedes decir que no a semejante magnanimidad, Pablo.

El líder de Unidas Podemos ha reiterado que está harto de los desplantes y las humillaciones de Sánchez. Pues tienes una forma de vengarte: impide las elecciones y permítele gobernar, sin pactos ni compromisos. Y poco más. Siéntate tranquilo en el tendido, fúmate un puro y déjale hacer.

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