Opinión

El batacazo murciano de Iván Redondo

La conspiración derivó en esperpento. Fracasa la jugada naranja del gurú de Sánchez para tumbar a Ayuso y demoler al PP

Iván Redondo. EFE

Win/win es el lema de la factoría de ficción de Iván Redondo. Ganar o ganar. No hay otra ley en la Moncloa. Lose/lose parecía, por contra, el sello de Génova. Perder o perder. No había otra. Sin embargo, en una semana enloquecida y delirante, estos dos axiomas, estos dos enunciados incuestionables, han volado por los aires. Y, con ellos, un principio que se antojaba tan inconmovible como la columnata de la Basílica de San Pedro: Iván es imbatible. Pues ya no.

En el tablero del gran gurú presidencial, las jugadas se diseñan con meses de anticipación. Se estudian las encuestas, se escrutan los bigdata, se acarician los algoritmos. Todo se aquilata al milímetro y no se deja una pieza, ni siquiera un peoncillo, al albur de la improvisación. La jugada que emergió súbitamente este miércoles en Murcia, una insulsa moción de censura a un Gobierno regional de una comunidad de relevancia modesta, llevaba en su interior dinamita suficiente para desintegrar doscientas veces la Muralla China. Caía Murcia, quizás Madrid, temblores en Castilla y León, nervios en Andalucía... los cuatro pilares del poder territorial del PP, en el alero. Y, además, se obligaba a Pablo Casado a abrazarse a Vox, a arrinconarse en la extrema derecha, como decían los juglares de Lastra, y, por tanto, perdía la batalla de la moderación y la centralidad. "Adiós PP, adiós Casado", pregonaban las cacatúas del sanchismo desde micros y platós. This is the end, pequeño muchacho de Génova.

Todo encajaba. Al cabo, en sus tres años al frente del principal partido de la derecha, Casado ha conocido muy pocas victorias. Más bien, ninguna. Ganó Madrid en disputado rebote y en Andalucía se impuso un reputado sorayista que le dispensaba escaso aprecio. Poco más que exhibir en su escueta columna de éxitos.

Poco queda de aquel impulso primigenio, de aquel empeño prometeico por rehacer el PP y reconstruir siquiera el andamiaje del centroderecha nacional, esa casa común que ni siquiera ha llegado a comuna

Cierto es que no lo ha tenido fácil. Heredó unas siglas en ruinas y apenas ha logrado restaurar la fachada. Venció la interna del partido con un proyecto vitalista, estimulante, audaz, moderno y combativo que, raudamente, se fue diluyendo. Poco queda de aquel impulso primigenio, de aquel empeño prometeico por renovar el PP y reconstruir siquiera el andamiaje del centroderecha nacional, esa casa común que ni siquiera ha llegado a corrala. Su propia imagen ha sufrido un severo proceso de erosión. Casado se ha convertido en el mejor agente electoral de Pedro Sánchez. Lejos de ofrecer el perfil de un rival de fuste, de un enemigo temible, de un contrincante peligroso, más bien ha venido ejerciendo de cómoda manija de la que el jefe del Gobierno se sirve para juguetear con la oposición democrática, con la desopilante derechona, siempre en permanente estado de ebullición.

El día D, el miércoles 10, Redondo lanzó su ataque. Moción en Murcia, Madrid y Valladolid. El tablero maldito, en acción. El PP reaccionó en tres fases. Desconcierto, pavor y pánico

En ese ambiente estalla el volcán murciano, la jugada perfecta parida desde la máquina de estrategias de Iván Redondo, la apuesta decisiva para acabar de una vez por todas con las posibilidades de Casado de convertirse en presidente del Gobierno en unos cuantos años. Es decir, en nunca jamás. Una explosión en Murcia, una réplica estruendosa en Madrid y, en paralelo, mucho ruido y agitación de voces y despachos en la vieja Castilla y Andalucía. José Luis Ábalos, capataz de Ferraz, y Félix Bolaños, fontanero supremo de Presidencia, cocinaron durante semanas este delicado amasijo que pretendía llevarse por delante no sólo a Casado sino a Isabel Díaz Ayuso, la figura más poderosa y fulgente en el árido territorio de la derecha. Un Carlos Cuadrado, lugarteniente de Inés Arrimadas, atendía y trasladaba las instrucciones como un mozo de estación. El día D, el miércoles 10, Redondo lanzó su ataque. Moción en Murcia, Madrid y Valladolid. El tablero maldito, en acción. Estábamos con las vacunas y, de repente, esto. "¿Pero qué carajos pasa?". El PP reaccionó en tres fases. Desconcierto, pavor y pánico. Sin embargo, "el gladiador, vencido en la cruel arena, tiene aún esperanza, por más que la turba le condene con el pulgar amenazador", según las Saturnales de Pentadio. Ayuso se revolvió y convocó elecciones. Teodoro García Egea, número dos de Génova, viajó de noche a su tierra y desbarató la conjura naranja y murciana. Y ahí se frenó todo. Un gatillazo en toda regla. El guion monclovita experimentó un descomunal vuelco y todos los pronósticos, análisis y proyecciones se perdieron por el sumidero. "Hoy nada hay más despreciable que los oráculos", clamaba Cicerón. Pues igual.

El chiste de la regeneración

El grotesco espectáculo de esta conjura, un abracadabrante y torpe esperpento, tiene consecuencias graves. El descrédito de nuestra clase política es posiblemente el más notorio pero el menos importante, ya que a estas alturas es difícil creer que la respetabilidad de los protagonistas de nuestra cosa pública pueda caer más bajo. La regeneración y otras palabras mayores que tanto exhiben y agitan ha pasado a formar parte del repertorio de Gila.

Inés Arrimadas y Ciudadanos salen achicharrados de esta conspiración chapucera. La líder naranja intentó una apuesta audaz pero alocada. Un pacto suicida con el PSOE, a la espera de recompensa en forma de una vicepresidencia y dos ministerios en el nuevo Ejecutivo de coalición, cuando Sánchez se desprenda de Pablo Iglesias.

Con todo, el aspecto más llamativo de este cambalache es, sin duda, el que afecta al gran estratega de la Moncloa. No vivía Iván Redondo semejante humillación desde que Fernández Vara derrotó a Monago, en Extremadura. El godoy de Sánchez asesoraba por entonces al 'barón rojo' del PP. Es la primera vez que Iván muerde el polvo en su condición de sumo hacedor en los designios de la Moncloa. Con su alocada aventura, coronada por la ambición descoyuntada de Arrimadas, ha consumado un auténtico estropicio. Consolida al PP en la Región de Murcia, donde gobierna desde hace más de tres décadas. Relanza la imagen meteórica de Isabel Díaz Ayuso, que se impondrá sin despeinarse en la crucial batalla del 4-M. Refuerza los Gobiernos de Castilla y León y de Andalucía, donde Ciudadanos no osará ya abrir la boca ni para rechistar. Y, finalmente, logra lo que parecía imposible: reaviva a un Casado que deambulaba inerte y mortecino, zigzagueante y tambaleante, y lo reacomoda en el frontispicio de la derecha nacional. Todo esto de una sola tacada y, posiblemente, sin venir demasiado a cuento. Ah, y en el plano más personal, sufre una severa y cruel derrota, algo más que una afrenta, en su mano a mano con Teo, a quien tanto desprecia. Una cosa ha hecho muy bien. Su nombre no aparece en las crónicas, su curriculum no sufre desdoro, su aura permanece impoluta.

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