Opinión

LA CARTA DEL DIRECTOR

El muerto vivo Iglesias y la profecía del 'golden man' sanchista

¿Recuperar al PSOE para echar a Podemos?
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, el pasado mes de julio en el Congreso.

La Recepción Real del 12 de octubre se convierte muchas veces en el Gran Mentidero Nacional y materializa aquello que se refería del más célebre de su época en la Villa y Corte, sito en el asolado Convento de San Felipe el Real, “de donde salían las nuevas primero que los sucesos”, amén de escurridero de cuyos escarnios no escapaba ni el más linajudo.

Así, en los corrillos de la última celebración, circuló el chascarrillo del “golden man” sanchista, José Blanco, del que antes fue “niño del coro” un meritorio Sánchez cuando el exministro era todo con Zapatero. Si su antaño discípulo y hoy benefactor de su despacho de influencias quería ahorrarse quebraderos de cabeza con Pablo Iglesias, bien haría en acomodar a su pareja y exministra de Igualdad, Irene Montero, aunque les disgustara tragarse ese sapo tanto a él como a la líder de Sumar, Yolanda Díaz. A la postre, se ha revelado profética la ocurrencia de este antaño logrero de citas nocturnas en gasolineras lucenses con empresarios del favor y hoy procurador de puertas giratorias.

Así, la Alianza Frankenstein se astilla nada más principiar la legislatura fracturando Sumar tras hacer el quinteto de Podemos rancho aparte y partir al grupo mixto con cajas destempladas. Por ahora, no será el quinteto de la muerte de Sánchez al no haber visos de que vaya a poner en riesgo la mayoría gubernamental, pero sí puede saltarle un ojo y desatar secuelas impróvidas. La historia ilustra cómo un percance casual acelera la historia como en la Francia de Enrique II. En una justa nupcial, una astilla de la lanza de su rival penetró por el hueco de visión de su celada y el monarca falleció al clavársele en el cerebro a través del ojo.

Sánchez habrá de habituarse a esa gotera en La Moncloa y en las Cortes cuando precisa todos los votos todas las veces para aprobar todo con socios que no transigirán con decretos-leyes para hacer valer su hipoteca

“Más se unen los hombres para compartir un mismo odio que un mismo amor”, desde luego, como asevera Jacinto Benavente. Siempre, claro, que no anden de por medio el odio cerval y la sed de venganza de un hombre de poder como Iglesias, quien hoy oscila entre la impotencia y la frustración, pero resuelto a desquitarse de Yolanda Díaz, una vez que ésta ha vuelto a hacer de las suyas. Como antes con todos aquellos otros a los que usó como un pañuelo para hacer carrera: desde el nacionalista Beiras al comunista Anxo Guerreiro o a la podemita Carolina Bescansa. No habrá divorcio exprés, pero sí una convivencia endiablada para quien ya vive en vilo por su precariedad parlamentaria. Tiene enfrente a quien se resiste a ser enterrado vivo luego de que Sánchez no ponderara ese consejo análogo al del secretario de Defensa McNamara a Johnson al aterrizar en la Casa Blanca tras ser asesinado Kennedy. Inquirido sobre si debía reemplazar al director del FBI, John Edgar Hoover, su sugerencia fue: “Presidente, mejor tener al indio dentro de la tienda meando hacia fuera, que fuera meando hacia dentro”.

Aun haciendo suyo el programa de Podemos para conjurar la amenaza de un eventual sorpasso, Sánchez habrá de habituarse a esa gotera en La Moncloa y en las Cortes cuando precisa todos los votos todas las veces para aprobar todo con socios que no transigirán con decretos-leyes para hacer valer su hipoteca. Al margen de estas controversias intestinas en la Alianza Frankenstein, ello supondrá más duelos y quebrantos para un contribuyente que correrá con el gasto adicional de contentar a otro socio que mercadea por su lado. Un suma y sigue en este momentum catastrophicum de una España que reaviva lo que, bajo ese latinajo, noveló hace un siglo Pío Baroja y con los actores de antaño y hogaño aunándose en su ruina. “Gentes mezquinas que necesitan que España se disgregue”, según el escritor vasco, a base de “excitar el odio interregional y fomentar el cabilismo”.

En la hora presente, los actores señeros son un sablista del Estado de Derecho como Sánchez y un prófugo de la Justicia como Puigdemont para que el primero sea presidente con los votos del segundo y éste retorne al poder en Cataluña tras su golpe de Estado de 2017 siendo amnistiado por los siete escaños de la infame investidura. Sus mutuas ambiciones confluyen en la ruptura de España, cuyas capitulaciones amañan en territorio suizo ante enterradores internacionales que, como malos médicos, acompañan al enfermo hasta el cementerio para cerciorarse de ello.

Una Constitución que no es militante, a diferencia de la alemana o la portuguesa, acogiendo a desafectos y detractores, se muta por la puerta de atrás y en dirección contraria a su articulado

A la par que rinde la soberanía nacional al “pastelero loco” del que se ha hecho tributario, Sáncheztein dispone de las instituciones y sociedades públicas de la taifa española como botín de guerra que adjudica como regalías entre sus partisanos. De esta guisa, España es colonizada por el separatismo y Sáncheztein, a su vez, coloniza instituciones, parasita empresas públicas y desprestigia embajadas postergando el interés común. Al tiempo, privatiza en su provecho los medios públicos desembarcando propagandistas y censores, mientras imparte lecciones al resto para que se pliegue a sus dictados de autócrata.

Como sólo la ley puede proteger la libertad, el poder irrestricto deviene en la tiranía de quien secuestra la democracia e incumple la Constitución con negociaciones en favor de quienes expropian a la ciudadanía de su soberanía tras conferirse a sí mismos un autoindulto y ahora la autoamnistía. Una Constitución que no es militante, a diferencia de la alemana o la portuguesa, acogiendo a desafectos y detractores, se muta por la puerta de atrás y en dirección contraria a su articulado.

Algo que ya no disimula el ama de llaves de Sánchez en las Cortes, Francina Armengol, quien ya franqueó este miércoles, en el 45º aniversario de la Carta Magna, el portillo de la traición. Lo hizo vestida de negro carnaval como si estuviera en el entierro de la sardina. Al no poseer los dos tercios de la Cámara para modificar legalmente la Constitución y entrañar ello un camino inexplorado, Sánchez propicia el referéndum consultivo que niega para luego hacerlo como habitúa por la gatera del artículo 92 de la Constitución que validó el ingreso en la OTAN y el Tratado de la UE. Por medio de ella y limitada a Cataluña, lo que es inconstitucional, pero que Cándido Conde-Pumpido legitimará con la desvergüenza que le dota las puñetas de presidente del Tribunal Constitucional, se habilitará una consulta, en apariencia no vinculante, sobre la permanencia de Cataluña en España, pero que producirá los efectos consiguientes, según puso de manifiesto el Tribunal Supremo del Reino Unido a cuenta de Escocia. ¡Como si fuera cosa particular y no afectara al conjunto del pueblo español como depositario de la soberanía nacional!

Los biempensantes dirán que tal muestra de derecho creativo -mejor, alternativo- no colará ante el Tribunal Constitucional. Pero hay precedentes de soluciones salomónicas, como la que transigió con la rectificación socialista de la elección de vocales del CGPJ en 1985, aun cuestionando su ortodoxia; o arbitrarias, como la que legalizó el brazo político de ETA contra el Tribunal Supremo y el Tribunal de Estrasburgo, con Pascual Sala como sumiller de Zapatero. En este brete, el otrora Fiscal General del Estado también con Zapatero y hoy factótum del TC despliega su doctrina de que “el vuelo de las togas de los fiscales no eludirá el contacto con el polvo del camino” para blindar el diálogo con ETA a prueba de bombas. Asiendo la sartén por el mango, a los separatistas no les basta reintegrar los artículos inconstitucionales del Estatut de Maragall que dejaría a la Constitución corpore insepulto, sino que lo quieren todo y al instante.

Si Zapatero legitimó el terrorismo de ETA helando la sangre de las víctimas y Sánchez resarce a los secesionistas del 1-O, que nadie inquiera luego a ningún Zavalita, remedo del personaje de Vargas Llosa, sobre cómo se jodió España

Ni que decir tiene que el artículo 92 desampararía a los españoles como a Alicia el artículo 42 del País de las Maravillas cuando, en el juicio sobre el robo de unas tartas, el rey-juez ordenó que, en su virtud, toda persona que midiera más de un kilómetro desalojara la sala. Al concitar las miradas, Alicia aclara que ella no alcanza ese tamaño. “Sí lo mides”, zanja. Vanamente, se planta -“se lo acaba de inventar”- ante quien replica: “Es el artículo más viejo del libro”. Ese zurcido artículo 42 transita por una senda predicha por el contador de naciones y exministro Iceta, hoy embajador ante la Unesco, corroborando al PSC como caballo de Troya del procés y de la devastación constitucional.

Si Zapatero legitimó el terrorismo de ETA helando la sangre de las víctimas y Sánchez resarce a los secesionistas del 1-O, que nadie inquiera luego a ningún Zavalita, remedo del personaje de Vargas Llosa, sobre cómo se jodió España. Que mire al banco azul y a quienes lo sostienen. Y todo, claro, por el susodicho artículo 92, por el que un gobernante sin principios retoma en Ginebra su claudicación de Pedralbes que fijó una relación de pares entre España y Cataluña para resolver un “conflicto” como si fuera una descolonización. Antes de que el soberanismo lo vuelva hacer y proclame su independencia, Sánchez ya habrá derruido lo construido por la Historia rompiendo España.

En este azucaque, en este aparente callejón sin salida, hay quienes aguardan a que Cataluña se desgaje físicamente de España como La balsa de piedra del Nobel portugués José Saramago, para apreciar un rompimiento que disimulan con sus befas quienes retuercen toscamente los datos dando gato por liebre a una cloroformizada opinión pública. Tras echar en saco roto la lección de que los nacionalistas (hoy secesionistas) nunca se satisfacen al ser irrefrenable su deslealtad, se les supedita el gobierno y la soberanía de España cuando no cejarían ni separándose, pues su irredentismo les haría reclamar territorios anejos con la excusa de minorías lingüísticas o de una historia amoldada a capricho.

Con las huestes napoleónicas acampadas alrededor de Madrid, les espetó a aquellos ciegos de ojos sanos: “Si este ejército viene en paz a una nación amiga, ¿a qué son tantos aparatos?”

Cuando las trapisondas de Ginebra evocan el Tratado de Fontainebleau entre la Francia napoleónica y la España de Carlos IV, merced al cual el ejército galo cruzó los Pirineos con destino a Portugal para rematar el bloqueo continental a Inglaterra, ha de rememorarse a quienes desconfiaron sobre los propósitos del supuesto aliado. Como el barcelonés Antonio de Capmany, luego diputado en las Cortes de Cádiz. Frente a quienes no atisbaban motivo para sus suspicacias, él aclaraba: “Vivan ustedes en paz con sus creencias, mientras yo vivo con mis temores”. Con las huestes napoleónicas acampadas alrededor de Madrid, les espetó a aquellos ciegos de ojos sanos: “Si este ejército viene en paz a una nación amiga, ¿a qué son tantos aparatos?”.

Para desdicha de la nación, los hechos le darían la razón. Así, conquistada Lisboa, quedó a las claras que el pacto de Fontainebleau era un ardid para adueñarse de toda la Península. So pretexto de asegurar las comunicaciones con Portugal, el invasor se apostó en enclaves estratégicos para absorber España contraviniendo la alianza que autorizaba el tránsito de la Grande Armée a cambio de repartirse la Lusitania. El 2 de mayo pilló a Capmany en Madrid debiendo marchar a Andalucía donde promovió la resistencia y auspició la Constitución liberal en un Cádiz sitiado. Como tantas veces que se desatienden señales por no discernir el mal que se tiene ante los ojos, la España doceañista constató trágicamente lo dicho un siglo antes por Thomas Hobbes: “El infierno es una realidad vista demasiado tarde”.