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Opinión

La muerte digna entre rejas

Ángel Hernández Pardo, detenido este miércoles por ayudar a morir a su mujer María José Carrasco

Veintiún años hace que nos abandonó Ramón Sampedro tras 30 años postrado en una cama viendo la vida pasar sin ser dueño de su cuerpo y nada de lo que él solicitó para poder morir dignamente se ha tenido en cuenta aún. Luchó por vivir y poder morir con dignidad sin éxito. Ahora y desde hace tres días, Ángel Hernández ha tenido que dormir entre rejas, en un calabozo, pese a sufrir el dolor de la pérdida de su mujer a la que ha ayudado a morir.

Está claro que todos queremos vivir y morir dignamente, y no se puede seguir dando la espalda y no regular la eutanasia, considerada delito por el Código Penal. El juez decidirá si Ángel ha de cumplir su pena entre rejas; se enfrenta a entre dos y 10 años de cárcel. ¡Vaya vida! Ángel ha cuidado de su mujer con todas sus fuerzas incluso ha evitado que ella se suicidara, ha vivido por y para ella, ha visto como la esclerosis múltiple que padecía la dejaba día a día en una situación más dependiente, sin capacidad de movimiento, necesitando a otra persona para necesidades básicas como comer o ir al baño. Ella, María José Carrasco, secretaria judicial, no quería seguir viviendo, lo dijo públicamente. No podía más. Reclamó o más bien suplicó clemencia, y a la vista de una ley paralizada en el Congreso la pareja decidió actuar.

Cabe más humanidad en nuestra sociedad y en nuestra clase política, y eso pasa por regular la vida y también la muerte

La enfermedad la consumía, no había vuelta atrás, no cabía mejora alguna y quería dejar de sufrir, su discapacidad superaba el 80%. ¿Se lo imaginan? Totalmente lógico y legítimo. No es un debate menor, por eso, en 20 años nuestra clase política no se ha puesto de acuerdo, de hecho, ninguna importancia le ha dado a este imprescindible debate, paralizado a raíz de la nueva contienda electoral. Veinte años sin abordar una razonable regulación de la eutanasia son muchos años. El politiqueo banal diario de repartirse los cargos y el poder, el y tú más, la corrupción, las corruptelas cotidianas y un sinfín de sandeces rutinarias son más reconfortantes para el ego que hacer debates adultos sobre la vida y la muerte porque entramos a debatir valores morales, culturales y religiosos. Y posicionarse no es fácil más que nada porque se pueden perder votos. Nada más. La vida da igual. Y así las cosas, ante la inoperancia política la ciudadanía se ve abocada a “delinquir”. Cabe más humanidad en nuestra sociedad y en nuestra clase política, y eso pasa por regular la vida y también la muerte.

“Me gustaría que me ayudaran a morir”, “quiero el final cuanto antes”, relataba María José hace unos meses a las cámaras de televisión. No puedo ni imaginar el dolor y el sufrimiento de ella y de su marido, no de un día no, no, de años, el desamparo, la soledad ante su situación. Ángel la cuidó hasta el final, asumiendo todas las consecuencias, cuando realmente quieres a alguien difícilmente soportas verle sufrir. No lo concibes, y ante el dolor solo cabe actuar con amor para aliviar y resolver una situación injusta. Dejar un testamento en vida expresando nuestros deseos no sirve de nada si no hay una ley que lo regule. El PSOE promete volver a entrar el debate al Congreso si siguen en la Moncloa, un debate al que se opone el PP y que parece haber bloqueado Ciudadanos. Con Vox dentro no será fácil.

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