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Opinión

El Monopoly como ejemplo

Cuando yo jugaba, a veces nos hacíamos “préstamos” unos a otros y se podía comprobar cómo casi nunca endeudarse era la solución

Juego de mesa Monopoly. Europa Press

Elizabeth Magie inventó a comienzos del siglo XX un juego de mesa titulado “El juego del terrateniente”. Lo patentó en 1904 con la idea de demostrar con él las injusticias del sistema capitalista de entonces. Contrariamente a lo que algunos proclaman de la actualidad, la desigualdad entonces sí que era extrema entre unos escasísimos ricos y una enorme mayoría muy pobre. En este pasatiempo, el jugador podía comprar propiedades y cobraba tasas pero, a su vez, el resto de participantes cobraba un pequeño porcentaje de éstas. El asunto acababa cuando el jugador que empezó con menos ingresos lograba duplicar su patrimonio. Ni el diseño ni el objetivo del juego fueron del agrado del fabricante, Parker Brothers, que rechazó comprarlo en 1906.

No obstante, se siguió jugando en algunas ciudades del este de los Estados Unidos si bien, al no tratarse de un producto comercial, la gente iba variando las normas. Casi 30 años después, un vendedor en paro llamado Charles Darrow participó en una versión del “juego del terrateniente” en casa de un amigo de su esposa y se le ocurrió transformarlo para hacerlo más atractivo. Mejoró mucho el diseño, estableciendo sobre un hule un recorrido circular con nombres de calles reales de Atlantic City y cambió el sentido del juego (aunque hay versiones que dicen que eso ya se lo había cambiado la gente con la práctica): el objetivo ahora era conseguir el mayor número de propiedades y empobrecer al resto de jugadores, lo que curiosamente lo convertía en mucho más divertido.

¿Y qué pasó con la inventora real que pretendía mostrar las ideas socialistas de reparto de la propiedad y sistema de tasas e impuestos justos?

Llevó el juego a Parker Brothers como suyo y, a pesar de las primeras reticencias, se lo acabaron comprando siendo ofrecido a la venta para el gran público en 1935. Charles Darrow pactó un porcentaje de cada juego vendido, lo que le convirtió en un hombre rico.

Según el Libro Guinness de los Récords, el Monopoly es hoy el juego de mesa más vendido en el mundo: en 114 países y 47 lenguas. ¿Y qué pasó con la inventora real que pretendía mostrar las ideas socialistas de reparto de la propiedad y sistema de tasas e impuestos justos? Pues que Parker Brothers –hoy es la multinacional Hasbro- le pagó una miseria para evitar una demanda cuando ella descubrió lo semejantes que resultaban ambos juegos.

Una recreación bien pagada

Por supuesto hay muchas versiones de esta misma historia (incluida la de un tal Dan Layman que también patentó un juego muy similar derivado también de la creación de Elizabeth Magie y que se llamaba Finanzas y que también acabó comprando –curiosamente por 20 veces más de lo que le pagó a ella- Parker Brothers) y no pondría la mano en el fuego por ninguna pero básicamente esto fue lo que pasó.

El juego del Monopoly ha sido estudiado de forma seria a lo largo de los años para entender su éxito. Por un lado están los que creen que ayuda a la ludopatía latente en muchas personas el poder jugar sin arriesgar dinero pero recibiendo las gratificaciones psicológicas de ganarlo. Por otro están los que lo valoran ideológicamente, en general de manera negativa, como si estuviera pensado para promover el capitalismo. Por eso es tan interesante la historia de su creación, al final fueron los jugadores quienes encontraron más entretenido jugar a hacerse ricos y empobrecer a los demás. Lo de asignarle un valor pedagógico negativo me resulta exagerado ya que es un juego en el que se combina la suerte con algo de habilidad y, al fin y al cabo, aunque puede parecer muy duro lo de arruinar a otros, lo cierto es que en casi todos los juegos el objetivo es ganar y que los demás pierdan: tanto en los de mesa como el parchís como en los deportivos como el tenis.

Muchos niños aprenden algo fundamental: que lo que se quiere, cuesta y que no hay dinero ilimitado para conseguirlo

Incluso yo diría que su valor pedagógico puede ser positivo porque en el Monopoly muchos niños aprenden algo fundamental: que lo que se quiere, cuesta y que no hay dinero ilimitado para conseguirlo (aunque esta última lección está en entredicho actualmente por los bancos centrales). Y no sé otros pero cuando yo jugaba recuerdo que a veces nos hacíamos “préstamos” unos a otros y se podía comprobar también cómo casi nunca endeudarse era la solución. Toda una metáfora de la actual política monetaria y del exceso de deuda…

Lo cierto es que millones de personas, y sobre todo niños, se han entretenido con el Monopoly sin buscarle connotaciones de ningún tipo. Eso sí, no deja de ser curioso que el símbolo más caricaturesco del capitalismo proceda de la capacidad inventiva de una anticapitalista… que apenas obtuvo réditos de su creación. Todo un ejemplo de cómo el capitalismo (entendido por el afán de los humanos en acumular capital, base del éxito del juego) triunfa pero a su vez, descubrimos su principal defecto: sin una buena supervisión puede servir para que unos se aprovechen de otros (algo que sufrió su inventora real).

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