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Opinión

¿Crisis constituyente?: lapsus bolivariano

El magistrado Juan Carlos Campo, nuevo ministro de Justicia

Una prerrogativa de los diputados es hacer preguntas al Gobierno y forma parte de esta facultad que les confiere el Reglamento del Congreso formular cuestiones sin sentido. La diputada María das Graças Carvalho, nacida en Brasil y emigrada a Cataluña hace veinticinco años, ha encontrado en Esquerra Republicana el marco político idóneo para seguir desarrollando con revolucionario fervor su lucha contra el fascismo, la injusticia, la misoginia, la homofobia y otras causas igualmente nobles que, como todo el mundo sabe, representan un gravísimo problema en España, Estado Miembro de la Unión Europea en el que proliferan los fascistas, no rige el imperio de la ley -salvo en Cataluña, lugar idílico en el que el ordenamiento vigente es objeto de escrupuloso respeto-, las mujeres viven cruelmente oprimidas y los homosexuales sufren todo tipo de vejaciones y por eso se mueven en la clandestinidad.

Menos mal que gracias a la valerosa y entregada acción de la diputada independentista brasileira estas tremendas lacras de nuestra sociedad han empezado a ser debidamente corregidas. Cabe destacar en esta ininterrumpida labor de activismo social su apoyo decidido a los top-manta, es decir, a la falsificación de toda clase de productos y a su venta callejera ilegal, modalidad sin duda encomiable de combate contra el capitalismo explotador. Pues bien, esta joya importada se interesó ante el ministro de Justicia por los movimientos antifascistas, así, en general, sin precisar, y le conminó a que le dijese si los consideraba terroristas, tal como había declarado el presidente de Estados Unidos.

El ministro emprendió una disquisición quebradiza sobre diversas clases de crisis, económicas, sanitarias, cónicas, piramidales y ya lanzado y sin frenos, pronunció el adjetivo revelador: “constituyente”

Cuando se es ministro y además doctor en Derecho y magistrado, no se está en principio obligado a participar en montajes surrealistas, pero si la estabilidad del Ejecutivo depende de la formación en la que milita la exótica demandante, hay que hacer tripas corazón y encontrar una respuesta que no deje en evidencia lo absurdo del asunto que la ilustre representante del pueblo trae a la sesión de control. El peligro es que este ejercicio tan forzado en términos intelectuales y lógicos obliga a contorsiones semánticas y a contorneos argumentales que pueden derivar en sorpresas no deseadas. El ministro, que es humano y por tanto falible, emprendió una disquisición quebradiza sobre diversas clases de crisis, económicas, sanitarias, piramidales, cónicas, parabólicas, y ya lanzado y sin frenos, pronunció el adjetivo revelador: “constituyente”.

El desorden mental del Notario Mayor

Sí, esa fue exactamente la palabra que salió de su azorada boca y a partir de aquí se ha armado, naturalmente, la marimorena. Veamos. Yo me pongo en su lugar y tampoco le culpo. Si yo fuera ministro de Justicia del Reino de España y los azares de la existencia me situasen en el trance de tener que responder a una diputada brasileña independentista catalana con apellido de personaje de Vázquez Montalbán si tenía la intención de calificar a unos inconcretos alborotadores en Madrid y Barcelona con la misma denominación que Donald Trump había propinado a unos saqueadores de supermercados de Minnesota, pues seguramente hubiera experimentado el mismo tipo de alteraciones neurológicas que asaltaron transitoriamente a don Juan Carlos Campo. La desgracia fue que, ya puesto en este estado de desorden mental, nuestro Notario Mayor tuvo un lapsus bolivariano, fenómeno muy bien explicado por Sigmund Freud en su célebre obra Psicopatología de la vida cotidiana, en la que describe este mecanismo involuntario de asociación de sonidos y de relajación de la atención y del control del habla.

República colectivista

Como los caminos del Señor son inescrutables, gracias a la incontinencia cerebral de una diputada brasileña recriada en Cataluña hemos sabido que el Gobierno, bajo el impulso maléfico de sus socios comunistas y secesionistas, está urdiendo un cambio de régimen, una voladura de la Constitución del 78, percibida rencorosamente por Pablo Iglesias, su señora esposa y sus corifeos, como una intolerable herencia del franquismo y una consagración inaceptable de la monarquía parlamentaria, las libertades civiles, los derechos fundamentales y la economía de mercado, elementos todos ellos de un sistema institucional y jurídico opresor de la gente que, como es notorio, prefiere una república colectivista de partido único dinamizada por una estimulante dictadura del proletariado bajo la sabia guía del Gran Timonel de Galapagar.

Hay que reconocer que esta conspiración se ha mantenido -hasta la pifia del ministro de Justicia- en un admirable secreto, pero una vez expuesta a la luz harán bien las fuerzas de la oposición en no mirar hacia otro lado y tomar medidas antes de que se encuentren un día no ante un nuevo referéndum de autodeterminación de Cataluña, que también, sino ante un plebiscito nacional que nos convierta en una primorosa combinación de Venezuela, Cuba, Irán y Corea del Norte. El que avisa no es traidor, aunque lo haga involuntariamente y trastornado por un súbito esperpento.

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