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Opinión

El necesario retorno de Juan Carlos I

El rey emérito, Juan Carlos I

Si algún año puede considerarse funesto de principio a fin en la dilatada vida de Juan Carlos I está siendo este de 2020. Se diría que, tras una vida de excesos y francachelas a cuenta de terceros, le está tocando purgar los muchos pecados que cometió en el pasado. Unos son veniales, otros mortales como el adulterio. La Justicia no le pedirá cuentas por los segundos, sino por los primeros.

Hay tres asuntos que le amargan la existencia que, hace sólo veinte años, hubiesen sido secreto de Estado, pero que hoy están en boca de todo el mundo. El primero de ellos son unas tarjetas de crédito que rellenaba de fondos un amigo mexicano del Rey, un tal Allen Sanginés-Krause, banquero de inversión y coleccionista de arte cuya relación con el Juan Carlos I data de hace ya unos años. Según cuentan algunos medios, Juan Carlos y parte de su familia cargaban sus gastos privados en estas tarjetas. Lo que no se sabe es a cambio de que Sanginés entregaba ese dinero. No se han acreditado contraprestaciones, así que quizá se trata de un simple obsequio que un millonario novohispano le hacía al Rey de España por puro gusto y por significarse dentro de la nutrida corte de aduladores que siempre rodeó al monarca.

En el caso de las tarjetas podría haber un delito fiscal porque esos gastos suponen un incremento de renta no declarado de más de 120.000 euros anuales. El Rey padre, como cualquier otro ciudadano, tiene que pagar impuestos. No es algo voluntario como el caso de Isabel II de Inglaterra, que desde 1992 tributa porque así lo decidió ella. Si el rey evade dinero al fisco comete un delito como cualquier hijo de vecino, pero al tratarse de un delito de esa naturaleza podría redimirse fácil aunque dolorosamente poniéndose al día con Hacienda, qué es exactamente lo que ha decidido hacer aunque con algo de retraso.

Las comisiones del AVE

Pero este de las tarjetas no es el único dolor de cabeza que aflige a Juan Carlos de Borbón. La Fiscalía investiga el rastro del dinero que supuestamente recibió a cambio de su mediación en el AVE de La Meca a Medina. De haberse entregado esa comisión, fue antes de 2014, momento en el que abdicó en su hijo Felipe y perdió la inviolabilidad que lleva aparejado el cargo. El AVE saudí se adjudicó en 2010 por lo que para el día de la abdicación cuatro años más tarde esas comisiones, si es que las hubo, habrían sido ya entregadas.

El tercer clavo en la cruz del Emérito es una cuenta con unos diez millones de euros que supuestamente mantiene en la isla de Jersey, una dependencia de la corona británica en el canal de la Mancha en la que impera el más estricto secreto bancario. La Fiscalía debe seguir investigando y actuar si encuentra indicios de delito, pero entre tanto, Juan Carlos I es inocente y como tal ha de comportarse. Cada día que pasa fuera del país es una razón más que apuntala su hipotética culpabilidad. Eso mismo es lo que interesa al Gobierno de Pedro Sánchez, que la ha tomado con la monarquía y, por extensión, con el que despectivamente llaman “régimen del 78”.

Una celada en la que Jaime Alfonsín cayó creyendo que con ese gesto amainaría el temporal y el Gobierno dejaría tranquilo a Felipe VI

Fue el Gobierno el que empujó a la Casa del Rey a actuar sacando a Juan Carlos I. Una celada en la que Jaime Alfonsín cayó creyendo que con ese gesto amainaría el temporal y el Gobierno dejaría tranquilo a Felipe VI. Alfonsín es su sombra desde hace 25 años, un hombre de su máxima confianza que, para contrarrestar la cadena de escándalos protagonizados por su padre, diseñó una suerte de cordón sanitario entre Juan Carlos y Felipe. Una labor sin duda delicada, pero con riesgos evidentes, especialmente cuando en el otro lado están quienes quieren acabar con la Corona.

Lo verdaderamente importante es la monarquía, no los monarcas. La primera permanece, los segundos pasan. La Historia de España es una sucesión de monarcas, unos buenos, otros malos y algunos directamente abominables, pero la monarquía sigue entre nosotros. Lo que los ocupantes del trono hagan influye sobre la institución, eso es indudable, pero no se puede aislar un reinado de otro. Felipe VI es hijo y heredero de su padre, la Corona la recibió de él y eso no se hace a beneficio de inventario. El día de su proclamación se quedó con lo bueno, pero también con todas las cargas.

Recuperar la iniciativa

En el reinado de Juan Carlos I, uno de los más largos de la Historia de España, las luces son más que las sombras. Debe exhibir las primeras y asumir las segundas, recuperar la iniciativa y devolver el envite que le están haciendo desde Moncloa, donde el Ejecutivo de coalición, ya indisolublemente unido con los independentistas, ha fijado el tiro sobre el Palacio de la Zarzuela y le envía periódicas andanadas. Ni Sánchez ni, especialmente, Iglesias van a soltar ese hueso. Cada día que pasa Juan Carlos I en Abu Dabi es un argumento a favor de su causa.

Esta causa ya no se la ocultan a nadie. Quieren ir hacia un proceso constituyente y levantar sobre él algo así como una República plurinacional. Para ello es necesario desmontar antes el sistema del 78, una monarquía parlamentaria similar a la del Reino Unido, los Países Bajos o Dinamarca que, con todos sus defectos, ha traído casi medio siglo de paz, entendimiento y prosperidad. Se han metido en una voladura controlada de la Corona y lo peor es que, ya por ingenuidad, ya por impericia la propia Corona está contribuyendo a ello.

Los presuntos delitos del Rey Juan Carlos son de naturaleza fiscal, no estamos hablando de delitos contra la Constitución como el que perpetró su abuelo Alfonso XIII al dar por bueno el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923. Los delitos fiscales se resuelven regularizando la situación con Hacienda. Si realmente el Emérito tuviese cuentas offshore debería informar de las mismas y ponerse al día. No estaría de más que las destinase a obras caritativas. Por su edad y estado de salud muchos años más no va a vivir. Sería un honorable colofón para su reinado, le ayudaría a recuperar el crédito perdido y, tanto la institución como el país, se lo agradecerían. Se anticiparía además a posibles imputaciones que podrían terminar sentándole en el banquillo, algo devastador para su hijo y todo lo que representa. Pero nada de eso puede hacerlo mientras permanezca fuera de España, donde da la falsa impresión de que está huyendo de una Justicia que no le persigue.

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