Quantcast

Opinión

El milagro bolivariano

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.

Esta semana se ha consumado el golpe de Estado en Venezuela. Ha sido algo sutil y quizá por eso mismo ha pasado desapercibido en el exterior. Tal vez por el alboroto que se ha montado en torno al Brexit o porque ya nada de lo que venga de aquel desventurado país nos sorprende.

El miércoles pasado el Tribunal Supremo de Justicia, controlado con mano férrea por el chavismo, decidió dejar sin competencias a la Asamblea Nacional, que cuenta con mayoría opositora desde hace algo más de un año. El tribunal se escuda en que la Asamblea ha incurrido en desacato, pero todos saben que eso no es más que una triquiñuela legal para desactivar al único poder autónomo que se escapa a los dictados del régimen.

La decisión del Supremo venezolano fue inesperada y fulminante, aunque algo se olían los diputados cuando días antes el mismo tribunal les había arrebatado la inmunidad parlamentaria

La decisión del Supremo venezolano fue inesperada y fulminante, aunque algo se olían los diputados cuando días antes el mismo tribunal les había arrebatado la inmunidad parlamentaria. Los pocos poderes que le quedaban a la Asamblea Nacional han sido transferidos a los jueces o directamente a la persona de Nicolás Maduro. El presidente recibe así un nuevo espaldarazo habilitante con cobertura aparentemente legal. 

Lo cierto es que a Maduro le van a hacer falta muchos poderes para encarar lo que le queda de mandato hasta las elecciones del próximo año. El país está literalmente en bancarrota, y no solo financiera. Venezuela vive en algo parecido a un estado de sitio de carácter permanente. La comida escasea, no hay medicinas, falla el suministro eléctrico y las calles están llenas de “malandros” que roban, secuestran y asesinan en la más absoluta impunidad.

Más que a Cuba, Venezuela ha terminado pareciéndose al Congo

Más que a Cuba, Venezuela –como bien apuntaba Carlos Alberto Montaner hace unos días– ha terminado pareciéndose al Congo. Ese ha sido el milagro bolivariano, convertir al que un día fue el país más próspero y prometedor de Sudamérica en una caótica república de hechuras africanas.

El Gobierno se limita a controlar el aparato estatal, es decir, el flujo de dólares que entran todos los meses a través de PDVSA. El resto del tiempo lo dedica a preocuparse de que ese control lo va a seguir teniendo mañana, pasado y al siguiente. Entretanto proliferan todo tipo de mafias, que van desde las pandillas juveniles de los ranchitos, hasta las grandes bandas de narcotraficantes con conexiones en las altas esferas del Estado, y que operan en connivencia con sus altos funcionarios.

Hasta la OEA, un organismo momificado e inoperante desde siempre, ha terminado por despertar de su largo y exasperante letargo

A Maduro cada día le cuesta más ocultar el desastre de puertas afuera. Mantiene el apoyo de lo que queda del ALBA, pero ya sin los entusiasmos de antaño. Puede contar con Cuba, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y un puñado de minúsculas repúblicas antillanas a las que regala petróleo. Pero nada más. Hasta la OEA, un organismo momificado e inoperante desde siempre, ha terminado por despertar de su largo y exasperante letargo. Esta semana propuso una hoja de ruta para restaurar la democracia en Venezuela. No sirvió de nada aunque va quedando claro que el régimen de Maduro está cada vez más aislado.

De ahí su ofensiva interna, conducente a concentrar todo el poder en sus manos de cara a las presidenciales de 2018. Elecciones que no podrá suspender pero que tiene que ganar a toda costa. Las habituales trampas en el recuento me temo que, al menos esta vez, no van a ser suficiente.

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.