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Opinión

El miedo de la sociedad civil

Dos personas fallecen durante la jornada electoral del 10-N

Creo que todo el mundo ha experimentado alguna vez esa sensación que no hemos dudado en calificar de “miedo”. Todos hemos dicho, en ocasiones, y con mayor o menor motivo, “tengo miedo”. Pero, ¿qué es el “miedo”? Buscando todo tipo de definiciones, la mayoría de las encontradas coinciden en señalar que el “miedo” es una perturbación angustiosa del ánimo ante un riesgo, o un mal, bien sean estos reales o imaginarios, o a que te suceda algo contrario a lo que deseas”.

En la sociedad actual, esos males o riesgos que pueden provocar esa “angustia del ánimo”, son principalmente, los producidos por el “miedo a lo desconocido”, cuya expresión extrema y mas dramática es el “miedo a la muerte”, y la más común la de perder el estatus de cada uno, el lugar que ocupas en la sociedad. Y añaden los estudiosos que ese “miedo” es mayor o menor dependiendo de la fortaleza psíquica, de la personalidad, del individuo, y del grado de coacción o intimidación moral que las amenazas o peligros señalados por terceras personas puedan ejercer sobre uno.

Dicho de otro modo, la mayor o menor “sensación de angustia”, el mayor o menor “miedo” depende tanto de la personalidad, de la fortaleza de uno, como de la percepción de los peligros, reales o imaginarios, exagerados o no, del entorno en el que te desenvuelves.

Y aunque la “sensación de angustia”, de “miedo”, puede ser de la misma intensidad, los peligros que la provocan unas veces provienen de las incertidumbres del entorno personal, familiar, empresarial, de tu propia actividad, y en otras de la situación en la que vives, del ambiente social y político que, por diversas circunstancias, experimenta la sociedad a la que perteneces. Naturalmente aquí voy a referirme a estos últimos, a los que pueden provocar los peligros e incertidumbres, reales, que percibes en la sociedad.

Capacidad de debate

De repente nos encontramos discutiendo sobre la “unidad y el futuro” de España, sobre la reforma de la Constitución, la globalización, la deslocalización de empresas y las consecuencias del libre comercio; hablamos de la invasión de inmigrantes, de la inseguridad ciudadana y de la precariedad laboral, la pobreza, la educación, la libertad de expresión, del control de la pandemia, de las continuas mentiras que se nos dicen, de la confusión de poderes...

En fin, nos encontramos debatiendo sobre todo un elenco de problemas que hace menos de un par de años parecía que no existían, cuando lo que verdaderamente ocurría es que los que tenían que hablar de ellos, y solucionarlos, tenían “miedo” a hacerlo, “miedo” a hablar, “miedo” a contradecir al jefe, “miedo” a perder su estatus y su puesto de trabajo. Y hoy es mucho peor pues se nos trata de convertir en hombres y mujeres beta, alfa, omega...

Como apuntaba  Huxley en su libro Un mundo feliz, somos seres dominados y asustados por el poder. Estamos sufriendo la dominación de nuestra mente. Limitados en la capacidad de debate y de discusión. En definitiva, se nos quiere convertir en un pueblo acojonado, sin capacidad de decisión, ni de opinión y lo que es peor, sin principios y sin privacidad.

El objetivo final, como muy bien dice Pedro Baños en su libro El dominio mental, es claro: controlar las emociones para manejar las decisiones. ¿A qué otro fin aspira un dirigente, que no sea el de anular el proceso de pensamiento de sus gobernados y mantenerlos en un estado de ensoñación en el que no se cuestionen ninguna de sus decisiones y se acaten voluntariosamente? Anulado el pensamiento, la mente fácilmente puede ser programada por un agente externo.

Me genera ansiedad, en fin, que la sociedad no crea en nada, y que todos, responsables eclesiásticos incluidos, nos acostumbremos a ello

No les oculto mi temor por todo ello. Pero pienso que la “unidad espiritual” de España no depende de lo que digan la Constitución y los estatutos, sino de la fuerza de las convicciones, creencias, y, sobre todo, sentimientos y valores de la sociedad. Principios y reglas de juego que todos deberíamos defender. Los líderes religiosos, los primeros, y, sin embargo, se están perdiendo, vencidos por un materialismo uniformista y falsamente igualitario.

No me dan miedo los debates y discusiones. Me da “miedo” el pensamiento “único” y acrítico; el bajo nivel educativo, y la formación, pretendidamente neutra, pero carente de principios éticos y morales; la violencia; el que se confundan derechos con igualdades imposibles, o libertad con falta de respeto a los demás; la falta de criterio, o los criterios que se adaptan a lo que quieren oír los poderosos; el progresismo ingenuo y estudiantil de algunos políticos del Gobierno…. Me genera ansiedad, en fin, que la sociedad no crea en nada, y que todos, responsables eclesiásticos incluidos, nos acostumbremos a ello.

Es cierto que los problemas no resueltos provocan inquietud, incertidumbre, inseguridad, y que esto propicia esa concreta angustia. Y no es menos cierto que ese estado de ánimo debe tener consecuencias electorales. Por ello es nuestra obligación afrontar los problemas que provocan ese “miedo”, incluyendo aquí, entre los problemas, la necesidad de rearmar los valores sociales. Por ello no hay mas remedio que debatir, discutir y decidir sobre los mismos. Queremos la democracia como forma de Estado y de Gobierno y no los populismos. El pueblo llano y soberano tiene la palabra.

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