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Opinión

¡Menudo golpe nos vamos a pegar!

Pedro Sánchez y su mujer, Begoña Gómez

Recuerdan estos tiempos a los momentos previos a la llegada de una ola gigante, en los que el mar luce en calma, alfombrado, pero se ha replegado varios metros sobre la orilla. Son los propios de los primeros días de las guerras, cuando las bombas todavía no han caído, pero todo el mundo es consciente de que sus vidas cambiarán para siempre.

Chirría un poco leer artículos sobre los lugares que han elegido los mandatarios españoles para pasar sus vacaciones, cuando aquí no hay tregua ni armisticio, pues ni siquiera se puede descartar que el aumento de infecciones por covid-19 vaya a generar una segunda oleada de contagios que vuelva a condicionar la vida de todo el país. Transmitir alarmismo nunca ayuda, pero la falsa tranquilidad que abunda en el país no ayudará a mitigar los efectos del golpe que recibirán los españoles en los próximos meses, que, no nos engañemos, será enorme. 

Los datos epidémicos de España dejan claro que hay algo en este país que se torció hace mucho tiempo. Tiene razón Fernando Simón cuando apela a la importancia de la responsabilidad individual para combatir la enfermedad –cosa que no ha abundado en algunos ámbitos-, pero no es menos cierto que los gobiernos han tomado decisiones que han sido totalmente calamitosas. Algún día, quizá se estudien en alguna facultad las motivaciones que llevaron a las autoridades a obligar a utilizar mascarillas por la calle para prevenir los contagios en la vida diaria (cosa positiva) a la vez que se daba vía libre a la apertura de los bares de noche, de donde han surgido algunos focos, como el de Córdoba, que eran previsibles.

Tal vez no ha quedado otro remedio porque la economía del país depende, en una parte significativa, del sol, la playa, el pincho de tortilla a mediodía, el café, copa y puro después de comer; y la borrachera nocturna de inglés desnortado. Pero resulta un poco lamentable pensar que la población se va a concienciar de que esta pandemia puede hipotecar todos sus proyectos de futuro mientras se da rienda suelta al ocio nocturno. Y, lo peor, a la vez, se establecen mil y una restricciones en ámbitos que son menos peligrosos.

Vacaciones en el mar

En este contexto, vendía el Gobierno hace unas horas el mensaje de que Pedro Sánchez había interrumpido sus días de asueto para analizar junto a los expertos la situación de la pandemia en España. En abril, en uno de sus rimbombantes discursos, hablaba de la enfermedad como de una guerra sin cuartel. Ningún buen general se tomaría un permiso largo si el enemigo volviera a iniciar las hostilidades. En este caso, es microscópico, pero el daño que ha generado en la economía no es menor que si tuviera el tamaño de un homínido y contara con la capacidad de arrojar mortero sobre las filas enemigas.

Hace unos días, el presidente lanzaba el mensaje de que la recuperación económica ha comenzado, pero no es cierto en absoluto: el PIB ha descendido el 18,5% y sus consecuencias caerán a plomo sobre la cabeza de los españoles cuando termine el espejismo estival y el Estado retire la red de los ERTEs, cosa que sucederá tarde o temprano.

Se ha esmerado el Gobierno durante los últimos meses en tratar de insuflar ánimo en la población con altas dosis de propaganda, pero cualquiera que pasee por una calle comercial puede apreciar que el paisaje es post-apocalíptico. Los carteles de ‘se alquila’ se alternan con las persianas que, en hora punta, permanecen bajadas hasta el suelo. El centro de Madrid, el de los teatros y los musicales, luce un aspecto fantasmagórico estos días. Y no es sólo porque es agosto, sino porque una parte de la actividad que había no se ha recuperado ni se recuperará tras el verano. La Confederación Española de Comercio estima que serán 1 de cada 3 negocios.

Mientras Sánchez sostiene que la recuperación ha comenzado, la patronal del sector textil incide en que el 22,5% de las ventas en el mes de las rebajas se ha perdido. No hay que ser un gurú económico para predecir que una parte de las pymes sufrirá próximamente una crisis de solvencia que le llevará a echar el cierre.

Una sociedad sin expectativas

Quizá la abundancia de noticias sobre el coronavirus ha hecho perder de vista la gravedad de las consecuencias que ha generado. No sólo en el terreno económico, sino también en el social. Las comunidades autónomas planean estos días el nuevo curso escolar sin la certeza de que comience a tiempo ni los efectos que generará en la salud de la población. La sombra de que toda una generación de jóvenes vea condicionada su formación por una pandemia debería poner los pelos de punta hasta al más inconsciente, pero da la impresión de que el país sigue inmerso en un peligroso sueño veraniego.

Trata estos días el Gobierno de sostener a los más desafortunados con subsidios como el Ingreso Mínimo Vital o el que el Ministerio de Trabajo planea para quienes agoten próximamente la prestación por desempleo. Pero es probable que no sea suficiente para mantener a raya las tasas de delincuencia en un país en el que, acostumbrados a vivir en paz, ya nadie valora que se pueda vivir con relativa tranquilidad. Quien no tiene nada que perder, nada pierde.

Disculpen por la reiteración en la cita de ese país, pero se lamentaban en Uruguay, hace unos años, de que en la década de 1990 todavía pudiera dormirse con la puerta abierta en casi cualquier lugar. Llegó el nuevo siglo, arreció la doble crisis económica y de la fiebre aftosa y el país comenzó una rápida decadencia que se notó a pie de calle, donde aparecieron enemigos desconocidos, como los atracos (rapiñas), la pasta base y las organizaciones criminales. En 2018, ocupaba el cuarto lugar de América del Sur en criminalidad.

Es sorprendente la velocidad a la que todo puede torcerse cuando vienen mal dadas. Por eso, llama la atención la tranquilidad con la que España aborda esta crisis, que será larga y profunda; y que amenaza con dañar los cimientos del país, ya afectados por cierto desgaste. Convendría que este pueblo despertara antes de verse al borde del precipicio una vez más.

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